Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Nuestra condición animal y el tiempo-espacio.
Intentamos reflexionar sobre todas las consecuencias de nuestra condición de animales necesitados, de depredadores.
¿Cuál es la relación entre nuestra condición animal y la aparición del tiempo-espacio?
Los animales necesitados, para poder satisfacer nuestras necesidades hemos de modelar toda realidad en el tiempo-espacio. Concebirse como animal viviente supone que me concibo como una individualidad frente a un mundo de individualidades en el que he de satisfacer mis necesidades. Tener que suponerme como un individuo frente a un mundo exige que conciba esa realidad como una contraposición en dualidad. Tengo que suponer dos espacios diferentes, yo no me confundo con aquello que necesito y que he de conseguir. Para esta operación tengo que pensarme como desplazándome en un espacio y en un tiempo. Por consiguiente, para poder realizar mi depredación, he de desplegar un tiempo-espacio. Tengo que darlos ahí como existentes, de lo contrario no sería posible mi sobrevivencia.
Nada puede contradecir esa interpretación imprescindible. Preciso extender ese tiempo-espacio a todos los seres. Extiendo un espacio y un tiempo donde me sitúo a mí y a todos los seres que me rodean.
Las estaciones de la naturaleza son una sucesión que extienden un tiempo en un espacio. Igualmente, el movimiento de sol y la luna y de todos los astros extienden un inmenso tiempo-espacio.
Toda la vida humana es como un corto tramo de tiempo en un espacio.
Para poder sobrevivir, medimos esas sucesiones y damos las mediciones como algo real, como algo ahí, fuera de mí. Sin embargo, por las consideraciones que hemos hecho, el tiempo y el espacio son proyección necesaria de nuestra condición de necesitados; el tiempo no es una entidad real, ni el espacio tampoco. Modelamos nuestra realidad como situada en el espacio-tiempo y eso nos da pie a leer los procesos de la naturaleza y de los astros como situada también en el espacio-tiempo.
¿Interpretaríamos los procesos de la naturaleza y los procesos de los astros como situados en un espacio-tiempo si no necesitáramos proyectar esas dimensiones para sobrevivir como animales necesitados?
Podríamos hablar del espacio y el tiempo como supuestos a priori de la sensibilidad, aproximándonos al lenguaje kantiano.
La flecha del tiempo, el hecho de que el tiempo siempre vaya hacia delante, sin posible marcha atrás, podría también ser expresión de nuestro hecho fundamental, ser seres necesitados. Tenemos que concebir nuestra actuación como una causa cuyo efecto es la sobrevivencia. La marcha de la sobrevivencia va siempre hacia delante, no puede invertir la marcha e ir hacia atrás; desde adultos no podemos volver a nuestra infancia.
Las metalenguas científicas, como las matemáticas, la astronomía, pueden hacer muchas afirmaciones sobre el tiempo-espacio gracias a esas ciencias que, sin embargo, son modelación. No se puede llegar a esas afirmaciones sino desde sus metodologías, como que el tiempo-espacio puede deformarse por la fuerza de la gravedad.
Desde nuestra dimensión absoluta de humanos, que es nuestra verdadera realidad, no hay ni espacio ni tiempo con relación a ningún ser, todos somos el misterio de los mundos, sin diversidad, ni dualidad, ni pluralidad ninguna. Todos somos perfecta unidad, sin individualidad, pero en diversidad.