Skip to content

¿Adiós al Vaticano II?

José Mª VigilServicios Koinonía

Tres superaciones del Concilio Vaticano II

Resumen:

El autor confiesa que pertenece a la generación que ha dedicado su vida a implementar la herencia del Concilio Vaticano II, generación que ha tenido a ese concilio como el punto de referencia más importante –eclesialmente hablando- en los últimos 40 años. Sin embargo, aventura la hipótesis de que la problemática del Vaticano II ha quedado ya obsoleta, y lo justifica presentando tres olas de nuevos signos de los tiempos que han transformado radicalmente el panorama teológico y pastoral: la teología de la liberación, el pluralismo religioso y la crisis de la religión.

¿Cuánto tiempo pervive un Concilio en la Iglesia? ¿Cuánto tiempo permanece siendo la referencia principal de la vida eclesial? ¿Cuándo deja de serlo y pasa a segundo plano, cediendo lugar a otras referencias mayores, más potentes y urgentes?
Digámoslo en un lenguaje aplicado: el Concilio Vaticano II, ¿es todavía la referencia mayor del caminar de la Iglesia? ¿Ya no lo es? ¿Dejó de serlo por plenitud, por cumplimiento, por acabamiento natural, por abandono, por fracaso, o incluso por retroceso y rechazo? ¿Es acaso, todavía, una tarea inconclusa, pendiente de alguna manera?

Obviamente, en la historia todos los acontecimientos importantes –como son los concilios- se acumulan, no desaparecen, quedan ahí, enterrados en los cimientos del presente, condicionando de una manera u otra todo el devenir eclesial posterior. El Concilio Vaticano I, el de Trento, el de Calcedonia o el llamado «de Jerusalén» de los Hechos de los Apóstoles, están ahí, en las raíces históricas de nuestro presente. Pero no son ya –en este momento- la referencia histórica cercana y orientadora del caminar actual de la Iglesia. Su referencia, que fue central en otra época, dejó el puesto a otras referencias históricas mayores que vinieron a sustituirla.

¿Es éste último el caso del Concilio Vaticano II, después de 40 años? ¿Es ese Concilio todavía la referencia fundamental en el transfondo del quehacer de la iglesia? ¿Continúa pendiente de implementación su mandato y su herencia? ¿Debemos luchar por llevarlo a término los que creemos que quedó truncada o fue revertida su puesta en práctica? ¿O su referencia ha sido ya desplazada por nuevas urgencias, y tal vez su mensaje, imperceptiblemente, se ha vuelto irrelevante, al quedar obsoletos sus planteamientos, sus categorías o su mismo lenguaje, que ya han cumplido 40 bíblicos años?

Quiero proponer la idea de que el Concilio Vaticano II ya ha sido superado por tres nuevas oleadas históricas de signos de los tiempos, y que, si bien es cierto y mundialmente reconocido, que su mandato sigue siendo en buena parte una herencia truncada y una tarea incumplida, su referencia ya no es la principal para una Iglesia que atraviesa un horizonte socio-espiritual radicalmente diferente.

Pertenezco a esa generación que se ha pasado la vida –literalmente 40 años- luchando por la puesta en práctica del Concilio Vaticano II, por la defensa de sus propuestas, y por su recuperación. Hace años que el discurso informal conservador nos viene repitiendo que el Concilio es un pasado remoto al que hay que dejar de mirar, porque ya se pasó su hora y ya no tiene vigencia. Nosotros, los apasionados por el Concilio siempre sostuvimos su actualidad, su vitalidad perenne, su urgencia pendiente, su vitalidad inmarcesible.

A la altura de este aniversario, voy a decir lo contrario de lo que ha sido nuestro discurso tradicional: «el Vaticano II está superado». Más: ya fue superado hace años, y me parece contar hasta tres grandes olas de signos de los tiempos que avalan esa superación. Y son esas tres olas el itinerario que voy a recorrer en esta reflexión.

Primera ola: la teología y la espiritualidad de la liberación

Infinidad de veces se ha dicho que la teología de la liberación (TL) no fue sino el rostro propio de la «renovación conciliar» en este Continente, que Medellín -que propició o acogió esa teología-, no quiso ser sino la «aplicación» del Concilio a América Latina. Pero fue mucho más que una simple aplicación.

