Etty Hillesum Aceptación puede sonar a pasividad, puede confundirse con la aprobación indiferente, con la resignación. El testimonio de Etty Hillesum, escribiendo desde los campos de concentración, es un ejemplo esclarecedor del sentido de una aceptación plena que es implicación y acción, pero desde la comprensión, desde una acogida radical de la realidad, se muestre como se muestre.
Cultivo de la cualidad simplemente humana en el ámbito empresarial
¿Qué lenguaje, que viabilidad pediría al legado de las tradiciones, para que pudiera ser ofrecido como cultivo de la cualidad simplemente humana a los profesionales de forma que quede, también, abierta la puerta a una dimensión posterior?
Por Guy Jiménez
En el ámbito empresarial, no cabe la gratuidad. El sistema económico, basado en la transacción, conlleva como valor implícito la consecución de un beneficio, como garantía de la supervivencia de un sistema o de una organización. Por ese motivo, en el ámbito profesional, abordar la espiritualidad o estudiar el legado de las tradiciones podría plantearse como medio, pero no como fin. ¿Medio para qué? Para acceder a una Calidad Humana que a su vez repercute en beneficios para la organización o para sus miembros. Aquí evidentemente la palabra “beneficio” ha de interpretarse en sentido amplio. Tanto individual como colectivo, tanto a corto, como a medio y largo plazo. Este acceso, a su vez, ¿podría abrir la puerta a una dimensión posterior, esta vez desinteresada? Es decir, ¿podría desvelar otra percepción de la llamada realidad?
Es muy probable. Pero aparecerían más como efectos secundarios beneficiosos, consecuencias inesperadas, que como motor de desarrollo. Como expondremos a continuación, queda patente la necesidad de adquisición de nuevas competencias en el ámbito empresarial, la aparición de nuevos comportamientos para seguir generando beneficios inmediatos y a largo plazo. Pero es probable que, como efecto colateral, al perseguir la adquisición de estas nuevas competencias el profesional descubra la existencia de esta dimensión no-relativa a su búsqueda interesada. Es decir, que al buscar una cosa se topa con la otra. Y que al toparse con ella, descubra que esta era en realidad su auténtica búsqueda.
Las organizaciones de hoy se están dando cuenta de que aparecen cada vez más problemas aparentemente irresolubles (en los cuales las opciones planteadas varían entre “mal” o “muy mal”) con más intereses opuestos, mas contradicciones aparentes. Gestionar esas situaciones desde la primera línea tiene a su vez un impacto sobre los individuos y un coste altísimo. Lo enunciaba Albert Einstein en el siglo pasado: “Los problemas no se resuelven al mismo nivel conceptual que se han generado”. Se percibe la necesidad de un cambio de paradigma conceptual, un cambio cualitativo. Ya no se trata de buscar la “buena solución” a los problemas planteados, sino de reconsiderar nuestra manera de plantear los problemas. Forzosamente, implica otro nivel de pensamiento, y lógicamente otra cultura organizativa, otras competencias profesionales y directivas. Hoy, la gestión empresarial implica la sana gestión de uno mismo como paso previo. Un “uno mismo” con “Calidad Humana” es decir capacidad de observar y aprender naturalmente situaciones cada vez más complejas, marcar rumbo en la tormenta al disponer de criterios internos inquebrantables, competencias relacionales basadas en el conocimiento y la comprensión del otro y de sus necesidades, noción de beneficio compartido entre personas, empresas, agrupaciones, etc.
En este desarrollo de una Calidad Humana Profesional Perenne, las Tradiciones representan una fuente, aunque no exclusiva: la filosofía, así como las ciencias humanas en general -la sociología, la antropología, la psicología entre otras- aportan recursos y perspectivas diferentes y complementarias. Incluso afirmaría que las tradiciones salen con un handicap importante: su lenguaje, sus palabras han sido desvirtuadas y explotadas durante siglos: hoy día están marcadas social e históricamente y llevan los estigmas de personas y situaciones lamentables. A diferencia de las ciencias sociales, cuyo lenguaje y lógica encaja plenamente con los valores de nuestro siglo, las tradiciones religiosas nos llegan cargadas de valores, rituales y lenguaje de otras culturas, de otros tiempos. Esto genera una incomprensión, por no decir un rechazo, que nos plantea un reto para aprovechar plenamente sus mensajes cargados de la sabiduría milenaria tan necesaria en la época actual. Una primera tarea sería la de descodificar el legado de las tradiciones.
