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Perspectives de l’Absolut

[extractos del prólogo de la obra de Javier Melloni: Perspectivas del Absoluto. Una aproximación místico-fenomenológica a las religiones. Herder, 2018]

Los pensamientos y las palabras maduran como resultado de un proceso que no depende de la propia voluntad. Crecen en lo profundo, desde su raíz. Esto es lo que distingue una gestación de una mera producción. Sucede en lugares inaccesibles a la conciencia, a un ritmo que uno no elige. Lo que percibía vagamente hace unos años y que ya fue enunciado en obras anteriores, adquiere en esta una claridad mayor. Ha ido tomando cuerpo poco a poco, fruto de lentas meditaciones y de vislumbres fugaces, de lecturas y también de encuentros y conversaciones, porque el pensamiento se gesta con los demás, con la comunidad humana que avanza conjuntamente hacia regiones de mayor transparencia. En las páginas que vienen a continuación voy a tratar de compartir esta comprensión que se ha ido sedimentando a lo largo de estos años.

[…]

Este estudio se sitúa en el ámbito de la fenomenología de las religiones y de la experiencia místico-religiosa. No lo presento dentro del marco de la teología cristiana, sino como exploración en un territorio transconfesional más amplio todavía por indagar, con la intención de favorecer el diálogo sobre lo sagrado (diálogo hierológico) a través de unas claves que permitan comprender el contenido de cada religión en sus diversos niveles de manifestación. La diferencia entre la teología y la fenomenología radica en que la primera sitúa su reflexión y exposición dentro del marco de su propia confesión de fe, mientras que la fenomenología trata de ubicarse en un lugar equidistante que le permita acoger por igual las distintas manifestaciones de lo sagrado.

[…]

[reflexiones sobre el título] …finalmente me he inclinado por Perspectivas del Absoluto porque los seres humanos, criaturas de este mundo y en este mundo, percibimos ese fondo a través del contorno que nos configura y lo interpretamos a partir de la religión o cosmovisión que profesamos. Ambos polos son inseparables: lo manifestado está atravesado de inmanifestado y lo inmanifestado solo es accesible a partir de lo manifestado. No nos podemos sustraer a ello. Pero, a partir de la forma condicionada que somos y de las formas que vemos, podemos avanzar de un modo cada vez más consciente y transparente hacia la profundidad de la que emanan. Amplias y sutiles son las mostraciones de lo que está más allá —y más acá— de toda manifestación. Ese fondo se ha desplegado en múltiples caminos, tanto de acceso como de regreso.
Como fenomenólogo de las religiones, considero que hoy es imprescindible trascender una primera inocencia —la inmediatez de lo sagrado sin acto reflexivo a partir de la forma recibida— para alcanzar una segunda inocencia a través del acto y del ejercicio hermenéuticos, donde esa forma es discernida como una concreción epocal. Este esfuerzo de conciencia perspectival debe convertirse en una práctica iniciática, es decir, en un proceso que transforme. Llegamos a este momento crucial para las religiones por dos caminos. Uno es externo al proceso de fe y el otro procede del interior mismo de la experiencia religiosa. Por el primero constatamos que vivimos un encuentro de civilizaciones, culturas y religiones que evidencian la existencia de una simultaneidad de accesos al Absoluto. No es posible ignorar por más tiempo esta pluralidad de perspectivas que es cada religión. Esta evidencia no ha sido elegida por nuestra generación, sino que hemos sido conducidos a ella. Hemos sido llevados hasta aquí por el cauce del tiempo a través del lento desplegarse del espíritu. Recogemos el relevo de nuestros antepasados en este momento del desarrollo de la especie humana. Estamos invitados a habitar nuestro planeta, junto con todas las tradiciones, con nuevas categorías, reverenciando tanto las que hemos recibido de nuestros ancestros como acogiendo las que nos presentan nuestros contemporáneos, que llegan con sus legados milenarios. Las generaciones anteriores se vieron forzadas a caminar de modo exclusivo y excluyente por la manifestación propia del entorno cultural y religioso en el que cada uno había nacido. Hoy en día vivimos a escala planetaria y ello implica radicales consecuencias para la comprensión y el discernimiento de los caminos que personal y colectivamente nos han de conducir al Centro.
En cuanto al proceso interno, la maduración de la fe lleva a descubrir que hay un Fondo apofático, un excedente permanente de sentido, de realidad y de presencia que no puede ser contenido en ningún receptáculo. La pedagogía de cada religión es doble: por un lado, impulsa a la adhesión a una forma concreta —la recibida a través de la revelación que cada tradición custodia—, de modo que el fiel se entregue a ella «con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente» y, por otro lado, ayuda a tomar conciencia de la inaprehensibilidad última del término hacia el que conduce su mediación. Tal es el fondo sin fondo, entrevisto o proclamado en el interior de cada tradición por sus más lúcidos seguidores. De aquí expresiones como la del Maestro Eckhart: «Pidamos a Dios que nos libre de Dios y alcancemos la verdad plena»,(1) o el koan budista: «Si te encuentras a Buddha por el camino, mátalo», porque no será Buddha, sino una construcción de la mente, en lenguaje bíblico, un ídolo que hay que destruir.

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(1) El fruto de la nada. Madrid, Siruela, 1999, pp. 77 y 80.

 

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