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Más allá de los límites (pequeña selección)

La confianza en sí mismo

La necesidad, que es el sentimiento de insuficiencia, es la causa de todos los deseos, todos los temores, todas las expectativas, todas las interpretaciones, todas las valoraciones.
Cuando se comprende que no hay nada que ganar, surge el desapego.
Cuando sabes que nada te falta porque todo lo que existe eres tú y es tuyo, el deseo se desvanece y cesan los proyectos.
Todo lo que necesitas está en ti, porque tú eres “ese no-dos” que hay.
Acércate a ti, a tus posibilidades, con veneración, amor y confianza.

La confianza en sí mismo

Desconfiar de sí mismo y menospreciarse es una equivocación grave que nace del error de creerse una entidad separada.
Líbrate del miedo, ¿a quién o a qué deberías temer? Comprende que nada puede dañarte. Este convencimiento es el fundamento del valor.

El valor es imprescindible para el camino, porque la intrepidez es la puerta de lo Supremo.

Para salirse de lo que se da por real y adentrarse en lo que parece vacío de realidad, aunque esas apreciaciones sean hijas de la ignorancia, se precisa confianza en sí mismo, valor e intrepidez.

La vía está cerrada a los timoratos.

Hay que tener confianza en sí mismo porque es tener confianza en el Único, el que es, el no-dos.

Todo lo que te ocurre, no viene de fuera, llega a ti desde ti.

Tú eres el poder, el camino y el término del camino. Pero el “tú” de que hablo, no es el “tú” de tu ego, como entidad separada venida a este mundo.

Servir a otros

Quienes no buscan más que la felicidad para sí mismos, pueden terminar en la más completa indiferencia con respecto a todo; mientras que el amor siempre actúa sin buscar nada para sí, y termina interesándose por todo.

 

La acción desinteresada, vacía de toda preocupación por el ego y sus intereses, transporta al corazón mismo de la realidad.

Si quieres ayudar al mundo, es necesario que sobrepases la necesidad de ayudar. Sólo entonces ayudarás con eficacia porque ayudarás libre de ti mismo.

Si quieres ayudar a alguien, no te impliques emocionalmente, no te sientas empujado afectivamente a ayudar; permanece fuera, con distancia interior, de lo contrario fracasarás en tu ayuda. Si el ego, con sus intereses, se inmiscuye lo altera todo.

Empieza por situarte más allá de la necesidad de ayudar. Entonces podrás asegurarte de que tu actitud es de pura buena voluntad, vacía de toda espera de retribución.

Porque podrías estar muy ocupado con tus actividades y muy contento de tu naturaleza caritativa, sin que realices gran cosa.

La acción más valiosa es ayudar a comprender; en la espera, alimenta a los que tienen hambre y viste a los desnudos, si está en tu mano.

Para ayudar, la lucidez y la caridad van juntas. Una tiene necesidad de la otra y la fortalece.

El amor

No necesitas perseguir al “ego” para matarlo. No podrías.

Lo que necesitas es amor a lo Supremo; ese amor te dará determinación para liberarte de lo falso.

El ego es lo falso. Sólo el amor a lo Supremo libera del ego.

Sin amor, y la voluntad que inspira el amor, no se puede llevar a término nada.

La energía viene del amor. Tienes que amar para actuar, sea el que sea el objeto de tu amor.

No encierres ni limites el amor a sólo tu cuerpo, déjalo abierto.

El amor que viene de la persona y que se identifica con el cuerpo, por intenso y sincero que sea, apega inevitablemente, y es un amor egocentrado porque cierra; el amor que arranca de más allá de la persona, es desapegado, es libre y así lo ama todo porque es un amor abierto.

Cuando todas las falsas autoidentificaciones hayan sido rechazadas, lo que queda, es el amor que lo abraza todo.

Cuando tu amor se ve libre de identificaciones, amando a un solo ser los amas a todos; amándolos a todos, amas a cada uno.

El despertar y el amor son una misma cosa.

El despertar es comprensión y es amor en acción.

Pero la acción de ese amor es oculta, desconocida, porque no es la acción de un sujeto sobre unos objetos. No puedes conocer más que los frutos. La acción del amor es oculta y desconocida, actúa sin actuar porque actúa desde la no dualidad.

Sólo el sabio es amante. Sólo el que conoce está desapegado de todo y es perfectamente libre de sí mismo. Sólo el sabio es libre, y porque es libre es amante.

