John Berger ¿Se puede escribir todavía algo sobre él? Pienso en todas las palabras que ya se han escrito, incluidas las mías, y la res- puesta es “no”. Si miro sus cuadros, la respuesta vuelve a ser “no”, aunque por una razón diferente: sus cuadros invitan al silencio. Casi iba a decir que ruegan silencio, y eso habría sido falso, pues ni una sola de sus imágenes, ni siquiera la del anciano con la cabeza entre las manos en el umbral de la eternidad, muestra el menor patetismo. Siempre detestó inspirar compasión y hacer chantaje. Solo cuando veo sus dibujos me parece que merece la pena añadir algunas palabras. Tal vez porque sus dibujos tienen algo de escritura, y a menudo dibujaba en las cartas. El proyecto ideal habría sido dibujar el proceso que llevaba a sus dibujos, tomar prestada su mano de dibujante. Sin embargo, lo intentaré con palabras.
Seducción
Poema de Michele Najlis
Me sedujiste, Yahvé
y me dejé seducir.
Fuimos fuertes en el amor
y nos vencimos.
Subimos juntos, tomados de la mano
la escala de Jacob
mientras el ángel, asombrado
miraba la ascensión de los amantes.
Dispuesta a vencerte en las lides del amor
vestí mis mejores galas para tus ojos,
bálsamo del Líbano puse sobre mi piel
y perfumé mi cuerpo con el sagrado aroma de los montes.
Provoqué tu ingenio con mi astucia
con fuertes ironías desafié tu indiferencia,
porque eras para mí como la Ciudad del Sol
construida según las leyes de la Vida.
Tu palabra quemaba mis entrañas.
Y yo decía: “No me acordaré más de Él,
no volveré a hablar en Su nombre”.
Pero tu palabra en mi interior
se convertía en fuego que devora
encerrado en mi corazón
quemando mis entrañas y mis huesos.
Traté de contenerla, pero no pude.
Quienes tocaban mis labios se quemaban lasmanos
aunque yo amordazara mi lengua y mi garganta.
Desafié tu soberbia en los campos de Uz.
Entregada a la pasión y al desencanto
grité tus insolencias y pecados.
Tu palabra se había vuelto para mí
motivo de burla y de vergüenza
porque mis penas y desgracias
pesaban más que las arenas del mar.
Mis quejas eran amargas
porque, débil ante las acechanzas del amor,
descargabas tu mano sobre mí
en vez de acariciar mis pechos perfumados.
Mi cólera y mi deseo te vencieron un día, Yahvé,
y exclamaste derrotado:
“¡Qué hermosa eres, amada mía,
qué hermosa eres!
Los cedros son las vigas de la casa
y los cipreses el techo que nos cubre.
Mi amada es, entre las mujeres,
como una rosa entre los espinos”.
Desde entonces, cuando miras el mar
bendices mi cuerpo que respira
en cada ola.
Cuando miras los montes acaricias
mis pechos que te aman.
Piensas en mis ojos que tanto te han buscado
cuando miras el sol.
Porque yo te seduje, Yahvé,
y te dejaste seducir.
Fuimos fuertes en el amor
y nos vencimos.
Subimos juntos, tomados de la mano
la escala de Jacob
mientras el ángel, asombrado
miraba la ascensión de los amantes.
¡Bendito el día en que nací!
¡Bendito el día en que mi madre me parió!
¡Bendita la mujer que anunció a mi pare
“has tenido una hija mujer”, llenándolo de gozo!
Sea esa mujer como las ciudades que Yahvé construye
donde por las mañanas se oyen gritos de júbilo
y risas al mediodía.
¡Porque nací del vientre e mi madre,
ella me dio a luz para que yo te desafiara
y Tú me sedujeras
y que mi vida sea llena de gozo y alegría.