Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Nicholas Carr
La tercera parte de la población mundial ya es ‘internauta’. La revolución digital crece veloz. Nicholas Carr, en su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011) reflexiona sobre el fenómeno. “En mi opinión- afirma en una entrevista-, nos estamos dirigiendo hacia un ideal muy utilitario, donde lo importante es lo eficiente que uno es procesando información y donde deja de apreciarse el pensamiento contemplativo, abierto, que no necesariamente tiene un fin práctico y que, sin embargo, estimula la creatividad.
La tercera parte de la población mundial ya es ‘internauta’. La revolución digital crece veloz. Nicholas Carr, en su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011) reflexiona sobre el fenómeno. “En mi opinión- afirma en una entrevista-, nos estamos dirigiendo hacia un ideal muy utilitario, donde lo importante es lo eficiente que uno es procesando información y donde deja de apreciarse el pensamiento contemplativo, abierto, que no necesariamente tiene un fin práctico y que, sin embargo, estimula la creatividad. La ciencia habla claro en ese sentido: la habilidad de concentrarse en una sola cosa es clave en la memoria a largo plazo, en el pensamiento crítico y conceptual, y en muchas formas de creatividad. Incluso las emociones y la empatía precisan de tiempo para ser procesadas. Si no invertimos ese tiempo, nos deshumanizamos cada vez más. Yo simplemente me limito a alertar sobre la dirección que estamos tomando y sobre lo que estamos sacrificando al sumergirnos en el mundo digital. Un primer paso es ser conscientes de ello”.
[Selección: pgs. 250-266] Cuando un carpintero coge un martillo, el martillo se convierte, por lo que a su cerebro se refiere, en parte de su mano. Cuando un soldado se lleva unos prismáticos a la vista, su cerebro ve a través de un nuevo par de ojos, adaptándose instantáneamente a un campo visual muy diferente. […] Nuestra habilidad para combinar todo tipo de herramientas es una de las cualidades que más nos distinguen como especie. También es lo que nos hace tan buenos a la hora de inventarlas. Nuestros cerebros pueden imaginar la mecánica y los beneficios de utilizar un nuevo dispositivo antes de que el dispositivo exista. […] Toda herramienta impone limitaciones, aunque también abra posibilidades. Cuanto más la usemos, más nos amoldaremos a su forma y función. […] Marshall McLuhan escribió que nuestras herramientas acaban por “adormecer” cualquiera de las partes de nuestro cuerpo que “amplifican”. Cuando extendemos una parte de nosotros mismos de forma artificial, también nos distanciamos de la parte así amplificada y de sus funciones naturales. Cuando se inventó el telar mecánico, los tejedores pudieron fabricar en una jornada laboral mucha más tela de la que habían podido hacer a mano, pero sacrificaron parte de su destreza manual, por no hablar de su “sensación” del tejido. Sus dedos, en términos de McLuhan, se adormecieron. De manera similar, […] al volante de nuestro coche podemos cubrir una distancia mucho mayor de la que recorreríamos a pie, pero perdemos esa íntima conexión del caminante con la tierra. […] Las herramientas de la mente amplifican y a la vez adormecen las más íntimas y humanas de nuestras capacidades naturales: las de la razón, la percepción, la memoria, la emoción. El reloj mecánico, por muchas bendiciones que otorgara, nos apartó del flujo natural del tiempo. Cuando Lewis Mumford describió cómo los relojes modernos habían ayudado a “crear la creencia en un mundo independiente hecho de secuencias matemáticamente mensurables”, también subrayó que, en consecuencia los relojes “habían desvinculado el tiempo de los acontecimientos humanos”. Wizenbaum argumentaba que la concepción del mundo surgida de los instrumentos de medida del tiempo “era y sigue siendo una versión empobrecida de la anterior, ya que se basa en un rechazo de las experiencias directas que formaban la base y de hecho constituían la vieja realidad”. Al decidir cuándo comer, trabajar, dormir o despertar, dejamos de escuchar nuestros sentidos y comenzamos a obedecer al reloj. Nos volvimos mucho más científicos, pero también nos hicimos un poco más mecánicos. Incluso una herramienta tan aparentemente simple y benigna como el mapa tuvo un efecto anestésico. Las habilidades de navegación de nuestros antepasados se ampliaron enormemente con la cartografía. La gente pudo recorrer con confianza tierras y mares que nunca había visto, avance que impulsó una expansión histórica de la exploración, el comercio y la guerra. […] El mapa es una representación abstracta, bidimensional, del espacio, que se interpone entre el lector de mapas y su percepción real de la Tierra. […]
Al explicar cómo las tecnologías adormecen las mismas facultades que amplifican, McLuhan no trataba de idealizar la sociedad tal como era antes de la invención de los mapas, los relojes o los telares mecánicos. La alienación, entendía él, es un inevitable subproducto del uso de la tecnología. Siempre que utilizamos una herramienta para ejercer un mayor control sobre el mundo exterior, cambiamos nuestra relación con ese mundo. […] El argumento de McLuhan es que una evaluación honrada de cualquier nueva tecnología, o del progreso en general, requiere una sensibilidad hacia lo que se ha perdido, así como para lo ganado. No debemos permitir que las glorias de la tecnología nos cieguen ante la posibilidad de que hayamos adormecido una parte esencial de nuestro ser.
