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¿Qué dicen las cosas?

La muerte, la gran cazadora, ya me está alcanzando. Sé que es implacable, pero no es enemiga. He de apresurarme a escuchar lo que dicen todas y cada una de las cosas.
Me hablan claramente y me dicen:

No somos lo que te dicen tus sentidos. Tampoco somos la interpretación que haces de nosotras, según el PAC cultural que te rige.
Somos lo que decimos, no lo que tú nos haces decir. Escúchanos y te hablaremos sin palabras, y nos comprenderás.
No vengas a nosotras esperando algo.
No vengas diciéndonos lo que somos. Cállate.
Si te interesas por nosotras, y no por lo que piensas conseguir de nosotras, si tu interés es verdadero, porque sí, porque estamos frente a ti y contigo, te hablaremos claro.

Si tu interés por nosotras es débil, nuestro hablar será casi inaudible para ti, aunque nosotras siempre hablamos fuerte, a gritos en ocasiones. Si tu interés es fuerte, intenso y verdadero oirás claramente nuestro mensaje, nuestro discurso.
Si apartas el ruido de tu mente y de tu sentir, nos escucharás, porque nosotras siempre hablamos.
Vuélvete a nosotras y nosotras nos volveremos a ti.
Si nos vuelves la espalda porque estás ocupado contigo mismo o con el provecho que buscas en todo, nosotras enmudeceremos y seremos únicamente lo que tú y los tuyos dicen que somos.

Somos misteriosas, somos el misterio. El gran misterio del cosmos inmenso es nuestro propio misterio. El misterio y nosotras somos uno.
Nosotras somos el ciprés que hay delante de tu casa, somos los arbustos de tu jardín, los árboles, las plantas del suelo a las que no les prestas atención, las flores de la primavera, las rosas que florecen siete meses al año.
Somos los gorriones que se refugian en la glicinia que hay ante tu ventana, somos  las tórtolas que se aparejan en las ramas del árbol seco, somos las palomas que, en bandada, dan una vuelta varias veces al día por encima del pueblo.
Somos el cielo fresco de los amaneceres, somos el cálido mediodía, y el esplendor siempre diferente de los atardeceres.
Somos los cielos de las noches de luna, los cielos estrellados que abren a los mundos inmensos, somos los cielos oscuros cubiertos de nubes.
Somos el inmenso enigma proclamado por las nubes que recorren los cielos y que dan la vida con las lluvias.
Somos las montañas que apuntan al cielo, los valles y llanuras que habitan los hombres, los ríos y arroyos que son la alegría y la vida de todos los vivientes.
Somos los mares bravos y mansos y la inmensa variedad de sus habitantes.
Somos todos los animales e insectos que habitan la tierra.
Somos los hombres y mujeres que habitan las ciudades. Somos sus penas y alegrías.
Somos las estrellas, las galaxias, los planetas que pueblan las inmensidades de los mundos.
Somos tú mismo y los tuyos.

Todos los seres somos perecederos, no poseemos nuestro propio ser, somos sin naturaleza propia.
Gracias a que somos perecederos, podéis discernir con facilidad entre nosotros y el gran misterio.
Somos vuestras modelaciones, vuestras compartimentaciones según las conveniencias de vuestro organismo y vuestras necesidades.
Nuestro ser es el misterio de los mundos inmensos.
No somos nada fuera de ese misterio. Nuestro ser propio es nada.
Somos solo lo que vosotros os figuráis, es decir, nada propio.
Lo que os figuráis sobre nosotros resulta ser formas de Él.
Vosotros, cuando figuráis un mundo frente a vosotros, sentís que todo está a vuestro servicio.
Vosotros también sois una modelación, una figuración vuestra, nada con naturaleza propia.
Vuestro poder de modelación de los mundos, es el misterio mismo de los mundos. Cuando nos modeláis, Él es el que nos modela.
Así nos convertimos en formas pasajeras y, a la vez, perennes de Él.

Así lo que empieza siendo vuestras modelaciones, acaba  en el sin forma.
Como sus formas que somos, hablamos de Él.
Cada uno de nosotros proclama como es el misterio de los mundos.
Todos nosotros hacemos discursos diferentes sobre Él. Nuestros discursos son inagotables. Cada uno de nosotros somos inagotables como Él. Somos sin fondo.

Si nos amas de veras, te conduciremos a esos abismos.
Si quieres investigarle a Él, investíganos a nosotros.
No somos seres, ni cosas, somos la verdad sin forma.
Somos formas que hablan sin palabras de la verdad sin formas, de la verdad que jamás es una formulación.

Nuestra belleza proclama, para que todos lo comprendan, que somos gratuitos, incluso en las modelaciones a que nos sometéis.
Si somos gratuitos, con ello decimos que no somos relativos a vuestras necesidades, por tanto, que pertenecemos al ámbito de lo absoluto.
Todos los seres somos bellos, quienes nos aman nos verán incluso en nuestra fealdad.
Todos los seres somos bellos, porque todos somos el misterio de los mundos inmensos.
Somos bellos, porque somos la verdad. La verdad sin forma. Nosotros, a pesar de tener forma, si nos amas, verás que somos sin forma.
Si te interesas por nosotros de verdad, sin buscar nada para ti, te cogeremos de la mano y te llevaremos, a través de nuestra belleza, a nuestro fondo, que es el sin forma, el misterio de los mundos.

¿Qué es nuestra belleza?
Es el arte seductor del misterio de los mundos, para atraer a sí a quienes se creen algo.
La belleza es un gran  misterio, es el esplendor del misterio de los mundos.
Todos los seres somos el esplendor de la verdad, el mismo enigma de la verdad sin forma.
Todos los seres, que somos modelaciones tuyas, somos bellos, porque cuando tú modelas es Él el que modela. Tú no eres nadie fuera de Él.
Todos somos bellos, porque en todos se dice Él, explícitamente, sin intermediario.
Nuestra belleza es la mensajera de la verdad sin forma, que es el misterio de la inmensidad de los mundos.
Persigue nuestra belleza, porque esa persecución te llevará a nuestra verdad, que es la verdad sin forma de los mundos.
Los seres somos bellos y verdaderos, porque somos tu modelación, que es la modelación del misterio de los mundos.

Si nos investigas, le investigas.
Si nos amas, le amas.
Si nos sirves, le sirves.
Somos tú y tú eres nosotros.
No hay dualidad en los mundos.
Solo hay el misterio, que es la verdad, que es la belleza.

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