El individuo, la identidad

Hay sentimiento de individualidad, de identidad, pero es la individualidad y la identidad de una representación en la memoria.
La identidad es sólo un agregado de recuerdos, ligados en un hatillo por el apego y representado como una entidad autónoma.
Sal y míralo desde el exterior. Si lo logras podrás percibir, por primera vez, algo directamente, algo que no es la memoria ni la representación. Si lo logras cesarás de ser un individuo ocupado en tus asuntos y estarás en paz.
El individuo desaparece con la realización. La realización es la consecución del conocimiento que trasciende la dualidad que construye la necesidad. Trascendiendo la dualidad se trasciende la individualidad.
Toda identidad, a lo largo del tiempo, demuestra ser ilusoria. Esto vale tanto de las diversas identidades que cada persona adopta a lo largo de su vida, como del individuo como tal.
Sin embargo, la identidad es inherente a la realidad no-dual. Pero esa identidad, que no se borra jamás, no es ni la de la personalidad impermanente, limitadora y deformadora, ni la de la individualidad ligada a la acción y a los frutos de la acción. Es la identidad que queda cuando toda identificación personal es abandonada, porque se la ha percibido como falsa. La identidad permanente es la de la Pura Conciencia, la del Ser-Conciencia no-dual.
La persona es un individuo y una identidad, aunque sea no real. El Ser-Conciencia es una identidad porque es no-dos pero por ello mismo no es una individualidad.
Hay individualidad cuando hay dualidad, cuando hay pluralidad.
En el “no-dos” ni hay pluralidad ni dualidad, por tanto, tampoco puede hablarse de individualidad.

 

La distancia de sí mismo: el testigo

Mantener la atención distante del flujo de los pensamientos y los sentimientos del ego, es un ejercicio saludable y necesario. Cuando el observador, cuando la atención, se disocia del flujo mental, aparece el testigo. Cuando el testigo aparece, la atención se distancia del ego y se identifica con el testigo.
La actitud de “testigo” supone desplazar el interés y la atención de la implicación en el flujo de la mente de pensamientos, sentimientos, proyectos y recuerdos, a la observación de ese mismo flujo interno.
No puede haber testigo sin distanciamiento y desapego. Si están presentes esas dos cualidades, el bloque de la atención puede situarse en la orilla del río mental y observarlo. Si falta la distancia y el desapego, se está sumergido en las aguas del río.
Observa tu mente con desapego y distancia. Eso bastará para calmar tu monólogo interno. Cuando al río mental le falta la energía de la atención y la implicación, porque esa atención se ha desplazado a las orillas, las aguas se remansan.
La atención es la energía y el motor del flujo continuo de la mente. Si la atención se fija en el continuo ir y venir de pensamientos y sentimientos, de recuerdos y proyectos, y se implica en ellos, el flujo cobra vida. Si la atención se desvía de ese flujo continuo y distancia su interés de él, la corriente languidece y las aguas se calman.
Tranquiliza tu mente. No la ocupes constantemente. Para, dale tranquilidad.
Si se calma, se purifica y adquiere vigor. Con el torrente del flujo mental serenado, la comprensión es más clara y más vigorosa. Cuando la fuerza de las aguas está encalmada, el testigo puede salirse a la orilla y conocer desde fuera el correr de las aguas. Si las aguas están muy embravecidas, es difícil alcanzar la orilla.

Tener la mente siempre ocupada, sin descanso, debilita al testigo.
Lo mental, las operaciones mentales del ego, son tan poco sutiles como las necesidades de un animal. Lo mental está lleno hasta los bordes de pensamientos y sentimientos nada sutiles, groseros. Lo mental es un barullo animal; cierto, es el barullo de un animal cultural, pero por cultural, no menos animal. La calma permite que se posen esos lodos y se pueda ver el fondo de las aguas.
Si te encolerizas o te apenas, sitúate fuera de la cólera y de la pena, obsérvalas. Si deseas o temes, ponte fuera del deseo y del temor y obsérvalos. Aléjate desimplicándote, observa desde el desapego. Ponte fuera de tu pensar y tu sentir; ese será el primer paso a la libertad.
Precisas de un mental apacible y no hay paz sin distancia y desapego. De ahí se seguirán todos los bienes.
Para que pueda surgir el testigo, necesitas un mínimo de paz en la mente y en los sentimientos; una vez surgido el testigo, su mirada terminará por calmar las aguas.
Mira y sé, simplemente. Esa es la fórmula.
Entonces te conocerás como el testigo inmutable de lo mental cambiante. Si tu espíritu no vagabundea entre los pensamientos y los sentimientos, entre los proyectos y los recuerdos, podrá volver a su lugar propio, a su pura naturaleza de ser consciente, una forma de ser sutil para la apreciación de un animal viviente.
Advierte tu condición de testigo lúcido, distante y desapegado. Advierte su modo de ser.
Podrás observar como testigo pero no podrás observar al testigo porque no podrás objetivarlo, y no podrás objetivarlo porque es vacío; no es ni un sujeto ni un objeto, está vacío de todo eso. Es puro observador y no se puede observar al observador, como no se puede ver la visión.
El testigo observa, pero no puede ser observado.
El testigo no es un sujeto de necesidades, porque está distante y desapegado; tampoco es una persona, porque carece de deseos, temores y memoria; tampoco es una individualidad, porque no es objetivable.

