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Tesoros visibles e invisibles

Imhotep y el faraón es un libro que nos adentra en el mundo egipcio de hace cinco mil años. Con J. P. Lauer, responsable de las excavaciones de Sakkara, descubrimos quién decidió levantar la primera edificación en piedra de la historia y por qué motivo, cómo avanzaban las ciencias o qué eran las Casas de la Vida, y mucho más. Conversando con la joven egiptóloga Claudine, Lauer compartirá sus experiencias vitales; hablará del valor del trabajo en equipo, de no desanimarse, de la importancia de hacerse preguntas… Reproducimos algunos fragmentos finales.  (Información sobre el libro)

 Descargar la Guía de Lectura, con propuestas de actividades.

 

Quien visite hoy Sakkara se encontrará con una extensa área de varios kilómetros con restos de pirámides y tumbas, algunas de ellas reconstruidas. Porque, después de Djoser, fueron muchos los faraones y grandes mandatarios que quisieron situar allí su hogar eterno.

      Presidiéndolo todo, está el recinto funerario de Djoser, de unos 500 metros de largo por unos 300 metros de ancho. Un recinto delimitado por un muro de más de diez metros de altura, decorado como si fuera la fachada del palacio, con 14 puertas, 13 de ellas ficticias. Solo hay una entrada «auténtica» que da acceso a un corredor de veinte columnas. Con un poco de imaginación, se puede ver que cada columna imita un haz de cañas. Atravesando la columnata se accede al amplio atrio del sur, frente a la gran escalinata, la pirámide escalonada. A mano derecha, quedan las capillas dedicadas a los dioses, las de la celebración del Heb Sed. Y por todo el recinto hay construcciones simulando templos y otras edificaciones. El gran atrio de la zona norte aún no ha sido excavado.

Un día que recorríamos juntos el recinto, el señor Lauer hizo que me fijara en muchos detalles. Era como si reconociera cada piedra; las trataba como a viejas amigas. Hablaba con una inmensa admiración sobre cómo habían ido mejorando las técnicas y las herramientas de trabajo a medida que avanzaba el proceso de construcción. «Aquellos obreros debían de estar muy interesados en lo que hacían para poder progresar tanto en tan poco tiempo!», comentó.

         Mientras paseábamos, me iba explicando qué era eso, qué era aquello. Había momentos que parecía como si estuviera viendo la escena que me describía. ¡Todo cobraba vida! La comitiva de sacerdotes y mandatarios revestidos de sus mejores galas, el faraón avanzando hasta el pie de la pirámide, el sonido de las trompetas y los tambores, los inciensos y los perfumes; Imhotep oficiando de maestro de ceremonias, la gente expectante, los cantos de alabanza, el faraón empezando a subir solemnemente…

         —¿Seguro que usted no estaba? —le pregunté bromeando, aprovechando un momento de silencio. Él continuó caminando sin decir nada. Cavilaba.

         —Médico, arquitecto, administrador, sacerdote… —dijo finalmente—. Para nosotros son oficios muy distintos, ¿no te parece? ¡Pero no para Imhotep! Velar por las necesidades del cuerpo y de su ka, preservarlo y proporcionarle un buen lugar para vivir eternamente, honrar a los dioses, comprender el movimiento de los astros o administrar el reino lo mejor posible, todo tiene que ver con lo mismo: con el cuidado de la vida en todo momento.
—¿Cree que Imhotep sabía momificar?
—¡Por supuesto! Hay una serie de técnicas de momificación que se aplicaron por primera vez en el cuerpo del faraón Djoser. Seguro que Imhotep observó y estudió mucho para comprender el cuerpo humano; sin duda, su fama como médico tenía fundamento.
[…] —¡Yo alucino con todo esto! —le dije.
—Tienes toda la razón, yo también. Y cuando pienso en tantos cientos de años pasándose las ideas y los hallazgos de unos a otros, y ¡copiando todo a mano! Y, mientras tanto, en Babilonia, en la India o en China tampoco estaban dormidos…
—Me recuerda lo que me decía el otro día de formar parte de una cordada.
—¡Sí! Es exactamente esto. Y cuántos papiros, pergaminos y libros desaparecidos que nunca sabremos qué decían… ¡Qué lástima!

         El profesor volvió a sus cavilaciones.

