Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
La dimensión absoluta, como un río de fondo…
La noticia de la dimensión absoluta de la realidad, que todo humano, de una forma explícita o implícita, tiene, despierta el interés por ella. Para poderla observar e indagar es siempre necesario callar el griterío continuo que hay en nuestro monólogo interior. El monólogo interior obedece a los deseos/temores y va y viene continuamente entre los recuerdos y las expectativas.
La noticia de la dimensión absoluta de la realidad, que todo humano, de una forma explícita o implícita, tiene, despierta el interés por ella. Para poderla observar e indagar es siempre necesario callar el griterío continuo que hay en nuestro monólogo interior. El monólogo interior obedece a los deseos/temores y va y viene continuamente entre los recuerdos y las expectativas.
Podríamos decir que la vida cotidiana de nuestro pensar y sentir es atender a la situación que nos rodea, siempre desde la perspectiva de los deseos, modelados por los recuerdos y expectativas.
En la vida cotidiana de la mayoría de las personas la dimensión absoluta se mantiene siempre sólo como un ruido de fondo no consciente claramente, cuyo único resultado es que nuestros deseos y expectativas sean insaciables.
Los animales, que tienen un único acceso a lo real, carecen de deseos insaciables.
El ruido de fondo se manifiesta como una añoranza o una insatisfacción que impide que, como los animales, nos aquietemos con la satisfacción de nuestras necesidades básicas.
El ruido de fondo que proviene del acceso oscuro a la dimensión absoluta de lo real es la raíz, no reconocida, de nuestra perpetua insatisfacción. Pocos son los humanos que están satisfechos con lo que tienen; siempre buscamos más. Ya lo dijeron los sabios, y cada uno de nosotros puede comprobarlo: el deseo humano es insaciable.
Estas consideraciones lo único que hacen es recoger datos.
Quien quiera poner en el primer plano de su mente y de su sentir esa dimensión absoluta de lo real, porque se interesa, de una forma u otra, por ella, tendrá que apañárselas para callar el griterío de la mente y del sentir. Callar el constante monólogo interior es silenciarlo.
Silenciarlo no es siempre eliminarlo por completo, porque ese constante monólogo tiene una función importante para la supervivencia; una función de indagación del medio visto desde la perspectiva de los fracasos y éxitos que en el pasado se tuvieron y desde la expectativa de solucionar las carencias, evitando los errores del pasado. Esa es la función de las expectativas.
Silenciar el monólogo constante interior es apartar del primer plano de la atención de la mente y del sentir el deseo y toda la corte de sus acompañantes.
Quien conociendo la estructura de sus deseos y temores, la deja a un lado, -que equivale a silenciarla-, abre la posibilidad de desidentificarse de ella. Desidentificándose de esa estructura azarosa de deseos y temores puede ejercitar su mente y su sentir desde la gratuidad y acercarse a “eso absoluto que todo es”.
Quien silencia sus deseos/temores deja de vivir desde ellos e identificado con ellos y puede, así, vivir desde la dimensión absoluta de su existir. Esa dimensión absoluta de su existir no es nada externo a él, sino que forma parte de su realidad propia. En verdad esa dimensión absoluta es su naturaleza original, porque su propia naturaleza no es la interpretación que hace de sí mismo desde los deseos/temores y las expectativas.
Lo que descubre quien silencia su deseo es que su realidad no es su modelación.
Quien descubre que su realidad no es la modelación que hace de sí mismo, sino eso “otro” de su modelación, ese puede residir e identificarse con la realidad absoluta que es.
Quien se asienta, no en la interpretación que hace de sí mismo, sino en la dimensión absoluta que todo es, comprende que no ha venido a este mundo, que es esta inmensidad, porque la modelación que hace de ella regida por la necesidad y su vocero el deseo sólo está en nuestra mente y en nuestro sentir, no existe ahí fuera.
La modelación que hace de esta inmensidad una garrapata o un escarabajo, está en el sistema activo y perceptivo de esos insectos, no está ahí fuera. Igual ocurre con los humanos.
Lo que realmente es y lo que todo es, trasciende toda modelación, sea animal, sea humana.
Quien comprendiendo su verdadera realidad, se asienta en ella y vive desde ella, -que significa pensar, sentir y actuar desde ella-, sabrá que no es ninguna individualidad.
Sabe que las categorías de sujetos y objetos son sólo consecuencia de la interpretación que tiene que hacer de lo real para poder sobrevivir como animal necesitado que habla. Esas categorías son fruto de su modelación necesaria; como tales no están ahí.
Sabe que ni él es una individualidad, ni lo real es un mundo de sujetos y cosas.
Quien vive y se identifica con su ego y sus estructuras de deseos está sometido a un destino inflexible; está sometido a la estructura de deseos que le transmitieron sus mayores y que él mismo ha afianzado y confirmado con su obrar.
Quien ya no vive y no se identifica con su ego y sus estructuras, ese es libre del destino inflexible de la consecuencia de las acciones de sus mayores y de su propio actuar. No hay libertad verdadera más que cuando la dimensión absoluta entra en el horizonte de nuestras vidas. La necesidad, y las formaciones de deseos en las que se concreta, someten, aunque dejen cierto margen de variación.
Quien pone el fundamento de su mente y de su sentir en la dimensión absoluta, que es nuestra verdadera realidad, ese se sale de la separación, se sale de la dualidad que la necesidad precisa modelar para poder sobrevivir, y entra en la no-dualidad. En la no-dualidad no hay ni nacer, ni morir.
En la no-dualidad cesan los enfrentamientos y sólo hay unidad, paz, interés y reconciliación plena con todo. La reconciliación plena no es conformismo, sino aceptación, no rechazo, no condena.
Quien utiliza su mente y su sentir desde la no-dualidad, sabe que no le falta nada, que no hay nada que conseguir. Continuará viviendo como un ser necesitado y simbiótico, pero con sobriedad y con total desprendimiento; con libertad, paz, y reconciliación.
La no-dualidad arrastra inevitablemente al interés y servicio a toda criatura; lleva a interesarse por la marcha de la sociedad, de la cultura, del medio y de todo ser viviente y no viviente.
La no-dualidad es unidad y la unidad es amor. El verdadero amor no es el sentimiento romántico, ni tiene ninguna conexión con la necesidad. El amor verdadero sólo florece en la más completa gratuidad.
Quien comprende su verdadera realidad entenderá y sentirá que la realidad del mundo de sus interpretaciones, de sus modelaciones no es otra que la realidad de “eso absoluto”.
Vivirá en profundidad que el mundo de nuestra dimensión relativa y el de nuestra dimensión absoluta no es una realidad con dos pisos, sino una única realidad que nuestra condición de vivientes necesitados que hablan precisa difractar para poder sobrevivir y cambiar cuando sea necesario o conveniente.
Vivirá la dualidad y la pluralidad como la forma en la que se presenta para nosotros la única realidad que es. Vivirá su vida cotidiana con sumo interés, porque sabe que no es otra cosa que la dimensión absoluta; y la vivirá en suma paz y reconciliación y con total entrega de servicio a todo. ¿Cómo no hacerlo si no hay dos?
Vivirá en un mundo en el que habrá enfrentamientos, porque continuará siendo un mundo de animales depredadores, pero esos enfrentamientos no serán profundos, porque sabrá que en verdad no hay nada que perder o que conseguir.
Tampoco hasta aquí se ha partido de creencias o supuestos; nos hemos ceñido a los hechos y a su lógica.