Lo que ve el testigo no son objetos para él, porque carece de necesidades.
Pero el testigo puede ser advertido. Entonces podemos advertir su naturaleza peculiar. Es un estado de conciencia que conoce sin ser un sujeto de necesidades, que conoce y lo que conoce no son objetos para él.
Esa insospechada forma de conocer y sentir es nuestra, aunque no sea la propia de un ego en un mundo, ni sea la propia de una persona.
El testigo, esa inesperada forma de conocer y sentir, esa increíble forma de ser para las perspectivas de un viviente, es nuestra, es nuestro propio ser. Para empezar, tan nuestra como la condición de ego en un mundo y como la condición de persona con la que nos identificamos. Más tarde veremos que esa es nuestra propia naturaleza, y no la condición de “venidos a este mundo”.
La mente sirve a la vida, es un instrumento de supervivencia del animal humano.
El testigo observa a la vida, no la sirve.
Antes de la indagación no podíamos sospechar que la mente y el ego eran sólo un hatillo de deseos y temores, recuerdos y proyectos, sin que haya nadie detrás que desee y tema, recuerde y proyecte. Tampoco podíamos suponer que el cuerpo mismo sea también sólo un hatillo de dependencias, sin que haya nadie detrás que dependa.
Pero, en contrapartida, tampoco sabíamos que el testigo, como lucidez pura de la mente y del sentir, libre de necesidades y temores, libre de dependencias, sea nuestra naturaleza propia.
Con la mente en calma y el testigo lúcido y despierto, está la puerta abierta para salir de la prisión del ego y de la individualidad. El testigo,
que ha salido de los márgenes marcados por la dualidad,
que está vacío de toda objetividad e individualidad,
que conoce y no es un sujeto acotable,
que conoce y no conoce objetos,
es, a la vez, la puerta de salida de la dualidad
y la puerta de entrada a lo no dual.

 

El no-hacer

No-hacer no es abstenerse de actuar sino la comprensión de la inactividad en la actividad misma, es decir, la visión de que la acción no se atribuye a un sujeto.

La acción, cuando no tiene un sujeto al que atribuirse, se vuelve inocente, porque lo que determina la acción humana es la intención.

La intención de toda acción humana es “tener”.

La intención del no-hacer del que hablan los Maestros es la “desposesión”.

La intención de la acción es poseer porque su fundamento es la necesidad. Por eso, la acción, para los vivientes, es sin origen.

En los seres humanos, su origen es la ignorancia que lleva a creerse alguien venido a este mundo. También ese error no tiene origen, nace con la humanidad misma.

No se actúa cuando se actúa sin intención de poseer, cuando no se buscan los frutos de la acción. Entonces hay acción como si

no la hubiera porque hay agente como si no lo hubiera.

Esa acción no tiene efecto negativo, no tiene karma, porque no afianza al ego ni refuerza sus tendencias.

La acción sin buscar los frutos de la acción es un no-hacer sin efectos negativos con respecto a la afirmación del ego; por el contrario, debilita los intereses del ego y, con ello, diluye su consistencia.

La acción exige un sujeto; el no-hacer no prevalece hasta que el sujeto ha desaparecido.

Cuando el sujeto ha desaparecido, el mundo es destruido.

Cuando desaparece el mundo, desaparece tanto los objetos como los sujetos.

Cuando desaparecen los objetos y los sujetos, desaparece tanto la unidad como la dualidad, porque la dualidad y la unidad son correlativas.

El no-hacer, por tanto, es la anulación de todas las cosas y, con ellas, tanto de la unidad como de la multiplicidad.

El mundo se edifica con el hacer. El no-hacer destruye el mundo.

