Marta Granés Avui, l'execució dels sentits passa pels aparells tecnològics. Però la tecnologia no proporciona experiències sensitives directes que immisceixin tots els sentits, i com a animals que som, els necessitem completament activats per sentir-nos plenament vius. Tenir l'atenció focalitzada en allò tecnològic redueix fisiològicament i psicològicament l'ús dels sentits (es redueix a l'oïda ia la vista) i això restringeix la riquesa de l'experiència humana. Podríem afirmar que els joves d'ara són la generació més amputada sensitivament de la història. I, el pitjor de tot és que no noten l'absència, ja que mai no han viscut una altra cosa. El que és qualitatiu mai ha estat aquí.
Las indentidades axiológicas a favor de las relaciones humanas y el cuidado de la Tierra. Ponencia para el 7º Encuentro Internacional CETR
A manera de introducción
Las siguientes líneas abordan el asunto de la relación entre sociedades del conocimiento y crisis de las religiones a partir del contexto latinoamericano y en especial de México. Primero se parte de la idea de que en América Latina no se puede generalizar la aplicación categorial de sociedades del conocimiento, tal como se emplea en las sociedades del primer mundo, sobre todo porque en los países de esta región se vive una enorme desigualdad económica, social, educativa y cultural, que hace imposible hablar propiamente de sociedades del conocimiento, y más si entendemos dichas sociedades como aquellas donde la creación y uso de tecnologías, junto con el saber científico se han convertido en los principales instrumentos para lograr el bienestar, la acumulación de riqueza y el distanciamiento con respecto a las religiones.
La cuestión de la crisis de las religiones se analiza desde el referente de la iglesia católica, que es la iglesia hegemónica en América Latina, y se argumenta en el sentido de que la tradición religiosa se encuentra muy arraigada en la cultura de la población, lo que supone una realidad diferente a la europea, ya que la fuerza de las creencias sigue moviendo y programando a los colectivos para vivir en el mundo de la fe cristiana. Sin embargo, se acepta que hay una crisis religiosa que tiene su principal expresión en la institución católica, y que ésta crisis no ha resquebrajado aún los cimientos de la religión. En otras palabras, la crisis de la religión que ya se advierte en otras latitudes, sobre todo en aquellos países considerados como industriales y con sociedades del conocimiento, en América Latina comienza a expresarse, pero sobre todo en aquellos jóvenes que tienen acceso a la educación superior, pero de ningún modo se ha generalizado al resto de la población.
En el desarrollo del artículo se reconoce también que se están generando cambios en la espiritualidad y que tarde que temprano dichos cambios alcanzarán al cuerpo mítico de las religiones, en particular a la católica. Se finaliza el trabajo con una mirada a lo que podría ser la emergencia de una espiritualidad laica a favor de las relaciones humanas y el cuidado de la Tierra.
La tradición como “patrimonio inevitable”
En América Latina y particularmente en México podríamos decir que los mitos religiosos, según los refiere Corbí como “sistemas de programación de las colectividades… equivalente a una programación del pensar, del sentir, de la organización y de la acción de un grupo humano para la vida, en unas condiciones determinadas, siempre preindustriales”1 siguen siendo parte fundamental de la cultura de nuestras sociedades. Si bien vivimos en un mundo globalizado y en una era llamada del conocimiento, la región latinoamericana, mayoritariamente sigue anclada de manera conservadora en las creencias religiosas, en la tradición y las ilusiones. Se podría afirmar que las sociedades son sociedades del conocimiento a medias, e incluso se podría decir en algunos casos, que son sociedades de la ignorancia, esto debido a que la desigualdad permea el desarrollo de la región, teniendo aún territorios y poblaciones desconectadas de los circuitos industriales, urbanos y del conocimiento.