Fue, sí, una «aplicación», y una aplicación concienzuda, consecuente, y fiel, pero con una fidelidad creativa, creadora, que aplica un espíritu atreviéndose a caminar por sí misma bajo su inspiración. América Latina puso en práctica aquello que tanto se dijo: que el Concilio no era sólo un punto de llegada, sino, a la vez, un punto de partida.

En la teología latinoamericana de la liberación está presente –acogida, plenamente asumida- toda la herencia conciliar, ciertamente. La renovación conciliar fue plenamente puesta en práctica en el Continente. Pero la teología latinoamericana es mucho más que una teología simplemente «conciliar». Sus planteamientos, sus presupuestos, sus preocupaciones y sus privilegiados interlocutores, no son los mismos que los de las muchas teologías conciliares, de las europeas por ejemplo. Tampoco la «teología política» de Juan Bautista Metz, por ejemplo, cronológicamente posconciliar, era «simplemente conciliar». Daba ya un paso adelante sobre los planteamientos del concilio.

¿Cuáles eran los enfoques, los ejes nuevos, los pasos adelante, realmente «post-conciliares», que suponían una novedad real más allá del Concilio, que caracterizaron a la TL, que constituyen su esencia? En otra parte he sostenido que, a mi modo de ver, son tres esos ejes teológicamente estructurales:

a) una lectura histórico-escatológica de la realidad
b) el reinocentrismo
c) la opción por los pobres.

Es cierto que hay elementos y pistas en los documentos conciliares que anticipan y posibilitan estos componentes estructurales de la TL, pero no se puede decir esos elementos caractericen «la teología» conciliar. La TL asumió plenamente la teología conciliar, pero la reelaboró, llevándola a un nivel ulterior, a un planteamiento nuevo, a un enfoque distinto, constituyéndose como una nueva teología que era fruto y herencia de la novedad conciliar.

Que la TL aportaba novedades sobre la visión conciliar, es bien sabido: en cristología (la asunción consecuente de la vuelta al Jesús histórico, el descubrimiento de la «Causa» de Jesús, un nuevo sentido de su cruz…), en eclesiología (un nuevo «modelo» de Iglesia, una plétora de comunidades y de nuevos ministerios…), en misión (el descubrimiento capital del reinocentrismo, la opción por los pobres, la nueva relación «fe y política»…).

¿Quién podrá decir que todos estos planteamientos, todas estas nuevas inquietudes y planteamientos de la TL no eran ya una «superación» del Concilio Vaticano II? Estoy diciendo «superación», consciente del sentido más positivo de la palabra, que no es rechazo, ni abandono, ni tiene nada de negación, sino que implica un asumir el pasado elevándolo, transformándolo y haciéndolo avanzar hacia nuevos horizontes. La TL era, fue, sigue siendo, una verdadera «superación» del Concilio Vaticano II. Si bien es verdad que es un fruto y una hija del Concilio y que éste está presente en ella en lo más hondo de sus cimientos , hay que reconocer que su perspectiva y su problemática desbordan ya al mismo Concilio.

Y no hablo sólo de la TL de los años 70 y 80, sino, con más razón, de la actual, o sea, de la TL felizmente madurada y florecida en ramas diversas a cargo de nuevos «sujetos emergentes», de la TL confrontada con la perspectiva de género, con la causa ecológica, indígena o negra. Toda esta teología latinoamericana, contemporáneamente actual, está construida sobre un fundamento teológico que hubiera sido inviable sin la perspectiva conciliar, pero que no es, en absoluto, una teología que pueda enmarcarse lisa y llanamente en las que fueron las preocupaciones del Vaticano II. La TL fue la primera gran oleada que evidenció que el Concilio había abierto una puerta, y que alguna Iglesia local –la latinoamericana- se había atrevido a cruzarla y se había atrevido a caminar. Quedaba atrás el Concilio.

Segunda ola: la teología del pluralismo religioso

Un segundo gran movimiento teológico que supone una profunda transformación e las perspectivas teológicas, y con ello, una nueva «superación» del Concilio Vaticano II, creo que puede ser identificado en la Teología del Pluralismo Religioso (TPR). Veamos.

