Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos. Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana. Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
¿QUÉ HUMANIDADES? ¿QUÉ CONOCIMIENTO?
Josep Maria Lozano*
Vamos todos repitiendo obedientemente el mantra «sociedad del conocimiento». Pero, ¿qué sociedad y qué conocimiento?
En la sociedad que parece emerger, la vieja división entre cultura literaria y cultura tecnocientífica queda en un segundo lugar. En realidad, la sociología recreativa insiste en que la división entre ambas culturas se ha resuelto a favor de la tecnociencia. A pesar de eso, la «crisis de las humanidades» sólo ha llegado a ser comprendida muy recientemente a través de pensadores como George Steiner o Peter Sloterdijk. Éste último afirmaba no hace mucho que «la cultura humanista, basada en el libro y en una educación monopolizada por el sacerdote y el maestro, ha perdido definitivamente su capacidad para moldear al hombre».
Desde la aceptación de dicha crisis, ¿pueden tener todavía algún papel las humanidades en la emergente (ehem!) sociedad del conocimiento? Hay ciertas tendencias que, a mi parecer, lo confirman, siempre y cuando las humanidades sepan asumir las nuevas condiciones sociales y culturales. Hasta hace poco el peso se decantaba hacia el hecho de compartir un fondo común del saber (el Allgemeine Bildung de los alemanes, la educación liberal británica). El famoso canon occidental de Harold Bloom es, probablemente el último canto nostálgico a favor de esta visión de la tradición. Pero en el presente, la mezcla entre conocimiento aplicado, especializado y la necesaria comprehensión y capacidad de integración creará saberes mestizos, experiencias altamente interdisciplinares. La distinción entre especialistas y generalistas, pues, no tendrá sentido; la separación entre ciencias y letras todavía menos; y la dependencia excesiva del pasado y de “una” tradición tampoco.
La visión integral del conocimiento y la futura posibilidad de sus aplicaciones productivas y de sus desarrollos innovadores dependerá menos de la genialidad del sabio que de la creación de organizaciones inteligentes, organizaciones que aprenden e intercambian el saber, donde sus miembros son capaces de hacerse comprender por otros que no poseen la misma base de conocimientos. Dicen que en la sociedad del conocimiento la verdadera inversión se hace en personas y en su capital intelectual. Y dicen también que será también una sociedad global. Desde esta perspectiva, el saber no puede ser sólo occidental. Deberá estar entrenado en la interculturalidad, en el conocimiento de tradiciones distintas, en el diálogo con valores y creencias ajenas a la propia cultura. Etnocentrismo y cosmopolitismo se convertirán en polos necesarios e inseparables. El nuevo humanista será aquel mediador dotado de una cierta hermenéutica que haga comprensibles el babel de culturas y saberes; el nuevo humanista desarrollará una sabiduría que le ayude a discernir los riesgos y posibilidades de cada situación.
La necesidad de dar sentido a nuestras vidas y de reconstruir nuestras identidades requerirá que se facilite el acceso a la gran herencia del pasado, un acceso que potencie una mayor lucidez para situarnos en el presente. Porque, por cierto, aunque todo cambie, ni el mundo ni la condición humana empiezan hoy. Y por eso, ante determinadas actuaciones o declaraciones, no dejan de resonar en mis oídos estas desoladas palabras: “especialistas sin espíritu, hedonistas sin corazón, estas nulidades se imaginan haber alcanzado un estadio de la humanidad superior a todos los anteriores”.
Este nuevo giro de la sociedad significa un campo de oportunidades para las humanidades, sobre todo si se acierta en el camino de su reformulación, o bien puede representar la causa definitiva de su desaparición de la esfera pública. Por eso, el futuro de las humanidades no pasa, prioritariamente, por las facultades de letras. Hoy son médicos, tecnólogos, ingenieros, empresarios, directivos, funcionarios de las administraciones los que están reclamando, en un mundo altamente especializado, una aproximación a la dimensión más profunda de la humanidad, aquella que debería estar presente en la base de su disciplina y de su profesión. Si es cierto que las organizaciones están formadas por personas, y si hoy hemos llegado a la conclusión de que el motor y lo más preciado de las personas es su capital intelectual, ¿alguien puede tener dudas de que las humanidades tienen algo que decir en este tercer milenio que ahora comienza? Pero, ¿qué tipo de aproximación a las humanidades necesitamos?
(Por cierto: la última cita era de Weber, en las páginas finales de su estudio sobre los orígenes del capitalismo)
* Fragmento de la obra de Josep M. Lozano. Persona, empresa y sociedad. Barcelona: Infonomía, 2006. pgs. 165-167. Lozano es profesor de ESADE (Barcelona)