Por tanto, en el campo de las creencias religiosas sigue prevaleciendo un cuerpo mítico anclado a la tradición porque siguen existiendo condiciones culturales y sociales para ello. O sea, las religiones son aún un punto de referencia muy importante en la vida de las personas, particularmente el catolicismo, que en el mercado de las religiones es la religión hegemónica, aún reconociendo el sostenido despliegue que han tenido en las últimas décadas las iglesias protestantes y evangélicas. El total de católicos en los 19 países que conforman América Latina alcanza a 447 millones de personas, lo que representa el 47.98% del total de católicos en el mundo2.
Lo anterior tiene su explicación en la fuerte presencia y poder que históricamente han tenido las iglesias y que se combina con el atraso educativo y la desigualdad crónica que padecen los pueblos de América Latina en todos los campos, ya sea en el económico, en el educativo, en el acceso a las nuevas tecnologías del conocimiento, y otros. Desigualdades que excluyen a millones de personas del desarrollo y que siguen sumergidas en el atraso y la ignorancia. Por ello no es casualidad que los analistas sociales digan que América Latina tiene los más altos índices de desigualdad que cualquier otra parte del mundo. “Solamente entre 15% y 20% de la población latinoamericana goza de un nivel de vida equivalente al primer mundo3. Por ejemplo, la capacidad de cobertura de las universidades para estudiantes de licenciatura llega al 50% en Argentina, mientras que en México al 24%, o sea, que sólo 50 de cada cien jóvenes pueden estudiar una carrera en el país del sur, en tanto en México, sólo 24, lo que nos coloca lejos de ser parte de esas sociedades industriales del conocimiento.
En el caso de México, mito y tradición continúan simbolizando la realidad y le dan una fuerte identidad a ésta, la cual se resiste al cambio de época que vive el mundo. Como escribió el recién desaparecido escritor Carlos Monsiváis, la tradición religiosa se ha convertido en “patrimonio inevitable de la nación”, y cómo esta tradición “es parte de la singularidad antigua que busca persistir no obstante los avances de la globalización”4 Y cómo no va a persistir la tradición, si la población sufre pobreza, ignorancia, abuso de poder y exclusión (47% de los mexicanos viven en la pobreza-) por lo que entonces la sociedad misma ha necesitado históricamente de un anclaje en la fe cristiana ante esas formas de violencia y vacío moral que padece el país.
Ante los miedos y las incertidumbres personales y sociales los mitos proporcionan seguridad y reproducen formas culturales de corte conservador que le dan continuidad histórica a la sociedad. El pueblo mexicano sigue necesitando de la religión, incluso ha logrado exportar la tradición religiosa hacia Estados Unidos con los flujos continuos de migración, por lo que el primer mundo ha sido impactado por una religiosidad popular que forma parte de la diversidad cultural mexicana. Adolfo Castañón (2008) describe la cultura mexicana de la siguiente manera: “en su singularidad y amalgama es como un acuario donde cohabitan promiscuamente la edad media y la ilustración, el paganismo y el cristianismo, el nihilismo y el barroco en una fusión a priori abigarrada y variopinta”5.
Crisis de la iglesia o crisis de la religión
Los componentes de la cultura mexicana con sus dosis de conservadurismo, tradición y poca inclinación ante el cambio, junto con las desigualdades sociales están contribuyendo para que la crisis de la religión no estalle como en otras partes del mundo, o bien, se puede asegurar que dicha crisis no ha trastocado los cimientos del catolicismo debido a la fuerza de la tradición, el rito y la devoción. O si se quiere ver desde otro punto de vista, se puede decir que la crisis de la religión está presente, pero no es desde ningún modo una crisis generalizada. Por tanto, los mitos y las tradiciones religiosas siguen vivas. Sus metáforas centrales y sus epistemologías, lejos de transformarse se hacen más necesarias en sociedades donde la gente no cuenta con seguridades de ningún tipo, salvo las que le proporciona su creencia y religión. En México, el censo de población del año 2000 que realizó el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, arrojó como resultado que 87.99%6 de la población se declaró católica, es decir, alrededor de 88 millones de mexicanos, de los cien millones que éramos aproximadamente en el 2000, sostenían una religiosidad a través de la llamada epistemología mítica.
