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La trampa del narcisisme

El text que reproduïm prové d’un llibre molt recent d’E. Martínez Lozano: Profundidad humana, fraternidad universal (Desclée de Brouwer, 2022). En diàleg amb els crítics d’allò que es coneix com a ‘nova espiritualitat’, l’autor, tot i reconeixent els riscos que pot comportar i que cal detectar, mira d’aclarir els seus continguts i de mostrar la profunda riquesa que conté.

 

Explica l’autor: En principi, l’espiritualitat no té res a veure amb idees, creences, religions ni déus. Tampoc no és una cosa, una qualitat més de la persona. És la mateixa profunditat humana.
Tal com l’entenc i com em sento cridat a viure-la, podria dir, recorrent a una imatge espacial, que l’espiritualitat –allò que constitueix la nostra identitat profunda– es desplega simultàniament en la doble direcció vertical i horitzontal. Allò vertical parla de profunditat i transcendència; allò horitzontal de fraternitat i comunió. Dit breument: l´espiritualitat és profunditat humana i fraternitat universal.

https://www.enriquemartinezlozano.com/

 

La trampa del narcisismo

El narcisismo constituye uno de esos mecanismos, que funciona a modo de caparazón en el que la persona afectivamente insegura trata de refugiarse, aislándose de todo aquello que percibe como amenaza. Los expertos hablan del narcisismo como de uno de los trastornos característicos de nuestro momento histórico Y señalan que puede verse alimentado por un tipo de educación permisiva y una cultura individualista y superficial.
Indudablemente, la nuestra es una cultura narcisista. Tal vez sea debido a aquella secuencia que se expresa de este modo: los tiempos difíciles hacen personas fuertes, las personas fuertes hacen tiempos de paz, los tiempos de paz hacen personas débiles, las personas débiles hacen tiempos difíciles, los tiempos difíciles hacen personas fuertes…, y vuelta a empezar.

Sean cuales fueren los motivos, lo cierto es que el narcisismo parece constituir una cierta atmósfera que nos envuelve y que, por ello mismo, tiende a impregnar pensamientos, actitudes y comportamientos. Nada escapa a ello y se requiere un trabajo profundo de lucidez y de desapropiación para sortear ese engaño, del que no está libre tampoco la espiritualidad.

De hecho, la espiritualidad puede constituir un espacio particularmente apetecible para cierto perfil narcisista, dando lugar a una pseudo-espiritualidad que sirve, tanto para sostener y alimentar el ego, como para construirse una especie de “paraíso” a su medida, en el que poder encerrarse.

A veces, en nuestro entorno, tanto la llamada “nueva espiritualidad” como los planteamientos no-duales son acusados de “narcisismo espiritual” que, según sus críticos, se manifestaría en una actitud de indiferencia ante el mundo y la problemática socio-política y en un solipsismo que promovería la despreocupación y buscaría únicamente el bienestar individual. La actitud narcisista estaría sostenida por un individualismo extremo –característico de nuestro momento cultural– que proclama la primacía del yo y por una determinada lectura de la no-dualidad que ignora el nivel de las formas, de lo particular, en una especie de monismo que etiqueta como mero “sueño” todo el mundo fenoménico.

Me parece innegable que existen planteamientos y propuestas que se mueven en esa dirección, desembocando ciertamente en una pseudo-espiritualidad colonizada por el narcisismo. Desde mi punto de vista, aparte del influjo de la propia “atmósfera” cultural en la que aparece, hay dos factores que podrían explicarlo. Por un lado, la apropiación de la espiritualidad por parte del ego; por otro, la lectura errónea de la no-dualidad, que la confunde con un monismo vulgar (1).

En el primer caso, lo que se busca no es la verdad de lo que somos, es decir, la comprensión y vivencia de la espiritualidad, sino solo el propio bienestar. En el segundo, no hay una comprensión experiencial no-dual, sino apenas “discursos mentales” acerca de la no-dualidad, que suelen ignorar el nivel de las formas y, por tanto, también el cuidado –en todas sus.expresiones– que brota necesariamente de la vivencia no-dual. A ello contribuye, de manera decisiva, el olvido de la naturaleza paradójica de lo real, a resultas del cual una expresión cierta en el plano profundo se deforma por completo cuando se aplica al nivel fenoménico. Pongo solo un ejemplo: en el plano profundo, todo está bien; sin embargo, si tal afirmación se traslada sin más al plano fenoménico, resulta completamente inasumible. La paradoja, como ha quedado dicho, hace justicia al doble nivel, reconociendo que afirmaciones aparentemente contradictorias –todo está bien y hay mucho que transformar– son ciertas, cada cual en su nivel. Sin embargo, en algunos círculos “espirituales”, característicos de una cierta postmodernidad cercana a la “Nueva Era”, se escuchan afirmaciones que, al desconocer o ignorar la paradoja, resultan totalmente desajustadas y promueven actitudes y comportamientos marcados por el pasotismo, la indolencia o el desinterés más completo. En tales casos, llegan a producirse auténticas contradicciones, como cuando la afirmación “el yo no existe” viene a ser, inadvertidamente, la más eficaz justificación del propio egocentrismo narcisista y desimplicado: ¡la teórica negación del yo se convierte en el mejor aliado del ego!

