Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos.
Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana.
Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Quiero contarte mi propia experiencia
Selección de Francesc Torradeflot. Este monje y reformador francés del siglo XII, era un espiritual que se vio obligado por las circunstancias a implicarse mucho en su realidad social y política. Lleno, por ello, de claroscuros, quizá por eso es especialmente significativa su calidad humana profunda y la capacidad y gracia de su expresión.
Fue uno de los primeros espirituales en descubrir que además del «libro» de la creación y de la Escritura, había un libro aún más cercano que era el de la propia experiencia y, en su caso, ésta era una experiencia cálida, la del amor. La historia de la espiritualidad cristiana está marcada por esta manera de percibir, expresar y experimentar la dimensión absoluta de la realidad. Bernardo influyó muy especialmente en la espiritualidad afectiva del Císter, en la espiritualidad franciscana y también entre los místicos carmelitas.
«Ahora, ten un poco de paciencia con mi locura (2 Cor 11, 1). Quiero contarte, como prometí, mi propia experiencia en este ámbito. No es que sea importante (2 Cor 12, 1), pero lo cuento para que sea útil. Si sacas un provecho, me consolaré de mi locura. Si no, proclamaré mi locura. Admito que la Palabra viene también a mí, y -hablo locamente (2 Co 11, 17)- viene con frecuencia. Con tanta frecuencia ha venido a mí que no me he dado cuenta de cuantas veces. Percibí que ella ha estado presente (adesse sensi); recordé que ella había estado allí. Algunas veces fui capaz de anticipar su venida, pero nunca la sentí, ni tampoco su partida. Incluso ahora admito que no sé desde dónde vino a mi alma ni dónde fue después que la dejó, ni por qué camino entró o salió. (…). Seguramente no entró por los ojos, porque no tiene color; ni por los oídos, ya que no hace ruido. No entra por la nariz, porque quien creó el aire no se mezcla con él (…). Ni entra por la boca, ya que no es algo que se coma ni se beba; ni es explorada por el tacto ya que no es de esa naturaleza. Entonces, ¿cómo entra? ¿O quizás no necesita entrar porque ya está dentro? No es algo exterior (1 Cor 5, 12). Pero quizás es por eso que ella es buena y yo sé que yo no lo soy, por eso ella no viene de mí. Me elevo más allá de lo que fuere más alto en mí y, mira, ¡la Palabra todavía se encuentra por encima! Como un ávido investigador, bajé hasta las más bajas profundidades y, sin embargo, ¡la descubrí mucho más hondo! Si miraba fuera, la encontraba mucho más allá de cualquier cosa mía; si miraba adentro, ella era más interior que yo. Entonces conocí la verdad de lo que había leído, que «en Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser» (Hechos 17, 28). (…).
Ya que sus caminos van más allá de cualquier investigación (Rom 11, 33), quizás os preguntéis cómo puedo saber que él estaba presente. Él es vida y poder, y tan pronto como venía despertaba mi dormida alma a un instante de alerta plena. Movía, suavizaba y hería mi corazón (Cántico 4, 9), duro como una roca y desesperadamente enfermo. Y entonces empezaba a arrancar y a destruir, a construir y a plantar, a regar lo seco, a iluminar lo oscuro (Jer 1, 10), a liberar lo encadenado, a calentar lo frío, a rectificar los caminos torcidos y a allanar las rutas sinuosas (Is 40, 4), de manera que mi alma pudiera bendecir al Señor y todo lo que hay en mí bendiga su Santo Nombre. Por eso, cuando la Palabra y el Novio entraban en mí, su llegada no era nunca conocida por ningún signo -por palabra, apariencia o huella-. Nunca fui consciente de cualquier acción de su parte, ni de cualquier tipo de mociones enviadas a mis partes más interiores. Como he dicho, sólo entendí que ella estaba presente para la moción de mi corazón. «(SCC 74.5 [2: 242.13-22])*
* * Citado en MCGINN, Bernard, The Growth of Mysticism, p. 192. Introducción y selección preparada por Francesc Torradeflot.