Corbí plantea que “las religiones continúan empeñadas en transmitir el gran mensaje de las viejas y venerables tradiciones, en modelos culturales preindustriales, ligados a creencias, a subordinación mental, moral y ritual, ligados a sacralidades, jerarquías, patriarcado, interpretación cosificada de símbolos, mitos y narraciones sagradas”7. Esta es justamente la forma en que se transmite la religión católica en México, particularmente por la existencia de un clero altamente conservador, y es, bajo esos esquemas, como la sociedad se ha apropiado de los mitos que siguen modelando y simbolizando la realidad.
La superación de ello, que implica pasar a vivir una fe resignificada, o de plano a la desaparición de las creencias religiosas, podría irse dando a partir de que efectivamente las sociedades se conviertan en sociedades industriales del conocimiento y se den pasos hacia mejores etapas de desarrollo educativo y cultural. Por tanto, siguiendo el hilo conductor de lo que se ha dicho, en las regiones menos desarrolladas como América Latina, incluyendo México, el cambio de paradigmas religiosos se percibe a largo plazo en las generaciones que vienen y sobre todo a partir de la crisis de las iglesias, en particular la católica, Es ahí donde se ha comenzado a gestar una pérdida de legitimidad de la institución, pero no de las metáforas centrales y los mitos de las religión, estos siguen vivos y forman parte aún de esas programaciones colectivas del pensar, del sentir, de la organización y de la acción que imponen los sistemas de mitos.
Aunque también es importante reconocer lo que dice Vigil, que las sociedades están pasando por una “destradicionalización” que significa que las generaciones nuevas crecen en un ambiente “en el que ya no se les transmiten verdades indiscutibles, ni ellos mismos se sienten capaces de transmitirlas: la estructura cultural en que se están formando les exige pedir justificaciones para tradiciones (religión incluida) que perciben con toda evidencia como una construcción humana”8. Y efectivamente esto está sucediendo en las nuevas generaciones, aunque de manera especial en aquellos jóvenes que tienen acceso a la educación, por lo que se sigue sosteniendo que la crisis de las religiones es un fenómeno a mediano y largo plazo en el contexto latinoamericano.
Lo anterior se puede reforzar, comentando que el proceso de globalización económica ha ido con paso firme en la región, así como también la globalización política. Es decir, se aplican programas globales instrumentados por instituciones financieras, por lo que se percibe con toda claridad una tendencia ha homogenizar a las naciones en el campo económico y político. Pero en cambio la globalización del conocimiento, de las nuevas tecnologías y de la cultura, camina a otro ritmo ya que ahí sólo se benefician los sectores de la población mejor posicionados, además de que el cambio cultural se enfrenta a instituciones muy fuertes ancladas en la tradición, tales como la iglesia misma, la escuela, la familia. Esto provoca que el cambio de modelos culturales, y por tanto, la destradicionalización, sean muy lentos y no se registren con vigorosidad nuevos paradigmas sin epistemologías míticas. Es decir, la vida y lo que acontece en la sociedad siguen siendo vistas mayoritariamente desde esquemas religiosos.
Sin embargo, la crisis religiosa se advierte, pero como ya se dijo, no tanto en las metáforas centrales, los mitos y las religiones, sino en las iglesias, especialmente en la católica. Esto ya está presente y los dirigentes religiosos lo saben y les preocupa. Asegurar que existe ya una crisis de la religión en México tendría que ser a partir de estudios profundos y no sólo de percepciones, pero hablar de una crisis de la iglesia es más evidente por los datos y fenómenos que se pueden analizar. Una manifestación de ello ha sido el crecimiento de las iglesias evangélicas y protestantes, principalmente en el sureste de México, región que por cierto registra los más altos índices de pobreza y exclusión. Es ahí donde el cambio religioso se ha convertido en una transformación significativa que ha influido en un cambio cultural representado por el transito de “una sociedad basada en el monopolio católico, hacia una sociedad que tiende a diversificarse en términos de adhesión religiosa”9. Es decir, existe una especie de pluralismo religioso cristiano que le ha venido ganando adeptos al catolicismo. El dato duro nacional es que 9% de la población creyente no es católica (5% correspondiente a protestantes y evangélicas, y 4% a bíblicas no evangélicas10). Fenómeno que también está siendo muy recurrente en los países de América Latina.