A priori, no estamos dispuestos a integrar una cultura ajena para impregnarnos de conceptos y valores generados en un entorno desconocido.
Incluso se puede sospechar de aquellas personas dispuestas a hacerlo. En muchos casos, sus motivaciones podrían ser:
– un interés folklórico (“Hacer el Indio”) donde la reproducción por puro mimetismo de una simbología y unos rituales ajenos, aunque respetables, carecerían completamente de sentido profundo
– o más sencillamente por rechazo a su propia cultura. Al no encontrar en la cultura propia la riqueza y la profundidad esperada, se da la vuelta y busca respuestas en aquellas culturas que han sabido generarla.
Ninguna de las dos opciones es deseable. Lo más correcto, lo natural, sería permitir y potenciar la evolución de la propia cultura antes de adquirir una cultura ajena con poco sentido una vez decontextualizada.
Esta descodificación de las tradiciones implicaría por lo tanto indagar y trasladar la esencia de los mensajes de las tradiciones, depurándolo de sus connotaciones culturales, probablemente válidas e inteligibles por los individuos inmersos en el contexto en el que se generaron, pero careciendo de sentido en el mundo de hoy e incluso, provocando rechazo e incomprensión de la mayoría.
Implica disponer de un “diccionario” que permita traducir, en nociones universales y ontológicas, inventar y utilizar un lenguaje adaptado a nuestro contexto cultural y que respete las siguientes condiciones:
- Rentabilidad visible a corto plazo: que se perciba como “un esfuerzo que vale la pena”, que aunque uno no se dedique profesionalmente a ello, algo pueda sacar.
- Accesibilidad universal (no elitista): los beneficios dirigidos a unos cuantos (los visionarios, los intelectuales, los artistas, los místicos, etc,) tienden a provocar rechazo en una sociedad en la cual se han abolido (eso dicen) los privilegios. Sin caer en una absurda lógica igualitaria es importante destacar que cualquier persona que no arrastre determinados problemas de orden fisiológico o psicológico pueda acceder y beneficiarse (aunque a niveles diferentes) del legado de las tradiciones, es decir del cultivo de la cualidad humana.
- Transparencia (frente al ocultismo o peor aún, el esoterismo): en una sociedad regida por el pensamiento científico y el empirismo, se ha de huir de todo tipo de parafernalia esotérica que forzosamente puede indisponer a la mayoría. Hablar de fuerzas ocultas, de energías, de antepasados o incluso de Buda puede “caer muy lejos” y provocar una enmienda a la totalidad.
- Que arranque desde una perspectiva individual (no colectivista, ni dependiente)
- Que no incomode por afirmaciones definitivas o necesidad de creencias, no vinculado con pensadores conocidos o dogmatismos intelectuales algunos
- No vinculado con un fenómeno de moda, a una corriente de pensamiento concreto
- Que encaje o coincida con aspectos conocidos o al menos fácilmente contrastables
- Contextualizado en el mundo de hoy, sin referencias a sociedades, creencias, sistemas de valores de nuestros antepasados. Que sea “moderno” (aunque no de moda) y reconociendo (aunque de manera crítica) la utilidad de los valores de hoy: el prestigio del mercado, la necesidad de democracia, la necesidad de seguridad y de progreso científico, tecnológico y económico.
- Que se pudiera entrar de manera progresiva, incluso echarse atrás. Que no exija de entrada una entrega total y absoluta (percibida como sectaria), una renuncia previa a lo conseguido a lo largo de mi vida.
Un ejemplo: la metàfora de la montaña.
Mucha gente puede practicar la escalada, aunque pocos acabaran subiendo un 8000 metros. Y aún menos se dedicarán a eso profesionalmente.
¿Qué empuja a escalar?
- La existencia de las montañas, su presencia indiscutible, su permanencia desafiante, su llamada indirecta
- Las experiencias y los relatos de los primeros escaladores, que pueden contagiar, por su entusiasmo y su pasión, ese afán de descubrimiento y de superación.
- pero también la posibilidad de entrar de manera progresiva: la excursión en el valle ya proporciona una aventura, un contacto directo con algo más grande que uno mismo, una “liberación” de la condición humana difícil de explicar si no es a través de la experiencia directa. Luego, estudiando técnicas de escalar, uno puede atreverse a escalar un primer pico. La experiencia será totalmente diferente de la del paseo por el valle y es cuando el aficionado puede empezar a considerar en serio que aquí hay algo más grande de lo que había pensado de entrada. Finalmente, sólo serán unos pocos los que escalarán (e incluso para algunos sin oxígeno) las grandes alturas.