El mundo no es más que sobreimposición a lo Real. Las percepciones exteriores e interiores son también sobreimposiciones.
Toda forma está en función de lo mental; y lo mental está en función de la acción.

El no-hacer, al crear el silencio del hacer, calla la mente, disuelve la forma y conduce al Sin-forma.

Mientras hay yo, hay hacer y hay sumisión al “tener”.

El no-hacer es el Ser-Conciencia sin ego. Esa es la realización: el Ser-Conciencia sin yo.

El no-hacer transforma lo conocido en desconocido, porque transforma lo que es un yo familiar en un mundo conocido, en algo por completo vacío de sujetos y objetos y, por tanto, desconocido.

Mi mente es mi conocer y sentir interesado. Ver lo que hay, desde mi exclusivo interés, oculta “lo que hay”. El hacer construye ese muro resistente e ilusorio de “lo conocido”.

El no-hacer le arranca los soportes a la mente y así disuelve el muro de lo conocido.

El no-hacer destruye al mundo y al sujeto con la fuerza de la muerte, que es el fuego de la naturaleza del vacío que todo lo arrasa.

Pero la fuerza de la muerte, que es la fuerza del vacío, es la fuerza del retorno.

El agente y la acción son correlativos. El agente no puede preceder a la acción ni existe, como tal, antes de la acción.

Tampoco la acción es anterior al agente, ni puede existir sin el agente.

El agente existe, como tal agente, por la acción. Y la acción existe, por el agente.

Pensar sigue al hacer. El no-hacer calla el pensar y sumerge en el silencio.

El sabio, con el no-hacer, calla al ego y diluye la ignorancia.

En la construcción del mundo, que es nuestra imagen, consumimos una gran cantidad de energía. El no-hacer retira esa energía del servicio de la egocentración, madre del tiempo y de la muerte, para utilizarla en otra tarea, la de la liberación. Por ello, el no-hacer es la Vía del Poder.

El conocimiento abole la acción porque abole la ignorancia.

El no-hacer es el hacer de la naturaleza porque es un hacer sin sujeto. Al ser sin sujeto, es sin intención y, por ello, sin punto de arranque ni punto de llegada.

El no-hacer es el hacer verdadero porque es un hacer misterioso y sagrado.

El no-hacer conduce al conocimiento y a lo Real; el hacer conduce a la ignorancia y a lo irreal.

El no-hacer es Brahman, el hacer es Mâyâ 1.

El no-hacer es la llave de la realización espiritual.

El no-hacer nos libera de la estructura en la que nuestra necesidad y nuestra ignorancia nos han encerrado.

La verdadera liberación es un no-hacer y no el fruto de una serie de actos.

La atención que prestamos a las cosas de este mundo es la base del hacer. Con la atención “hacemos” el mundo. Con nuestra atención y nuestro hacer construimos un mundo de elementos, en dependencia mutua, que sobre imponemos a la realidad.

El mundo está tejido, como nosotros mismos, por nuestro pensar; y nuestro pensar está tejido por nuestra acción. Acción y mente son dos caras de la misma moneda.

El no-hacer es la ruptura de ese tejido porque no-haciendo se para el diálogo interior y, con él, el mundo.

Al hacer al mundo, nos hacemos a nosotros mismos, porque estamos en dependencia mutua.

El que piensa y hace está ausente de lo Real para hacerse presente a un mundo de representaciones y conceptos. La Presencia es el no-hacer que silencia el pensar.

El acto y el pensamiento encubren lo Real y crean el mundo de sujetos y objetos.

El hambre crea el mundo pensado poder comer. Esa es la ignorancia del hacer.

El no-hacer muestra que ni hay hambre, ni hay nada que comer. Esa es la sabiduría.

Ver el mundo como algo manipulable, es crear el mundo en función de la utilidad, para ejercer en él el hacer.

Ver el mundo como un misterio, es la base del no-hacer. En el no-hacer, la energía del silencio abre la concha protectora de la dualidad para despertar al “no-dos”, que es lo que somos cuando comprendemos que no somos nada.

El sabio ve al mundo como un misterio en el que las cosas, sin naturaleza propia, flotan en el “Océano de la Vacuidad”.

La diferencia entre un ser humano ordinario y uno de conocimiento es que:
– uno hace, y el otro no-hace,
– uno posee, el otro se desnuda de posesiones,
– uno afirma, el otro niega,
– uno busca el conocimiento como una acumulación cotidiana,
el otro como una pérdida cotidiana.

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 Brahman: la eterna e inmutable Realidad absoluta; Mâyâ: el mundo de la manifestación.

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