Otro dato de importancia que revela la crisis en la iglesia, fue la reciente declaración del cardenal más influyente de México, Juan Sandoval Íñiguez, quien afirmó en una celebración masiva en Guadalajara, que 70 por ciento de los católicos ya no van a misa11. Esta situación es una evidencia empírica del declive de legitimidad de la institución y la consecuente pérdida de influencia del clero sobre los creyentes. El dato anterior coincide con los resultados de una encuesta aplicada por el Centro de Estudios de Religión y Sociedad de la Universidad de Guadalajara, en donde se constata el alejamiento de la gente de los templos. En dicho estudio se les preguntó a 200 personas pertenecientes a la Diócesis de Guadalajara, sobre la frecuencia con que asisten a misa y sobre el interés que éstas despiertan en los fieles. El resultado de la primer pregunta fue el siguiente: sólo el 3% asiste diario a misa; 26% asiste cada domingo; 14% lo hace cada 15 días; 20% va a misa cada mes; 25% sólo tres veces al año, y 12% nunca12.
Con respecto a la segunda pregunta relacionada con lo interesante de las misas, los resultados fueron así: al 38% de los que asisten les resultan muy interesantes; al 39% poco interesantes; al 5% nada interesantes, y al 16% aburridas13. Si sumamos los tres últimos porcentajes tenemos un total de 60% de personas que ya no le encuentran relevancia el ir a escuchar a los sacerdotes. Esto también es una evidencia empírica de cómo el clero viene perdiendo presencia, influencia y ha dejado de ser una mediación imprescindible para seguir creyendo en la religión católica. Un hecho reciente que ha golpeado todavía más esa separación paulatina entre clero y fieles, es el escándalo sobre los abusos sexuales a menores, cometidos por varios obispos y dirigentes religiosos en varias partes del mundo, destacando en el caso de México el asunto del padre Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo.
Se han conjugado pues, una serie de factores que están minando la confianza y la validez de la institución católica y su clero, razón por la cual se afirma que existe un proceso de crisis en el catolicismo mexicano, pero esto a nivel de las estructuras, del poder institucional y la legitimidad de sus representantes. La otra crisis, las de las metáforas, los mitos y las creencias, eso aún se mantiene firme en los creyentes. Sin embargo, todo parece indicar que esos resquebrajamientos podrían comenzar a presentarse con más claridad en los próximos años y principalmente entre la población joven. Como se dijo al principio del presente texto, la tradición religiosa ha sido a través del tiempo un “patrimonio inevitable de la nación”, por lo que el surgimiento de nuevos paradigmas de creencias religiosas tendrán que esperar hasta que se generen condiciones para ello.
Ahora bien, aún cuando la sociedad mexicana marcha a ritmos totalmente desiguales hacia el desarrollo, se puede advertir un distanciamiento de la comunidad creyente con el clero y su institución, por lo que se pudieran estar generando nuevas condiciones culturales para que se produzca la crisis de la epistemología mítica, con lo cual los mitos dejarán de ser esos sistemas de programación de las colectividades. Ese será tal vez el derrotero que le espera a la sociedad mexicana en el campo religioso, y es aquí donde surge una pregunta ¿esas programaciones colectivas que impuso la epistemología mítica qué tanto fueron necesarias para el desarrollo de las sociedades? ¿qué tanto influyeron en civilizar la condición natural del género humanos? En términos de la filosofía Hobbesiana, la duda queda de la siguiente manera: ¿qué tanto el principio divino del Bien Dios que forcejea en la historia humana con el principio del Mal demonio, influyó para que el hombre pudiera dejar esa condición violenta de estar viviendo un estado de “guerra de todos contra todos”14?
