Marta Granés Hoy la ejecución de los sentidos pasa por los aparatos tecnológicos. Pero la tecnología no proporciona experiencias sensitivas directas que inmiscuyan todos los sentidos, y como animales que somos, los necesitamos completamente activados para sentirnos plenamente vivos. Tener la atención focalizada en lo tecnológico reduce fisiológica y psicológicamente el uso de los sentidos (se reduce al oído y a la vista) y esto restringe la riqueza de la experiencia humana. Podríamos afirmar que los jóvenes de ahora son la generación más amputada sensitivamente de la historia y, lo peor es que no notan la ausencia puesto que nunca han vivido otra cosa. Lo cualitativo nunca ha estado ahí.
Observación nocturna
Si salimos a ver la noche y alzamos los ojos al cielo, podremos empaparnos, como hemos hecho otras veces, de la inmensa maravilla que nos rodea. Pero si está nublado o la noche no es clara, no importa: total, lo que podemos ver no son más que migajas de todo lo que realmente hay.
Con el pensamiento y un esfuerzo de imaginación, intentamos hacernos cargo de las dimensiones de todo esto, aunque ya podemos sospechar que no podremos nunca entender este espacio, estas distancias, estos períodos de tiempo, estos astros y su movimiento incesante , los cambios vertiginosos y los monstruos escondidos en el mismo seno de la materia. No lo entendemos pero algo nos dice que podemos notarlo, notar su presencia. Tomamos consciencia de que no podemos abarcarlo pero, con un cierto susto, sabemos de su existencia; y, eso solo, ya transforma nuestra mirada.
Acerquémonos pues a todo ello. Si ahora imaginamos que podemos visitar estos mundos que vemos allá arriba, subidos a un rayo de luz y viajando a 300.000 km por segundo podríamos hacer una parada para llenar los depósitos de energía al llegar al Sol … dentro de «sólo» 8 minutos. Y luego podemos continuar la excursión hasta la próxima estrella, nuestra vecina. Total, como somos luz, sólo tardaremos cuatro años y dos meses. Ella es Próxima, la alfa de Centauro, más pequeña que el Sol. Es una enana roja que continuará brillante 5 billones de años después de que el Sol ya no exista. No se le conocen planetas y es una lástima.
Pero Próxima no es más que una de las muchas estrellas que podemos ver en el cielo y que pertenecen, todas, a nuestra galaxia, la Vía Láctea. La Agencia Europea del Espacio lanzó en 2013 un satélite para retratar y cartografiar las estrellas de la Vía Láctea: es la misión Gaia. A finales de 2016 ya había contado 1.000 millones y hacia finales de 2020 nos habrá dado información precisa de 2.000 millones de estrellas de nuestro vecindario cósmico. Es una cifra que costará digerir teniendo en cuenta que, a simple vista y observando cada noche durante muchos meses, nosotros podemos contar «sólo» unas 6.000.
Pero 2.000 millones de estrellas no son más que una pequeña muestra del auténtico enjambre que es cualquier galaxia. En la Vía Láctea se calcula que hay unos 300.000 millones de estrellas. ¿Podemos imaginar este número? ¡Nos sobrepasa! Pero hacemos un esfuerzo de imaginación. Si cogemos un metro cúbico de arena de la playa (sería como un contenedor de basura lleno de arena). Después volcamos este contenedor en la plaza de Cataluña con trescientos contenedores más igual de llenos. La plaza parecería una inmensa playa con tantos granos de arena como estrellas hay en la Vía Láctea. Intentar descubrir dónde está el Sol en medio de este festival de estrellas sería trabajo inútil.
Pero la Vía Láctea no es todo el universo, como se creía hace tan sólo cien años. Justo a su lado se extiende una galaxia más grande, Andrómeda, que tiene un billón de estrellas. Las dos galaxias hermanas se acercan a una velocidad de 100 km por segundo. Dentro de 4.000 millones de años colisionarán. Este choque será una pequeña incidencia si se considera el «Grupo Local» de galaxias que hay a nuestro alrededor. Porque más allá hay esparcidas entre otros grupos locales, más y más galaxias grandes como la Vía Láctea o Andrómeda, formando un supercúmulo – llamado Laniakea- de 100.000 galaxias con 100.000 BILLONES (¡!) de soles.
Y más allá, siempre dentro del universo que podemos observar (una esfera de 16.000 millones de año luz de radio), se calcula que hay 6 millones de supercúmulos como laniakea. Podemos tener noticia, pues, de la existencia de 400.000 millones de galaxias porque las que hay más lejos ya no las podremos ver ni tener noticia. Pero no nos asustemos, no todas las galaxias son tan grandes como Andrómeda. Las hay más pequeñas.
¡Cuánta materia allí arriba! ¡Cuántas estrellas! Si sumáramos su masa, la masa de toda la materia visible, porque brilla, hubiéramos recogido, sin embargo, sólo el 0,5% de «todo lo que hay». Nos hemos dejado la materia que no brilla, como son los cometas, los asteroides, el polvo cósmico y otros pedruscos. Con esto llegamos al 5% del total. Pero para mantener las galaxias tal como son hace falta mucha más materia, un total del 27% más. Nadie la ha visto nunca ni se sabe de qué está hecha. Se la llama materia «exótica» (para consolarse) o también materia oscura. Este 27% constituye una de las fronteras actuales de la cosmología. Pero, ¿qué pasa con el 68% restante? Ya no es materia. Es una «cosa» que se llama energía oscura capaz de proporcionar una fuerza antigravitatoria responsable de la aceleración de la dispersión de todos los millones y millones de galaxias llenas de millones y millones de soles.
Es decir, a pesar de nuestros conocimientos actuales sobre este universo que vemos cuando levantamos los ojos hacia el cielo, ¡no tenemos ninguna experiencia real del 95% de lo que hay! Queda mucho trabajo por hacer y mucha humildad para asimilar, y mucha alegría para ser capaces de sentir -durante unos breves instantes de nuestra vida- la gloria inalcanzable de la Realidad que somos.
¡Buenas noches!