         —Claro que me interesa la arquitectura —dijo como reflexionando en voz alta—, pero… es que, recuperando esta construcción, ¡recuperamos mucho más que unas piedras! ¡Qué lejos estaba yo de poder imaginar todo esto! —añadió con una gran sonrisa—. Las cosas que tiene la vida… ¿No te lo decía? Un joven arquitecto que había soñado con edificar hospitales se encontraba delante de la obra de otro arquitecto que se había preocupado por mejorar la vida… ¡cinco mil años antes!
    —¿Lo lamenta? ¿Le pesa no haber llegado a construir su hospital?
—No, en absoluto. Me he sentido plenamente feliz haciendo el trabajo que hacía, incluso cuando no se veían avances… Es curioso, trabajábamos muchos meses en soledad, aislados, sin conexiones, sin ningún tipo de reconocimiento por parte de nadie, y no lo eché de menos. Había olvidado por completo el tener éxito, los encargos o la fama; sin darme cuenta, había descubierto algo mejor… —se detuvo, como si esperara mi pregunta.
—¿Qué era?
—No sé cómo decirlo… Muchos venían a Egipto a buscar tumbas llenas de tesoros, pero a mí me cautivaba otro tipo de tesoro… Recuperar a Imhotep, ¡redescubrirlo! No sabría describirte la emoción que vives cada vez que das un paso, aquel momento en que logras esbozar la forma desaparecida de un edificio, o encajas el último fragmento de una columna… Es como si resucitaran unas voces dormidas desde hace mucho tiempo. ¡Voces de un pasado olvidado! No digo que no sea una gran experiencia encontrar un día un objeto valioso, pero… yo no lo cambiaría por nada. ¡Me siento muy agradecido de haber tenido esta oportunidad!

         »Por aquí bromean y van diciendo que soy la reencarnación de Imhotep y que su ka me mantiene en forma mientras voy reconstruyendo su obra. «¡Y me pillaste bien pillado, amigo mío!» —soltó al aire, con una sonrisa de profunda amistad. Y, tras guardar unos momentos de silencio, como confiándome un secreto, añadió—: ¿Sabes cuál ha sido mi verdadera fuerza? La pasión, el profundo amor que día a día se fue tejiendo por este lugar, por quienes vivieron aquí y por la sabiduría del hombre que lo hizo posible. Siento hacia él una especie de complicidad, de ósmosis, diría yo… Me siento como en deuda con él.

         Y lo decía de una manera que me hizo sentir algo muy especial, como si el eco de sus palabras resonara en mi interior. Nos quedamos en silencio un buen rato. Me gustaba estar allí, no hacía falta decir nada.
[…] —¿Sabes? Hay algo que sí lamento: no haber dado con la tumba de Imhotep. Donde quiera que esté, podría aportar mucha información. Los objetos, las pinturas y las inscripciones de las tumbas dicen mucho de la persona enterrada, ¡y hay tantas cosas que no sabemos! Confiaba en poder encontrarla algún día, pero ya no podrá ser… Es más que probable que esté aquí, en Sakkara. Hubiera querido excavar el pozo que hay justo después de la entrada, en la columnata, a la izquierda, pero para poder bajar hay que hacer una gran obra de consolidación, y no hemos contado con presupuesto para hacerlo. Cuando os veo trabajar a los jóvenes con tantas ganas, me gusta imaginar que algún día guiará el pico de alguien… y le descubrirá su secreto. —Quedó pensativo—. ¡Habría estado muy bien que se me hubiera aparecido algún día! ¡Le haría tantas preguntas! —Y se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja—. Mimí decía que a veces le parecía que estaba casada con dos hombres! —dijo risueño.
[…]

Llegó la hora de cerrar las maletas. Había que despedirse. Acordamos que cuando tuviera las notas pasadas a limpio se las enviaría. Nos dimos un fuerte abrazo.

         —Deja que este viejo te dé un último consejo, Claudine —dijo—. Por la noche, cuando todo quedaba en calma, Mimí y yo subíamos hasta lo alto de la pirámide y no nos cansábamos de mirar… Para ser feliz, no es necesario que las cosas sean siempre fáciles. Disfruta de las salidas de sol y de los atardeceres, disfruta de esta tierra que todo nos lo da, y sabrás que hay cosas que tienen mucho valor…, aunque no sea fácil hablar de ellas.
»Y cuando veas salir el sol, detente un momento; recuerda que es el mismo sol que veía salir Imhotep, el mismo astro que él tanto amaba. El mismo sol que, tiempo atrás, iluminaba a toda aquella gente que vivía aquí es el que, hoy, nos calienta a nosotros. Y quizá dentro de mil años estará brillando en el cielo mientras otra joven se hará muchas preguntas, como tú ahora, y como Hipatia mucho antes que tú. Este panorama inmenso de arena y cielo sigue emocionándome como el primer día. Y me siento muy agradecido.

Y yo me he sentido siempre muy agradecida de haber podido pasar aquellas tardes junto a Jean-Philippe Lauer, compartiendo su experiencia de vida y sus reflexiones.

 

 

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