Tal vez falta abordar el problema desde la perspectiva de los aportes de esas programaciones colectivas que representan los sistemas de mitos. O sea, qué sería de las sociedades si no hubiese existido el enfrentamiento entre los dos principios divinos o más que humanos que señala Corbí: “el principio del Bien o Dios y el principio del Mal o demonio”15. Como señala el propio Corbí “ese enfrentamiento de gigantes se da al nivel de la historia humana. En la historia humana se enfrentan, en una guerra sin cuartel. La historia humana es la historia de ese enfrentamiento, es pues, una historia sagrada”16. Qué sería por tanto de las sociedades sin el principio del Bien, dónde estaríamos, qué tipo de crisis civilizatoria estaríamos pasando. En este sentido la valoración de las metáforas centrales de las religiones cobran un importante significado, aunque desde otras perspectivas son muy cuestionables. Como dice Fornet-Betancourt, hablar de la “crisis de la religión sería de este modo también crisis de antropología, crisis de cosmología y, con ello, crisis de civilización en general”17. Habría que estudiar si efectivamente la crisis de las religiones en Europa están teniendo esas repercusiones en la antropología, la cosmología y la civilización actual.
El caso es que en México se está viviendo con más claridad una crisis de la iglesia católica, que una crisis de la religión en sí, sin embargo, como ya se anotó, esto puede representar el momento histórico previo de un desenlace que luego pudiera afectar el cuerpo mítico del cristianismo. Pero aún cuando la crisis de las religiones no ha estallado, sí se vislumbran desvaríos en la apropiación de los mensajes clave de éstas por parte de los fieles, particularmente en el catolicismo. Razón que exige reflexiones teológicas que resignifiquen la fe en relación con el mundo real, para que justamente la religión deje de ser sólo rito y tradición y se ocupe del ser humano y sus problemas civilizatorios, entre ellos, el cuidado de la Tierra. Porque si no le logra ello, más pronto de lo pensado la gente le perderá sentido a la religiosidad.
Con lo anterior se debe entender que existe una especie de contradicción entre el sostenimiento de las metáforas centrales del catolicismo y la crisis social deshumanizadora por la que está atravesando la sociedad mexicana. Pareciera que la sociedad sigue necesitando de la religión, necesita de Dios, pero no necesita de la relación con el hombre. Es decir, el católico está viviendo una religiosidad muy cercana al mito y la tradición, pero muy lejana de su contexto relacional con el prójimo y el medio ambiente. Se vive una religiosidad intimista donde prevalece un vínculo casi exclusivo con lo ultraterreno, religiosidad que ha sido promovida por el propio clero y la institución iglesia sin medir las consecuencias de esas programaciones colectivas que apuntan a individualizar la religión.
¿Resignificación de la fe?
A parte de la crisis de la iglesia, se vive una crisis en la interpretación de las enseñanzas cristianas y su puesta en práctica. Pareciera que ese antagonismo entre los principios divinos del Bien o Dios con el Mal o demonio, lo está ganando el principio del Mal, esto porque en la sociedad se percibe y hay evidencias suficientes para demostrar que el cuerpo mítico del catolicismo está desfasado de la realidad que exige aplicar las bondades de las religiones, más no ritos, devociones y tradiciones que no juegan un papel en la configuración de una conciencia católica comprometida con lo que le acontece al ser humano y su entorno. La resignificación de la fe tendría que ir en el sentido de recuperar la profundidad del mensaje de compasión, fraternidad y solidaridad, pero sobre todo de hacer indivisible las creencias y prácticas del catolicismo. Si a estas alturas eso no es posible, entonces el camino al desfiladero de la crisis de la religión será más corto.
