José Manuel Bobadilla Somos un animal con un doble acceso a la realidad. Un acceso relativo a las necesidades humanas dominado por las formas y otro no relativo a las necesidades humanas y liberado de las formas. Uno de nuestros principales sentidos, como animales depredadores que somos, es la mirada. Mirar el mundo es una forma de sentir el mundo y, por tanto, dependiendo de como lo miremos, nuestro sentir estará condicionado a ello. Miramos el mundo desde un lenguaje concreto y actualmente, el lenguaje que da forma a nuestra mirada, es el lenguaje abstracto de las ciencias y las tecnologías. Nuestra forma de mirar el mundo está construida desde la técnica; una mirada que instrumentaliza el entorno y nos impide volver a las cosas de una manera limpia, es decir, liberada de las formas en las formas.
En las sociedades de conocimiento, el dominio de lenguaje abstracto construye la barrera científica y tecnológica que nos dice que una flor es simplemente una flor, o como mucho, nos proporciona una mirada biológica de la flor. En ella no vemos el misterio de los mundos porque nuestro mirar está encerrado en el prisma científico y tecnológico.
El valor de des-aparecer
Si tienes el valor de quitarte de en medio,
puede llegar un día,
quizá un momento cumbre,
en que tu sombra brinque del suelo y te abandone.
Y la copa vacía de tu existencia,
(o de tu inexistencia)
inundada de luz,
haga crujir la luz,
reviente sus costuras
y como un enorme brazo abrace el Cosmos.
Si tienes el valor de quitarte de en medio…
No soy mis pensamientos. No soy mis sentimientos. No soy mis deseos. No soy mi cuerpo. Es una verdad inamovible que yo no soy lo que percibo o veo.
Entonces, ¿qué es lo que soy? Soy aquello que no puede ser pensado, ni sentido, ni deseado, ni concebido. La condición del despertar a lo que verdaderamente soy es mi propia desaparición. Sin dejar huella, Tan sólo se ilumina quien ha desaparecido, O quien ha muerto. Ningún ego particular (todo ego es particular) tiene acceso a la Luz si no se rompe.
Des-aparecer con todas mis circunstancias, despejarme y despojarme de ese ensueño malamente llamado la realidad.
Realizarse, ver la Verdad es sencillo: consiste tan sólo en borrarse, desbautizarse. Sólo entonces me daré de bruces con aquello que ya soy. No me refiero a un estéril nihilismo, sino a la liberación del enramado de hojarasca con que he formado el personaje de un escenario que, también falsamente, he llamado vida: al vacío absoluto de mi mente. La iluminación es la Nada en su más esplendorosa plenitud.
No es preciso hacer algo para iluminarse. Aquí –para decepción de los hiperactivos redentores comprometidos con la política o la religión- el esfuerzo es un obstáculo. El Ser –si le apetece otro apelativo, el lector puede buscarlo-, que es plenitud dejaría tal plenitud, y dejaría por tanto de ser Ser, si es que dependiera de la acción de aquellos mediadores o redentores que dicen completar la redención. O la creación. Nadie puede salvar a nadie, si previamente no ha autopulverizado su yo. Pero esto mismo es una fatua conceptualización que también será preciso erradicar. Tan solo en el silencio veré lo que en el fondo soy. No se trata de reformar mi casa, de cambiar los muebles de mi casa. O como dice Ramesh Balsekar, ver la realidad no implica, simplemente, un cambio en la dirección de tu visión sino un cambio en su mismo centro en el que el propio espectador desaparece. Todo eso no implica lucidez sino valor, el valor de atreverse a dar un salto, un gran salto en el vacío.
(en: Rafael Redondo Barba. El esplendor de la nada. Bilbao, Desclée de Brouwer, 2010. pgs. 90-91)