Como medio universal, como extensión sumamente versátil de nuestros sentidos, nuestro conocimiento y nuestra memoria, el ordenador conectado a la Red es un amplificador neuronal de un alcance particularmente grande. Sus efectos adormecedores son igualmente fuertes. Norman Doidge explica que “el ordenador extiende las capacidades de procesamiento de nuestro sistema nervioso central”; y durante ese proceso, “también lo altera”. Los medios de comunicación electrónicos “son tan efectivos en la alteración del sistema nervioso porque ambos funcionan de manera similar, son básicamente compatibles y pueden vincularse con facilidad”. Gracias a su plasticidad, el sistema nervioso “puede aprovecharse de esta compatibilidad y combinarse con los medios de comunicación electrónicos, construyendo un solo sistema más grande”. […] A medida que “externalizamos” la resolución de problemas y otras tareas cognitivas a nuestros ordenadores, vamos reduciendo la capacidad de nuestro cerebro “para construir estructuras estables de conocimientos” –esquemas, en otras palabras- que luego puedan aplicarse a nuevas situaciones”. […] Queremos programas amables y serviciales. ¿Por qué no íbamos a quererlos? Sin embargo, a medida que vamos cediendo al silicio la fatiga del pensar, lo más probable es que estemos mermando el potencial de nuestro cerebro de maneras sutiles pero significativas. Cuando un obrero que se dedica a cavar zanjas cambia su pala por una excavadora, los músculos de su brazo se debilitan, por más que él multiplique su eficacia. Un intercambio muy similar a éste podría estar llevándose a cabo cuando automatizamos el trabajo de la mente.
[…] Los estímulos de la Red, como los de la ciudad, pueden ser vigorizantes, estimulantes. No queremos renunciar a ellos. Pero también son una agotadora y constante distracción. Fácilmente pueden, como entendió Hawthorne, acallar toda forma de pensamiento más tranquilo. Uno de los mayores riesgos a que nos enfrentamos al automatizar el trabajo de nuestras mentes, cuando cedemos el control sobre el flujo de nuestros pensamientos y recuerdos a un sistema electrónico de gran alcance, es el que suscita los temores del científico Joseph Weizenbaum y el artista Richard Foreman: una lenta erosión de nuestra humanidad. No sólo el pensamiento profundo requiere una mente tranquila, atenta. También la empatía y la compasión. […] En un experimento reciente, Damasio y sus colegas pusieron a sus voluntarios a escuchar historias que describían a personas que padecían dolor físico o psicológico. A continuación, los sujetos del experimento fueron introducidos en una máquina de resonancia magnética y sus cerebros escaneados mientras se les pedía que recordaran las historias escuchadas. El experimento reveló que mientras que el cerebro humano reacciona muy rápidamente a las manifestaciones de dolor físico, el proceso mental más sofisticado de empatía con el sufrimiento psicológico se desarrolla mucho más lentamente. Se necesita tiempo, descubrieron los investigadores, para que el cerebro “trascienda más allá de la participación inmediata del cuerpo y empiece a entender y sentir “las dimensiones psicológicas y morales de una situación”.El experimento indica, dicen los estudiosos, que cuanto más distraídos nos volvemos, menos capaces somos de experimentar las formas más sutiles y más claramente humanas de la empatía, la compasión y otras emociones. Si las cosas están sucediendo demasiado rápido, no siempre se pueden asimilar bien las emociones acerca de los estados psicológicos de otras personas.
Sería temerario saltar a la conclusión de que Internet está minando nuestro sentido moral. Pero no sería aventurado sugerir que, a medida que la Red redibuja nuestro camino vital y disminuye nuestra capacidad para la contemplación, está alterando la profundidad de nuestras emociones y nuestros pensamientos.
selección del libro: Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Madrid, Taurus, 2011. 340 p. (pgs. 250-266)