En esta otra perspectiva, la institución iglesia también ha profundizado su crisis, ya se dijo, no sólo ha perdido adeptos por el creciente mercado de protestantes y evangélicos, sino también ha dejado de ser la mediadora imprescindible entre los creyentes y Dios, ya que la mayoría no asiste a misa. Ahora la crisis también se ahonda porque las enseñanzas del clero no responden a las necesidades de una sociedad metida en un torbellino de violencia, corrupción e injusticia. Los católicos están ante una iglesia poco preocupada por el mundo terreno y por ello el escepticismo ante el clero y su papel como referentes testimoniales de esa búsqueda del bien.
La iglesia católica y su epistemología mítica no podrán subsistir por mucho tiempo, sus errores, su conservadurismo y su poca disposición al cambio, pueden crear las condiciones para el fortalecimiento de nuevas formas espirituales. Lo espiritual también es un campo de necesidades que tiende a desplegarse más allá de las fronteras del catolicismo y de cualquier religión, incluso en la sociedad mexicana existen ya sincretismos religiosos entre católicos con prácticas hinduistas, budistas, de la nueva era y esotéricas, entre muchas otras. Es al final de cuentas reconocer lo que dice Vigil en cuanto que la historia de las religiones es una continua interacción de sincretismos, y sobre todo, reconocer lo que indica en el sentido de que “todas las religiones son sincréticas”18. Sin embargo, aún cuando esas prácticas y relaciones están presentes en la sociedad, éstas no dejan de ser marginales ante la hegemonía católica, pero no deja de ser una hegemonía cargada de mitos y tradiciones carente de una enseñanza dialogante con el mundo contemporáneo. Y precisamente son las necesidades y problemas de este mundo contemporáneo lo que está exigiendo religiosidades y espiritualidades capaces de responder a los desafíos actuales.
Espiritualidad a favor del mundo
Por las tendencias que se perciben en el debilitamiento paulatino de la iglesia y su clero, no es de sorprendernos que en el mediano y largo plazo las nuevas religiosidades y espiritualidades logren posicionarse y den paso a nuevas formas de expresión colectivas e individuales. Los sincretismos podrían convertirse en un campo de atracción, al igual que el pluralismo religioso, pero de igual manera se podría pensar en espiritualidades de tipo axiológico. Sobre este último punto es interesante traer al caso una interrogante planteada por Robert S. Hartman “¿por qué la gente es tan buena para organizar el mal pero tan mala para organizar el bien?”, es justo el tema de la existencia humana frente al bien y al mal, pero también el compromiso hacia el mundo en todas sus dimensiones, lo que puede ser un eje de articulación de las espiritualidades, desde dentro o fuera de las religiones.
En el caso de las religiones, se puede coincidir con Vigil en el sentido de que éstas tienen que centrar su papel en humanizar al mundo. “No hay tarea más importante para las religiones en ésta hora de la historia que la de redescubrir con nueva luz y nueva profundidad esta su misión humanizadora”19. Se trataría efectivamente de cultivar la humanidad, y esto no como algo privativo de algunas religiones sino como “un desafío universal, transversal a todas ellas, no deberían recorrer ese camino en solitario, sino en diálogo, como tarea compartida de renovación”20. Se trataría pues, de dejarse interpelar por la realidad para hacer una puesta en común y poner en práctica todos aquellos valores subyacentes en las religiones, tales como la compasión, bondad, fraternidad y solidaridad, praxis que pueda impactar este mundo, praxis que resignifique la fe y resignifique la práctica religiosa y espiritual.
Ahora bien, desde una espiritualidad laica y una epistemología no mítica, los lazos relacionales que deben interconectar las energías humanas es el cuidado de la existencia humana, espacio y tiempo en donde estamos todos y está la Tierra misma. Esa toma de conciencia de que debemos cuidarnos por el bien de todos y porque es condición humana el amar, puede constituir un camino significativo que nos permita percatarnos de que estamos frente a serias amenazas que nos pueden conducir a desenlaces fatales. Y ante ello es imprescindible volcar no sólo energías, sino capacidades creativas y sensibilidades para dotar a este mundo y a la existencia humana de sentidos profundos que permitan dignificar la vida, que permitan rescatar y enriquecer la creación universal.
