Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
CREACIÓN Y ATENCIÓN PLENA
Krishnamurti (extractos de: Diario. Barcelona, Edhasa, 1983)
La creación no es para el talentoso, para el dotado, para éstos es la creatividad pero nunca la creación. La creación está más allá del pensamiento y de la imagen, más allá de la palabra y la expresión. No es para ser comunicada porque no puede formularse, no puede envolverse en palabras. Puede sentirse en estado de completa y lúcida atención. No es posible utilizarla y exhibirla en el mercado para que se la regatee y se la venda.
El cerebro total, con sus ocultas urgencias secretas y sus empeños, con sus múltiples variedades de astutas virtudes, debe hallarse completamente silencioso, mudo, pero sin embargo alerta y sereno
Ver sin el pensamiento, sin la palabra, sin la respuesta de la memoria, es por completo diferente de ver con el pensamiento y el sentimiento. Lo que uno ve con el pensamiento es superficial; entonces el ver es tan sólo parcial. Esto no es ver en absoluto. El ver total es el ver sin el pensamiento. Ver una nube sobre una montaña sin el pensamiento y sus respuestas, es el milagro de lo nuevo; ello no es «hermoso», es algo explosivo en su inmensidad; es algo que nunca ha sido y que ya jamás será. Para ver, para escuchar, es preciso que toda la conciencia esté quieta a fin de que la destructiva creación pueda ser. Ello es la totalidad de la vida y no el fragmento que implica todo pensar. No hay «belleza», sino sólo una nube sobre una montaña, eso es creación.
Qué pocos son los que ven las montañas, o una nube. Miran, hacen alguna observación y siguen de largo. Las palabras, los gestos, las emociones impiden ver. Se le da un nombre a un árbol, a una flor, se les pone en categorías, y «eso es tal cosa o tal otra».
La belleza y el amor conocidos por el pensamiento son los opuestos de la fealdad y el odio. La belleza no tiene opuesto, ni lo tiene el amor. La belleza no es del pensamiento ni del sentimiento, ella nada tiene que ver con el emocionalismo o el sentimentalismo.
El «ver» no existe si hay condena o justificación o identificación con el hecho. El «ver» sólo es posible cuando el cerebro no participa activamente sino que observa, absteniéndose de clasificar, juzgar o evaluar.
Para ver debe haber humildad, y la esencia de la humildad es la inocencia. Ahí está esa montaña iluminada por el sol de la tarde; verla por vez primera, verla, como si nunca se la hubiera visto antes, verla con inocencia, verla con ojos que han sido bañados por el vacío, con ojos no marcados por el conocimiento –entonces el ver es una experiencia extraordinaria. La palabra experiencia es fea, se asocia con emoción, conocimiento, continuidad; este ver no es ninguna de estas cosas. Es algo totalmente nuevo. Para ver esta cualidad de lo nuevo tiene que haber humildad, esa humildad que nunca ha sido contaminada por el orgullo, por la vanidad.
Se «ve» con la totalidad del propio ser, el que no se halla en estado de necesidad, conflicto y opción, en estado de pasividad activa; el cerebro permanece completamente quieto, despierto en su totalidad. Ese «ver» es el milagro de la humildad, no es tonto romanticismo ni sentimentalidad con sus crueldades y humores, ni emoción con sus olas de entusiasmo y depresión. Es algo tan completamente nuevo, que en esta atención total sólo hay silencio. Lo nuevo existe desde este vacío.
Hay atención cuando el cerebro está totalmente quieto; vivo y sensible, pero quieto. Ahí no hay un centro desde el cual atender, mientras que la concentración tiene un centro con sus exclusiones. La atención, el ver completo e instantáneo, termina con la soberbia. Este «estado» despierto es humildad. La atención es virtud porque en ella florecen la bondad y la caridad. Sin humildad no hay virtud.