Marià Corbí La muerte, la gran cazadora, ya me está alcanzando. Sé que es implacable, pero no es enemiga. He de apresurarme a escuchar lo que dicen todas y cada una de las cosas. Me hablan claramente y me dicen:
No somos lo que te dicen tus sentidos. Tampoco somos la interpretación que haces de nosotras, según el PAC cultural que te rige. Somos lo que decimos, no lo que tú nos haces decir. Escúchanos y te hablaremos sin palabras, y nos comprenderás. No vengas a nosotras esperando algo. No vengas diciéndonos lo que somos. Cállate. Si te interesas por nosotras, y no por lo que piensas conseguir de nosotras, si tu interés es verdadero, porque sí, porque estamos frente a ti y contigo, te hablaremos claro.
Nueva lectura de Jesús
Mariano Corbí
Los grandes cambios culturales de Occidente están provocando el fin de la versión helena y romana de la tradición de Jesús, sin que, por el momento, se haya construido una versión alternativa.
El helenismo y la filosofía operan un deslizamiento del movimiento de Jesús hacia una escuela de sabiduría (de filosofía para los griegos), una doctrina, en definitiva.
Ese deslizamiento provoca otro: el del maestro religioso al maestro filósofo, maestro de sabiduría que interpreta los textos y enuncia su significado para la asamblea.
Estos deslizamientos, hijos de la inculturación, obstaculizarán el papel del maestro religioso entendido como maestro del camino interior, maestro que conduce al conocer y sentir silencioso.
Cuando la predicación se convierte en doctrina, el maestro religioso es sustituido por el maestro de la doctrina.
Es evidente que, en el campo de los hechos, el maestro del camino interior y el maestro de la doctrina se solaparon en muchos casos pero, en el mundo helenista, -y somos herederos de ese mundo-, los aparatos de comprensión, de organización y de culto, se pusieron al servicio del maestro de la doctrina más que al servicio del maestro del camino interior, de difícil interpretación para las concepciones filosóficas helenas y de difícil encuadramiento en una organización.
La estructura eclesial de tipo sinagogal y, más tarde, el episcopado monárquico, determinaron que el principio de “sucesión” (diadoché) fuera la garantía de identidad y la salvaguarda de la tradición.
Las escuelas cristianas lucharon entre sí en nombre de la verdad. La autoridad y la sucesión serán los puntos de apoyo para la discriminación entre escuelas aceptables y ortodoxas y escuelas inaceptables y heterodoxas.
Así el movimiento cristiano, para instalarse en el espacio cultural helenístico, tuvo que reconvertirse y acentuar su aspecto de sistema filosófico-teológico.
Se propagará como doctrina y como culto en asambleas semejantes a la sinagoga pero organizadas entorno de un episcopado monárquico en el que el obispo es más el maestro de la “única filosofía (teología) segura y apropiada” que el maestro del camino que conduce al conocer y sentir silencioso.
Cuando el movimiento cristiano se convirtió en la única sabiduría (filosofía para los griegos) segura y apropiada, en manos de una comunidad articulada entorno a un obispado monárquico, legitimado por una sucesión directa, la VERDAD renunciará a la indagación y se hará institución.
A su vez, la verdad filosófica dejará de ser la verdad de un enunciado humano, hijo de la investigación personal, sometida, por tanto, a precariedad y fragmentariedad, y pasará a ser una verdad única, segura y completa, hija de la revelación divina.
Dice M. Sachot:
El cristianismo, la filosofía cristiana “al dejar de ser una afirmación humana – pues procede de Dios mismo -, ya no está sujeta a caución, ya no es una ‘doxa’, una opinión, se impone como un dogma, un decreto. Se pasa de la verosímil a lo verdadero, de la verdad parcial a la verdad totalmente revelada”.
Una filosofía divina se opone a la filosofía meramente humana.
Por eso se afirma que la enseñanza cristiana es superior a toda filosofía humana. Los enunciados de la fe son equivalentes a enunciados de la única sabiduría (filosofía para los griegos) verdadera.
Esta versión del movimiento cristiano instrumentaliza a la filosofía porque la somete a la revelación y la convierte así en la única filosofía.
Estos hechos, unidos a la sucesión de un episcopado monárquico hacen que,
- la verdad llegue a los hombres pasando por un único canal que va de Dios mismo, a Moisés, los Profetas, Cristo, los Apóstoles y sus sucesores los obispos legítimos, hasta el que desempeña hoy el cargo en la comunidad y,
- la verdad se desplaza a la institución.
Todos estos deslizamientos de lo que es el camino religioso y de lo que es la verdad religiosa ocultan al maestro espiritual, ocultan lo que es el proceso interior y paralizan, además, la fuerza investigadora de la filosofía.