- Y el reto, es decir la posibilidad de superar las aparentes limitaciones de la condición humana.
Para ilustrar estos criterios, un ejemplo sencillo sería la necesidad para el directivo de hoy de poder gestionar de manera adecuada su energía, para ejercer con pleno rendimiento en los momentos necesarios su capacidad de concentración. Esto implica saber modular por un lado sus estados de atención (desde una atención muy focalizada a una atención receptiva, abierta) y por el otro su gasto energético (desde muy intenso a muy relajado). Implica expandir la zona de funcionamiento habitual, ampliarla hacia una zona expandida que le permitirá en los momentos necesarios alcanzar el estado de concentración máxima pero implica a la vez saber alcanzar estados de recuperación profunda (que no sea ni el sueño ni el consumo de sustancias).
Es aquí donde las tradiciones nos aportan la sabiduría seculares de técnicas diversas: todo tipo de prácticas de silenciamiento, desde la tradición budista a la sufi pasando por la cristiana nos conducen de una manera u otra a este estado, aquí llamado “de recuperación profunda”.
Lo destacable será que una de las consecuencias, al alcanzar los estados de recuperación profunda, aparece la calidad humana profunda, no relativa. Es decir, pasa algo más que lo estrictamente perseguido desde una vertiente operativa y pragmática.
Otro ejemplo, desgraciadamente muy de actualidad en las organizaciones profesionales: trabajar con un manejo inteligente del estrés. En el ámbito profesional, es un tema que se ha de abordar desde diferentes enfoques y alternativas: el enfoque físico, el enfoque nutricional, el enfoque medioambiental, el enfoque mental, el enfoque emocional, el enfoque espiritual/ trans-personal. Este último, combinado con aspectos más familiares, conocidos y reconocidos por los profesionales, permitirá aprovechar la sabiduría de las tradiciones, siempre que se cumpla esa “descodificación” del lenguaje y de las referencias culturales.
Desde estos sencillos ejemplos se puede idear un plan sistemático para desarrollar a fondo el talento y las competencias humanas de las organizaciones, teniendo claro que también abrirá eventualmente las puertas a la dimensión no-relativa.
De hecho, estudiando las dimensiones de la “calidad humana en el trabajo” planteadas desde el ámbito de la formación y del desarrollo profesional (gráfico 2) es interesante observar que “descodificados” hacen referencia a esos aspectos que nos han venido transmitiendo las tradiciones de sabiduría desde siglos:
Fuente: www.calidadhumana.org
- Optimismo inteligente: Una actitud optimista, de confianza en la vida, perseverante, alegre.
- Autoestima sólida: desegocentrada, basada en una indagación profunda del YO.
- Comunicación eficaz: manejo de los códigos relacionales, reinventando la relación con el otro desde una perspectiva fresca y no-dual, es decir abierta y honesta.
- Actitudes positivas: predisposición, apertura, visión constructiva.
- Metas tiempo y hábitos: Sentido, orientación clara, hábitos sanos.
- Valores humanos: compartidos, adaptados y congruentes, rechazando cualquier tipo de creencia y dogmatismo.
- Manejo adecuado del conflicto: buscando soluciones más allá de la lógica ganador/ perdedor, involucrándose de manera responsable en la resolución
- Manejo inteligente del estrés: desde la perspectiva de la integralidad
- Trabajo en equipo como paradigma de la relación con el otro, de la búsqueda de sentido a través de la colaboración, de la integración absoluta de elementos interdependientes.
- Actitud de servicio, solidaridad, fraternidad.
A modo de conclusión, quedaría una condición adicional, una asignatura pendiente: saber concretar un lenguaje que permita hablar de “Eso” sin tapujos. Para poder retirar definitivamente la palabra “espiritualidad”, muy desgastada y marcada cultural y axiologicamente, hemos de ser capaces de normalizar esta dimensión no-relativa, a la que el ser humano, por su condición de hablante, tiene acceso. No dudo que este acceso socialmente normalizado acabará convirtiéndose en un paso natural más en la evolución de la humanidad.
Guy Jiménez
es coach de empresas