La trampa narcisista se origina en la propia tendencia del ego a la búsqueda de su propio interés y bienestar, al margen de cualquier otra consideración. El narcisismo primario constituyó una etapa infantil por la que todos hemos transitado; eso explica que haya quedado grabado poderosamente en nuestro inconsciente. Si a ello añadimos dificultades psicológicas no resueltas, se comprende que el narcisismo se viva como un refugio en el que se trata de compensar cualquier malestar sensible.

Sabemos que el ego –en realidad, el cerebro, en lo que se conoce como la creación de un “relato coherente”–, tras asumir una posición, siente la necesidad de “justificarla” teóricamente. Y ahí es donde puede encontrar lecturas acerca de la no-dualidad que encajan perfectamente con sus pretensiones. Cuando se confunde con un monismo vulgar que niega el nivel de las formas, la no-dualidad parece ofrecer cobertura ideológica a la propia actitud narcisista: si nada de ese nivel es real, carece de sentido comprometerse con él. De ese modo tan simple queda “justificado” en la práctica el más extremo solipsismo.

Frente a ese tipo de lecturas superficiales y, por ello mismo, radicalmente erradas, la comprensión no-dual implica una doble certeza, que choca frontalmente con aquellas. Por una parte, desplaza el centro de gravedad, desde el yo hasta la profundidad que nos constituye. Por otra, reconoce que ese centro es amor y cuidado de todas las formas. Dicho más brevemente: se niega únicamente el protagonismo del yo –lo cual tendría que significar el fin del narcisismo–, pero se abraza la realidad completa, por cuanto la no-dualidad reconoce la paradoja que la constituye.

Por ello, me parece importante mantener el espíritu crítico frente a lo que habitualmente se presenta con la etiqueta de “no-dualidad”, para evitar cualquier asentimiento frívolo y, en último término, cualquier lectura que deforme lo que es la auténtica comprensión.

Pero el narcisismo no se traduce únicamente en un “aislamiento” o protección frente a los otros para permanecer en la “zona de confort” que se trata de preservar de cualquier presencia que pudiera desestabilizarla. Adopta también otras formas más sutiles, pero no por ello menos egoicas. Me refiero a aquellas actitudes y comportamientos que nacen y se apoyan en rasgos específicamente narcisistas: la necesidad de tener razón, de sobresalir, de ser “especial’, de ser reconocido y aplaudido, de sentirse “importante”, de destacar por encima de otros…

Ello significa que el narcisismo acecha, no solo en el campo de la espiritualildad, sino en cualquier otro ámbito de la existencia humana, como puede ser la religión, la política, la profesión…, e incluso el propio compromiso. El ego puede apropiarse de cualquier actividad, con el objeto de alimentar su imagen o de alcanzar el objetivo más preciado para cualquier perfil narcisista: sentirse “especial”.

Parece claro, por tanto, que nadie nos hallamos a salvo de actitudes y comportamientos narcisistas, que pueden requerir un trabajo psicológico para sanar la raíz de donde surgen y para reeducar funcionamientos aprendidos y que han terminado reforzando aquella tendencia. […]

Con todo, lo que me parece innegable es que la genuina comprensión no-dual, cuando es tal y no mero discurso mental, constituye el antídoto más eficaz frente al narcisismo. Porque –como la genuina espiritualidad– consiste en la desidentificación del yo y en la comprensión de ser uno con todos los seres.

Pero esa comprensión no anula el hecho de que, sutilmente, el yo siga tratando de utilizar todo lo que se halla a su alcance para fortalecerse y perseguir su propio bienestar al margen de cualquier otra consideración. Así, de la misma manera que puede hacer del “compromiso” –o de cualquier otra cosa– un trofeo con el que realzar su propia imagen o una compensación con la que calmar tensiones internas no resueltas, puede también apropiarse de la espiritualidad y del discurso acerca de la no-dualidad, como ha quedado dicho, construir con ello su propio “paraíso narcisista”.

La salida adecuada pasa por desnudar los engaños de la apropiación y crecer en comprensión. Solo la comprensión de lo que somos, que permite vivirnos en conexión con nuestra profundidad, asegura la vivencia de la fraternidad desde su misma raíz. De ahí, la afirmación contundente de este capítulo: la espiritualidad es fraternidad. 

(Profundidad humana, fraternidad universal, pgs. 150-155) 

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1. Un elemento clave de esa lectura errónea es el dualismo con el que, de manera sorprendente, se habla de la consciencia en algunos círculos autoproclamados advaitas o no-dualistas, al parecer sin advertir la contradicción en la que se incurre. Lo he destacado de manera expresa en el primer capítulo, al hablar de“El equívoco de partida que da lugar a la pseudo-espiritualidad” (pp. 100-104).

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