Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos. Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana. Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Naturaleza poética de la espiritualidad Vista desde la epistemología poética de Octavio Paz
[…] Nuestra reflexión cubrirá los cuatro puntos a los que acabamos de aludir: origen y pretensión que, de acuerdo a Octavio Paz, poesía y religión comparten; qué es la poesía y funciones que cumple; la religión, su origen y función, en comparación y contraste con la poesía –los tres puntos citados, de acuerdo a Octavio Paz–; y como cuarto punto, el nuevo concepto de religión que a nuestro juicio, a partir de la concepción perspicaz y certera de Paz sobre la poesía, habría que postular. (fragmento. Para descargar el texto completo: aquí)
1. Poesía y religión, un mismo origen y una misma pretensión
Poesía y religión son para Octavio Paz realidades distintas, cada una pudiéndose explicar y explicándose por sí misma. Sin embargo ello no le impide reconocer a la vez lo mucho y valioso que tienen en común y resaltarlo así desde un principio. Se diría que es una necesidad. De lo contrario, tampoco, o muy difícilmente, se conocería lo que, a su juicio, es lo específico en cada una de ellas. Y lo que tienen en común es nada menos que su origen y la función que cumplen, en cierta manera, su ser y su finalidad.
Al igual que el amor, poesía y religión[1] echan su raíz en el ser profundo que somos: un ser del que tal parece hubiéramos sido arrancados, del que vivimos separados y, sin embargo, un ser o el ser que estamos llamados a ser. Éste es su origen y su fuente. De ahí también su pretensión: transformarnos en ese ser, llevarnos a él, hacer que lo seamos; función que cada una realiza de acuerdo a su naturaleza, pero que atraviesa las tres, las define y las constituye. Tal es la tesis reiteradamente expresada por Octavio Paz en las diferentes obras que constituyen ahora el primer tomo de sus Obras Completas, titulado La casa de la presencia. Poesía e historia, pero especialmente en su obra El arco y la lira[2]. Más aún, Paz dirá, y es muy probable que así sea, que fueron los poetas los primeros en advertir el origen común de amor, religión y poesía [3].
El ser, que amor, poesía y religión persiguen, es profundamente sutil y, como sutil que es, en las tres al intentar aprehenderlo se escapa. Y es que intentamos aprehenderlo como si fuera algo y existiera fuera de nosotros, algo diferente de nosotros mismos, cuando resulta ser nuestro propio ser, el ser que somos en lo más profundo de nosotros mismos, ahí donde sólo podemos ser, incapaces ya de desdoblarnos en ser y conciencia de ser, en ser y actuar. De ahí esa sensación de realidad huidiza, de ser sutil, incluso de irrealidad. Y sin embargo ambos, realidad y conocimiento, es lo más real y concreto que existe. No es abstracción, menos aún, ser fantasmal.
Lo que es abstracción es precisamente lo que no aparece como tal, lo que aparece más bien como realidad y conocimiento reales, concretos, verificables, pero que en el fondo son construidos, reducidos y reductores, causales, procesuales, alterados y, en este sentido, abstractos, en el sentido que para proceder así “abstraen” de la realidad.
Sólo el amor, la poesía y la religión conocen lo real en su profundidad y diversidad, en su riqueza, sin manipularlo ni transformarlo. Aunque Paz lo exprese a propósito de la poesía y de la religión, las tres son «tentativas por abrazar esa “otredad”[4] que Machado llamaba la “esencial heterogeneidad del ser”»[5]. «Otredad», en el doble sentido de ésta: lo «otro» como dimensión profunda, que realidad y conocimiento percibidos ordinariamente no nos entregan ni nos pueden entregar, y que sin embargo todo y todos somos; y lo «otro», múltiple, variado, heterogéneo, que el conocimiento convencional tampoco puede conocer sin reducir a lo uno, a lo ya conocido, a lo idéntico. De ahí la expresión sintéticamente tan exacta de Paz uniendo lo que eran dos expresiones en Machado: «otredad» y «esencial heterogeneidad del ser».[6]
Sin embargo, no preparados para ver, incluso ni para descubrir, lo que realmente existe, como tampoco nuestros ojos están preparados para mirar directamente el sol, nuestro conocimiento habitual, nosotros mismos, tenemos que pasar por una conversión, por una transformación de lo que habitualmente consideramos es la realidad y nuestro conocimiento. De otra manera no percibiremos lo real tal cual es, en su «otredad» o heterogeneidad, ni ese «otro» que somos nosotros mismos. Necesitamos de esa transformación. Amor, poesía y religión son en sí mismas esa conversión y producto de ella. Las tres experiencias, cada una de acuerdo a su naturaleza, significan verdaderamente e implican un salto mortal: «un cambiar de naturaleza que es también un regresar a nuestra naturaleza original»[7]. Sólo de esta manera lo real se deja conocer como real y el conocimiento realmente conoce.
Dimensión y conocimiento sutil. Y sin embargo, la transformación que amor, poesía y religión prometen, es una transformación plena y total que tiene lugar aquí y ahora. En otras palabras, transformación y cambio no están sometidas ni a la materialidad ni al tiempo. No se dan sin ellas, pero las trasciende. Precisamente, porque son sutiles y, como sutiles están liberadas del espacio y del tiempo, de la continuidad espacial y temporal. Unidad, totalidad y presencia son sus características, sus notas[8], y éstas no necesitan de espacio ni de tiempo, sólo de un aquí y de un ahora, del instante, que se torna inmaterial e intemporal y por ello es infinito y eterno.
Conversión, transformación, realización plena aquí y ahora, es creación, en el sentido riguroso de este término, y por ello las tres facultades, amor, poesía y religión son creadoras. Las tres, al revelarnos lo que somos, crean lo que somos. Porque la revelación de la que aquí es cuestión es creadora, creadora de lo que revela. Las siguientes aseveraciones de Paz lo expresan muy sugestivamente: «Antes de la creación el poeta, como tal, no existe. Ni después. Es poeta gracias al poema. El poeta es una creación del poema tanto como éste de aquél»[9].
Descargar el artículo completo
[1] Paz con frecuencia cita estas tres experiencias, pero sabiendo que no son únicas, que hay otras afines (ver Los signos en rotación, en La casa de la presencia. Poesía e historia. Obras Completas Edición del Autor, T. I., Círculo de Lectores – Fondo de Cultura Económica, 4ª reimpr. México 2003, p. 258)
[2] El arco y la lira, en La casa de la presencia. Poesía e historia. Obras Completas Edición del Autor, T. I., Círculo de Lectores – Fondo de Cultura Económica, México 4ª reimpr. 2003, pp. 33-288.
[3] Ibid., p. 146.
[4] «Irreductible, elusiva, indefinible, imprevisible y constantemente presente en nuestras vidas, la otredad se confunde con la religión, la poesía, el amor y otras experiencias afines». (p. 258).
[5] Ibid., p. 148
[6] Cf. Antonio Machado, Juan de Mairena I, Edición de Antonio Fernández Ferrer, Cátedra, Madrid 6ª ed. 2006, pp.85, 207, 253.
[7] Octavio Paz, op. cit., p. 148
[8] Es por ello que, como ya hemos indicado, Paz titulará el primer tomo de sus Obras Completas La casa de la presencia, dedicado todo él a la reflexión sobre la naturaleza y función de la poesía, reflexión que él calificaría ser en su caso «una segunda naturaleza». Porque «El presente de la poesía es una transfiguración: el tiempo encarna en una presencia. El poema es la casa de la presencia. » (Prólogo, p. 27).
[9] Ibid., p. 174.