Marià Corbí “Un anciano explicó que Yajnadatta creía que había perdido la cabeza y se puso a buscarla, pero una vez detuvo la mente que buscaba, encontró que todo estaba bien”... LAS ENSEÑANZAS ZEN DEL MAESTRO LIN-CHI (China, s.IX), es uno de los textos que se están trabajando este curso en CETR. He aquí una pequeña selección de la obra y un comentario de Marià Corbí sobre la propuesta del maestro Lin-Chi. La edición castellana utilizada en el seminario está a cargo de B. Watson (Los Libros de la Liebre de Marzo).
El sermón del despertar
Con comentarios de Marià Corbí (*)
La esencia del camino es el desapego. Y el objetivo de aquellos que practican es liberarse de las apariencias. Se dice en los sutras: ‘el desapego es iluminación porque niega las apariencias’. La budeidad significa conciencia.
La esencia del camino es el desapego. No ligarse a realidad alguna es la esencia del camino. El desapego equivale a no ligarse a lo que parecen ser las cosas. Por eso los sutras dicen que el desapego es iluminación, porque niega las apariencias, niega lo que parecen ser las cosas, lo que creemos que son.
Una cosa es lo que parece ser el mundo de las cosas para nosotros, vivientes necesitados, y otra es lo que ahí es. La iluminación es comprender que lo que hay no es el mundo de cosas que a nosotros nos parece ser.
La budeidad significa lucidez de conciencia. Aquellos cuyas mentes alcanzan ese grado de lucidez sobre la realidad de lo que parece ser, alcanzan el camino de la iluminación y son los llamados budas. Los que se liberan a sí mismos de dar por reales las apariencias, incluso la apariencia de ellos mismos, y comprenden, esos son llamados budas. La iluminación pasa, pues, por el abandono de la epistemología mítica.
Comprender las apariencias como no apariencias, es decir, como no reales, como ni sujetos ni objetos, no puede apreciarse sólo visualmente, sino que precisa conocerse mediante la sabiduría.
[…]
Trascender vida y muerte es abandonar el hogar. No sufrir otra existencia es alcanzar el Camino. No aferrarse a la ignorancia es sabiduría. La no aflicción es el nirvana. Y la no apariencia de la mente es la otra orilla.
Cuando eres ignorante, esta orilla existe. Pero cuando despiertas, deja de existir. Los mortales permanecen en esta orilla, pero aquellos que descubren el más grande de todos los vehículos no están ni en ésta ni en aquélla. Son capaces de vivir en ambas orillas. Aquellos que ven la otra orilla como diferenciada de ésta no comprenden el zen.
Otra gran afirmación de Bodhidharma: Trascender vida y muerte es abandonar el hogar.
Quien se sitúa más allá de la vida y de la muerte ha abandonado el hogar del ego y reside en un no-lugar. Porque ya no reside en ese hogar, que es la conciencia de ego, su residencia, su punto de referencia, se convierte en nadie en ningún lugar. Ese ni nace ni muere.
No sufrir otra existencia es alcanzar el camino.
Quien se pasa la vida transitando de expectativas en expectativas es como si transitara de una existencia a otra existencia; ese es un mortal condenado a transmigrar hasta el final de sus días. Por el contrario, quien conoce su realidad vacía, y la realidad vacía de todo, ya no transita de existencia en existencia, de expectativas en expectativas, porque ni hay nadie que transite, ni hay nada por donde transitar. Ese ha alcanzado el camino.
No crear ignorancia es iluminación. Quien no crea en otros la conciencia de ser alguien, es que es un iluminado. No aferrarse uno mismo a nada y soltar las manos de otros que se aferran, eso es sabiduría. La sabiduría es no aferrarse a nada, no agarrarse a nada, ni personas, ni cosas materiales, ni afirmaciones espirituales.
La no aflicción es nirvana.
La no aflicción no significa que no pueda haber condiciones personales o colectivas adversas y que causen dolor. La no aflicción es recibir todas esas contrariedades no habiendo nadie en casa, ni nadie ni nada fuera de casa. Si no hay nadie en casa, ni nadie ni nada fuera de casa, la aflicción es una no-aflicción. Esa aflicción no-aflicción es nirvana.
La no apariencia de la mente es la otra orilla. Cuando ya ni me aparece mi mente como mi mente, sino como la mente, es ya la otra orilla. Cuando mi mente ya no es mi mente, no hay nadie en casa; si no hay nadie en casa, no hay nadie ni nada en ninguna parte. Esa es la otra orilla.
