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Y H V H

[…] Entre todos los Nombres hay uno más citado en la Torá que cualquier otro: es el inefable Yod-He-Vav-He. Nunca hay que perder de vista que YHVH es indeterminado, expliquemos de él lo que expliquemos. No tiene significado alguno, como tampoco lo tiene la Creación. Somos nosotros, los seres humanos, los que necesitados de sentido nos empeñamos en determinar aquello que es indeterminado. Para que el mundo permanezca indeterminado, es decir, en la esfera indefinida de la libertad, hace falta que se fundamente sobre algo absolutamente libre. El Nombre nos ofrece esa referencia y los sentidos que le otorgamos, que son bien poca cosa, no son más que los artificios que nos permitirán, quizás, hacer aflorar al Ser, la Causa, la Fuente Abismal. La meditación sobre el Nombre nos ha de conducir hacia el encuentro de lo inefable indeterminado. lo indeterminado no es una respuesta. Es una pregunta. Nos sirve…

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Un cosmos que danza

Para el derviche, cuanto existe danza, del átomo a los planetas que gravitan en el universo. Danzan los animales, la lluvia, el viento, también las piedras, los árboles y el ser humano. Todo es samâ, todo danza al son de una misteriosa melodía, interpretada en la distancia por un ejecutante invisible, como dijera Einstein. No existe en la creación más que vida y la esencia de ésta es el movimiento, la (re)creación renovada, en cada sístole y diástole, de una realidad inacabada, que se contrae y se expande, muere y renace, a cada instante. El derviche no persigue atrapar la realidad; antes bien, expresa al danzar su solidaridad con un cosmos habitado por el ritmo, el orden geométrico y el movimiento duradero. Danzar es trascenderse, situarse en el lindero de lo humano, para hacerse partícipe de la liturgia de la vida y sus leyes. Danzar significa vaciarse, morir a sí…

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