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La verdad no es un hogar

La verdad no es una casa donde morar, porque ninguna expresión o formulación construye las paredes de su cerca. La verdad se escapa siempre de toda cerca. Quien la quiera poseer amurallándola, es tan necio como el que quiera levantar un muro en medio del océano. La verdad, como el océano, ignora las fronteras, deshace las tapias, es incontrolable.

La verdad no es un techo, bajo el que protegerse, porque la verdad, como un huracán, levanta y se lleva todas las protecciones, como las hojas secas de los árboles.

La certeza que genera la verdad no se apoya en la protección que proporciona ni en lo delimitados que están sus contornos sino, por el contrario, en su pura e inevitable intemperie; en sus fronteras indefinibles; en su capacidad de invadir, como una inundación, todos los cercados; en su poder para filtrarse y huir de los muros más solidamente construidos.

La verdad convence, precisamente, porque está desnuda, como una noche de estrellas y vacía como el cielo inmenso.

La verdad confirma sin decir una palabra y sin hacer un solo gesto. La verdad guía sin señalar caminos; pacifica sin dar soluciones; da respuestas sin proponer fórmulas; es acogedora sin ofrecer un hogar; es un suelo donde poner los pies sin que sea un cercado; viste su desnudez con mil atuendos, pero después de presentarse ante nuestros ojos cuidadosamente vestida y adornada, cuando volvemos nuestros ojos hacia ella, se quita los adornos y las ropas y vuelve a quedarse de nuevo irremediablemente desnuda.

El rostro sin contornos de la verdad y sus ojos vacíos son firmes, serenos y tiernos. Su discurso sin palabras se envuelve, como con una túnica, con todo tipo de historias, creencias y formulaciones, para mostrar bajo esas telas su desnudez sin forma.

La verdad es implacable; deja expuestos a todos los vientos a los que quieren protegerse detrás de ella; aborrece y condena a quienes quieren utilizarla como el más potente de los instrumentos de poder; vuelve la espalda a quienes sólo piensan en sí mismos; endurece el corazón y la mirada de aquellos que la buscan sólo para tener en ella una garantía que les salve de su falta de calidad interna.

Sólo cuando uno aprende a tener el valor de quedarse en la total intemperie, sin techo que le proteja del cosmos inmenso, sin paredes que le resguarden de los vientos, sin refugio alguno; sólo cuando uno renuncia a poder disponer de un cercado donde sentirse menos insignificante en el vasto espacio; sólo cuando, con los años, uno aprende a no esperar que la verdad tenga un rostro tan delimitado y próximo como el de una mujer; sólo cuando se ha aprendido, por fin, a no intentar, de mil maneras, salvarse; sólo entonces, la verdad es inhóspita pero profundamente hospitalaria; despiadada como la inmensidad pero acogedora como una amante; vacía como un abismo pero haciéndose sentir con una presencia plena y cálida.

Cuando el conocimiento te reduce a una mota de polvo en los espacios estelares, ella se aproxima como amiga; cuando el fracaso de todos tus proyectos te ha llevado a desesperar de todo método seguro, acreditado y controlado de salvación, la verdad, piadosa, alarga su mano para cogerte.

La implacable y desnuda verdad sin forma, que nadie puede apropiarse, la que desmantela como un tornado toda cerca, la que es silenciosa y por ello indomable, esa misma verdad es tierna, cálida, piadosa, acogedora, protectora y guía; sólo ella es como una presencia íntima que engendra una certeza que es libre de toda forma y, por ello, puede acogerlo todo.

Dice Hui Hai
Si tu mente desea morar en alguna parte, no la sigas, de ese modo pondrás fin a la búsqueda de morada. Así es como terminarás poseyendo una mente que no more en parte alguna, una mente que permanezca en el estado de no-permanecer. Si eres plenamente consciente de que posees una mente que no mora en parte alguna, descubrirás que no hay lugar alguno en el que morar o no morar. (en: David Loy. No- dualidad. Barcelona: Kairós, 2000. pg. 163)

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