Ante el ser humano, el mundo y ante toda forma de vida existente, las espiritualidades laicas y religiosas tendrían que tener el compromiso de la preservación, lo que implica recuperar ese espíritu creador, no destructivo, ese espíritu comunitario, no individualista, ese espíritu de sensibilidades, no de indiferencia, ese espíritu de justicia, no de abuso, ese espíritu de paz, no de violencia. Si somos capaces de crear espiritualidades en este sentido, es decir, si somos capaces de crear “esa fuerza motivante más profunda que anima a la acción, cercana a la pasión o mística que inspira los ideales”21, estaremos en condiciones de tener esperanza, y serán éstas espiritualidades las que pudieran dar origen a nuevas programaciones colectivas y a nuevas formas de organización. Se trata pues, de cambiar actitudes hacia el mundo, es decir, cambiar el proceso relacional hacia la persona humana, cambiar el proceso relacional con el medio ambiente, cambiar incluso el proceso relacional con Dios desde las creencias. Desde esta perspectiva estamos hablando de nuevas espiritualidades dialogantes consigo mismas y con la realidad, espiritualidades capaces de transformar, de mejorar, de enriquecer la vida, de cuidar el mundo.
Haciendo un paralelismo con las ideas de Corbí, podríamos decir que la espiritualidad para el cuidado del mundo tiene cierta semejanza con lo que él denomina “calidad axiológica humana” que también es “calidad ética, es capacidad de compromiso social y político y, sobre todo, es capacidad de sentir y apreciar íntimamente la realidad que nos rodea. Es, pues, ética personal, compromiso con el colectivo y riqueza de sensibilidad con cosas y personas”22. Esa calidad axiológica humana es la que hay que reconstruir desde una espiritualidad laica, calidad axiológica que el catolicismo no ha sido capaz de sostener y enriquecer debido a que lo ultraterreno y los intereses institucionales de la iglesia han sido los ejes casi exclusivos de sus procesos de enseñanza religiosa.
Una nueva fuerza motivante que anime la acción para el cuidado de la vida en todas sus dimensiones, es tal vez lo que está ausente, y es tal vez lo que necesita la existencia humana en su continuidad histórica. Sin embargo, cómo generar confianzas para ello, cómo generar credibilidad, cómo crear certezas, y más sabiendo que las religiones pareciera que están perdiendo la batalla en la búsqueda del bien y la armonía humana y ecológica. Será que la espiritualidad laica podrá con semejante desafío, o será necesaria la conciliación con las espiritualidades religiosas que puedan emerger a partir de la necesaria renovación de las religiones y sus iglesias. Lo cierto es, que ante las amenazas de las acciones humanas, se requiere urgentemente de fuerzas humanas que animen los ideales, y a partir de ellos, se construyan nuevos espacios colectivos para el desenvolvimiento de esas espiritualidades creadoras y las religiosidades humanizadoras que sean capaces de autotransformarse.
Para cerrar vienen al caso una cita de Corbí, que dice lo siguiente:
Hemos tenido el hábito de buscar y encontrar en la religión agarraderos sólidos para esta vida y para la otra. La nueva forma de cultivo de la espiritualidad nos deja sin ningún agarradero. La espiritualidad no pretende ofrecer agarraderos, sino eliminarlos. Los agarraderos para nuestra vida cotidiana tendremos que construírnoslos nosotros mismos, con nuestros propios medios y con la calidad, que como personas y como colectivos, hayamos alcanzado23.