Para el ignorante, esta orilla existe. Este mundo, compuesto de sujetos, objetos e individualidades existe. Cuando se despierta de la ignorancia, este mundo deja de existir. Ya no hay más objetos y sujetos, no hay más individualidades.
Los mortales, los que se creen un sujeto venido a este mundo, permanecen en esta orilla; aquellos que viajan con el más grande de los vehículos, no están ni en esta orilla ni en la otra. Se salen, por completo, de la dualidad de este mundo y el otro. Porque se han salido de toda dualidad, son capaces de vivir en ambas orillas.
Los que ven la otra orilla como diferenciada de ésta, no comprenden el zen. Esta orilla es aquella y aquella orilla es esta. Si no hay dos orillas, nada me es ajeno. El interés y el amor por este mundo son interés y amor por el otro, porque no hay dualidad ninguna. Esto es aquello y aquello es esto.
El que es un ignorante es un mortal, porque cree ser alguien venido a este mundo, que por tanto deberá marchar de él. El conocimiento es budeidad cuando es el reconocimiento de que aquí no hay nadie, sino es la naturaleza original, que es vacía de toda posible categorización. Por lo dicho en el párrafo anterior, la ignorancia y la budeidad no son lo mismo, pero tampoco son diferentes. No son lo mismo porque no es lo mismo vivir en un mundo de deseo/temor, recuerdos y expectativas, y por tanto de dolor, que vivir en la reconciliación, el reconocimiento, la paz y la felicidad de residir en el no-lugar. Pero tampoco son diferentes, porque no hay dualidad alguna.
Mientras somos ignorantes hay un mundo del que escapar, hay expectativas que conseguir, males que evitar. Cuando despertamos a la conciencia de nuestra vaciedad radical, no hay nada de lo que escapar, ni expectativa alguna que conseguir.
[…]
Prosigue Bodhidharma: la mente del sabio no hace que aparezca la realidad como un mundo de objetos, sujetos e individualidades, porque ni se considera nadie ni considera que haya nada frente a él. Se sitúa en el vacío absoluto de toda objetividad, subjetividad, individualidad y dualidad. Tampoco la realidad que ve hace que aparezca “su mente”. Si la realidad que tiene frente a él es nada de objetividad, frente a la nada de objetividad no puede aparecer la subjetividad.
Puesto que su mente y la realidad son vacías, son inmóviles. Por ello el sabio está siempre en samadhi. No reside en sí mismo, porque no hay sí mismo, ni reside en la realidad fuera de él, porque no hay tal cosa.
El texto continúa argumentando en la misma dirección: cuando aparece la mente mortal, desaparece la budeidad. Cuando considero la mente como “mi mente”, encubro el vacío absoluto con mis construcciones, con mis objetivaciones. Por la misma razón, cuando la mente que considero “mi mente” desaparece, desaparece con ella el mundo de objetos y sujetos que construyo y aparece la budeidad, es decir, el vacío absoluto de todo.
Podemos decir lo mismo de una forma contrapuesta a esta: cuando la mente desaparece, aparece la realidad. Cuando la mente que considero “mi mente” desaparece, entonces es cuando aparece lo verdaderamente real.
Quien sepa que nada depende de nada, habrá encontrado el camino. Cuando todo está vacío, ¿qué va a depender de qué? Cuando algo depende de algo hay dualidad, hay sujetos y objetos y por ello causalidad.
Quien, por el contrario, sepa que la mente depende de “nada”, siempre está en el lugar de la iluminación. ¿Por qué? Porque la mente que depende de “nada” ya no es una subjetividad, porque toda subjetividad siempre es frente a objetos. La mente que no es una subjetividad es nada, es la mente. Ese es el lugar de la iluminación.
O dicho con algo más de precisión: ese es el “no-lugar” de la iluminación, en el que nadie es iluminado con nada; ese no-lugar es el lugar del despertar a nuestra propia naturaleza.
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* El texto de Bodhidharma, en: Bodhidharma. Enseñanzas zen. Kairós, 1995. pgs. 65-93.
Esta versión comentada por Corbí se encuentra en: Marià Corbí. La puerta de la sabiduría. La cualidad humana en dos grandes Sutras budistas y en el Evangelio de Mateo. Bubok; Cetr, 2015. 270 p.