Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos. Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana. Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
LA EDUCACIÓN PÚBLICA Y LAS IDENTIDADES CULTURALES
Antonio Bolívar *
La cuestión central en educación, como hemos apuntado antes*, es cómo la ciudadanía, debidamente reformulada hoy, pueda ser un modo de conciliar el pluralismo de la escuela común y la condición multicultural. Entre la Escila de una ciudadanía homogénea (asimilacionismo) y la Caribdis de una ciudadanía diferenciada (segregación o marginalización), la educación intercultural de la ciudadanía busca compatibilizar un núcleo ético y cultural común con el reconocimiento de las diferencias de cada grupo y con los contextos locales comunitarios. Además de la lengua propia, el currículum ha de ser rediseñado de manera que incluya también los saberes, conocimientos y valores de la cultura originaria. Esto no excluye incorporar los elementos y contenidos de la cultura mayoritaria y de la universal. […]
Las identidades culturales no tienen un carácter metafísico, sino contextual e histórico, sujeto a cambio y evolución. Desde un enfoque histórico, toda cultura es una construcción social con la función de dotar de significado y valor a las acciones humanas. Desde un proceso de formación y transformación, dichas identidades se ven como algo contingente y fluido, sujetas por penetración a metamorfosis, que interactúan e hibridan entre sí, se mezclan en un mestizaje o luchan por defender su singularidad. Las culturas están sometidas a un proceso continuo de recreación y cruzamiento. Esta perspectiva, congruente con un multiculturalismo de corte liberal, apoya una función de la escuela en la articulación de la propia identidad cultural con otras identidades culturales, respetando la diversidad de culturas y modos de vida.
La misión de la escuela pública ha sido crear un público que comparta valores comunes, por encima de sus particularidades. Por tanto, lo que hace pública la escuela pública, no es el servicio público (que pueden prestarlo centros privados), es «crear» público o ciudadanos. Schnapper (La comunidad de ciudadanos) documenta cómo la democracia moderna va vinculada a la creación del espacio público nacional, donde la escuela pública ha desempeñado un papel de primer orden en la creación de la comunidad de ciudadanos. La herencia de la escuela pública moderna es, pues, que la formación de la ciudadanía se asienta en la socialización en valores comunes y universales, que están por encima de las pautas culturales específicas de los distintos grupos sociales que componen la nación.
Sin cultura pública común no hay educación para la ciudadanía y se esfuma el sentido mismo de escuela pública. El asunto es qué haya de constituir dicha «cultura», de forma que no niegue las identidades culturales primarias ni queden relegadas al espacio privado, pero tampoco que su reafirmación impida dicha cultura común. […] En el contexto descrito, se acrecienta la necesidad de reforzar la función educativa de la escuela de enseñar a vivir juntos. La escuela tiene una función irrenunciable en educar en valores comunes para que las diferencias culturales y el pluralismo democrático se informen y conjuguen mutuamente. El respeto a la diferencia no es un principio absoluto, como si todo fuera relativo, ni tampoco un modelo cultural hegemónico, en nombre de supuestos principìos universales de igualdad, puede pretender anular lo culturalmente propio. Conjugar los principios normativos unitarios de justicia y el reconocimiento de los distintos proyectos de vida culturales es, pues, nuestro problema moral y político.
Por lo demás, en sociedades crecientemente marcadas por la pluralidad cultural, la necesidad de enseñar a vivir juntos como pilar de la educación del futuro, que estableciera el Informe Delors, ha recibido nuevos apoyos dentro del movimiento de determinar las competencias clave que la escolaridad obligatoria debiera asegurar a toda la ciudadanía. La Comisión de Comunidades Europeas ha determinado un marco de referencia europeo configurado por ocho competencias clave, entre las que incluye el grupo de competencias interpersonales, interculturales y sociales, y competencia cívica, entendido que «comprende todas las formas de comportamiento que preparan a las personas para participar de una manera eficaz y constructiva en la vida social y profesional, especialmente en sociedades cada vez más diversificadas y, en su caso, para resolver conflictos». Por su parte, en la propuesta realizada por el MEC para el currículo español ha quedado denominada como competencias social y ciudadana, donde «adquirir esta competencia supone ser capaz de ponerse en el lugar del otro, aceptar las diferencias, ser tolerante y respetar los valores, las creencias, las culturas y la historia personal y colectiva de los otros»
* Antonio Bolívar es catedrático de Didáctica y Organización escolar en la Universidad de Granada. Este texto es un fragmento de su artículo: Diversidad cultural y construcción de la ciudadanía desde la educación pública publicado en el número monográfico «Educar para la ciudadanía» de la revista Éxodo (nº94, junio 2008, pgs. 12-17. Más información en: www.exodo.org)