Conclusiones
El desarrollo de la cultura y de las sociedades del conocimiento tarde que temprano modificarán las epistemologías míticas en América Latina, produciéndose tal vez una crisis generalizada de la religión católica en la región. Pero mientras esto sucede, la crisis que vive la iglesia está dando pautas para el surgimiento de nuevos campos de espiritualidades, muchos de ellos de carácter sincrético y otros alternativos. Asimismo, se está configurando un pluralismo religioso cristiano y un distanciamiento de miles de católicos con respecto a su iglesia y el clero. Diversos fenómenos están convergiendo en la metamorfosis cultural religiosa, entre ellos, la propia resistencia del clero para dialogar con el mundo contemporáneo y adaptar su discurso y práctica religiosa a las renovadas condiciones en que viven las sociedades del siglo XXI. Podrá haber crisis religiosa, pero también necesidades de seguir viviendo la espiritualidad desde dentro o fuera de las religiones. Un campo específico espiritual puede irse dando en relación al cuidado de la creación universal, entendida ésta como un campo donde está en juego el ser humano, la Tierra y la vida misma, razón que interpela a esa fuerza humana inspiradora que puede generar transformaciones que posibiliten la existencia y el mejoramiento de la existencia humana. Se trata de entender la vida en su totalidad, de apreciar las interacciones y procesos para comprometernos con su viabilidad y sustentabilidad a largo plazo. Es la interpelación de una espiritualidad transformadora, amorosa con la vida y cargada de sabiduría que permita las posibilidades de la existencia humana y su mundo. Es pues, una espiritualidad de servicio y compromiso que puede dar pautas a nuevas formas de entendimiento y acción de los grupos humanos.
1 CORBÍ, Mariano, Hacia una espiritualidad laica. Sin creencias, sin religiones, sin dioses, Ediciones Herder, Barcelona 2007, p. 85
2 PARKER, Cristián, ¿América Latina ya no es católica? Pluralismo cultural y religioso creciente. En América Latina Hoy, Universidad de Salamanca, Salamanca 2005, vol. 41, p. 36.
3 MEDINA, Ignacio y DELGADO, Paula, Neoliberalismo y desorden mundial: América Latina y la búsqueda de alternativas. En La integración regional de América Latina en una encrucijada histórica, Universidad de Guadalajara, Guadalajara 2003, p. 79.
4 MONSIVÁIS, Carlos, Imágenes de la tradición viva, Universidad Nacional Autónoma de México, Fondo de Cultura Económica y Landucci, SA de CV 2006
5 CASTAÑÓN, Adolfo, La tradición viva o la conquista del presente. En Revista de la Universidad de México, Universidad Nacional Autónoma de México, Distrito Federal 2008, núm. 52, p. 15.
6 INSTITUTO Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), Distrito Federal 2000.
7 CORBÍ, Mariano, op. cit., p. 130
8 VIGIL, José María, Teología del pluralismo religioso. Curso sistemático de teología popular, Editorial Abya Yala, Quito 2006, p. 363.
9 DE LA TORRE, Renée, Perfiles socio-demográficos del cambio religioso en México. En Enlace expresiones de la sociedad civil, revista digital, 2006, Nueva Época, año 4, núm. 1. Dirección electrónica: http://www.organizacionessociales.segob.gob.mx/UAOS-Rev5/perfiles.html
10 Ibíd
11 PÉREZ, Ignacio, Más de tres mil personas hicieron procesión por el Corpus Christi. En Periódico Público Milenio, Guadalajara 5 de junio de 2010, p. 14
12 CENTRO de Estudios de Religión y Sociedad, Encuesta sobre la doctrina social de la iglesia católica, Universidad de Guadalajara, Guadalajara 2010.
13 Ibíd
14 HOBBES, Thomas, Leviatán tomo I, Ediciones Gernika, Distrito Federal 2005, p. 130.
15 CORBÍ, Mariano, op. cit., p. 90
16 Ibíd p. 91
17 FORNET-BETANCOURT, Raúl, Interculturalidad y religión. Para una lectura intercultural de las crisis actual del cristianismo, Ediciones Abya-Yala, Quito 2007, p. 54.
18 VIGIL, José María, op. cit., p. 364.
19 Ibíd p. 377
20 Ibíd p. 376
21 MARROQUÍN, Enrique, Otro mundo es posible. Justicia, paz integridad de la creación y vida consagrada, Publicaciones Claretianas, Madrid 2006, p. 199.
22 CORBÍ, Mariano, op. cit., p. 195
23 Ibíd p. 199