Teologías, en los últimos 60 años, ha habido muchas. Todas hacen su aportación al conjunto de la reflexión sobre la fe. Pero normalmente, el desarrollo teológico, como el científico, avanza dentro de unas mismas coordenadas, dentro de un mismo patrón o comprensión fundamental de la realidad, tratando de llenar lagunas todavía existentes, o reelaborando bajo otros aspectos asuntos ya tratados anteriormente. Durante esos períodos la teología avanza pacíficamente, en un desarrollo que podríamos llamar «vegetativo», de crecimiento o reproducción lineal, sin cambios ni sobresaltos, como sobre rieles.

Llega un momento en que en medio de ese crecimiento homogéneo se hace notar un malestar, una percepción de que el conjunto no satisface, una intuición de que el edificio teológico podría ser ser organizado con ventaja desde otros presupuestos que los utilizados hasta ese momento. Es entonces cuando surgen propuestas de reorganización, de reconstruir todo desde cero y bajo otros presupuestos, otras categorías fundamentales, otro paradigma.

Después de la TL, es la TPR la teología que está desafiando al mundo teológico con la propuesta de una «nueva lectura» de la teología y del conjunto del cristianismo. Me refiero, claro está a la TPR de orientación pluralista, por contraposición a la TPR (con ése u otro nombre) que estaba hasta ahora en vigencia, de carácter inclusivista .

El Vaticano II no habló explícitamente de «teología de las religiones» ni de TPR, pero entró en el tema, se pronunció, y llevó a cabo, precisamente, un cambio sustancial. En efecto, la Iglesia estaba instalada oficial y popularmente en el paradigma del exclusivismo , y el Concilio dio un paso adelante aceptando oficialmente el inclusivismo: reconoció netamente la presencia de la salvación y de los «elementos eclesiales» más allá de los límites de la Iglesia y del cristianismo (UR 3, LG 8, AG 9, NAe 2), pero no dejó de afirmar que todas esas presencias se dan «no sin una misteriosa conexión con Cristo» (GS 22, LG 16) .

Éste fue un salto cualitativo, una verdadera revolución teológica, un auténtico «cambio de paradigma». Se interrumpía una tradición inveterada, de casi 19 siglos, una tradición prácticamente constante, que podría considerarse por tanto consustancial a la fe cristiana. El Vaticano II tuvo el valor de superar esa tradición, aventurándose a adentrarse por un camino nuevo, no transitado, marcando una valiente ruptura.

Después de apenas unas décadas, la TPR pluralista propone otro salto cualitativo, el del paradigma pluralista. Como dice Paul Knitter, el inclusivismo inaugurado por el Concilio Vaticano II fue apenas un «puente», una propuesta que nos sacaba del paradigma insostenible del exclusivismo, para trasladarnos a la nueva posición del inclusivismo. Pero, en realidad, la dinámica misma del desarrollo teológico nos está mostrando que el mismo inclusivismo se está mostrando también insostenible: todo parece indicar –afirma la TPR- que, efectivamente, el paradigma conciliar del inclusivismo es sólo un «puente» que nos ha de llevar, tarde o temprano, a otra orilla, al paradigma pluralista. Knitter, por eso, invita a sus compañeros teólogos a decidirse a terminar de cruzar el puente y a entrar de lleno y sin temor en el continente pluralista.

Ahora bien, el paso del inclusivismo al pluralismo no es simétrico al paso del exclusivismo al inclusivismo. Este paso –el que dio el Concilio- fue mucho menor que el que ahora se propone. Porque el inclusivismo, de alguna manera, no deja de ser exclusivismo en el fondo. El inclusivismo, en efecto, cede la exclusividad en algunos aspectos exteriores, pero la mantiene en el fondo teológico y metafísico. El inclusivismo, ciertamente, admite que hay salvación fuera de la Iglesia y fuera incluso del cristianismo, pero no deja de considerar que esa salvación que hay fuera del cristianismo es «cristiana», es la conseguida por Cristo, único salvador, y que no hay salvación que no sea cristiana. La afirmación de la exclusividad, pues, sigue dándose en el fondo, pues, sigue estando presente en el inclusivismo. El paso del exclusivismo al inclusivismo no es un cambio tan profundo como parecía en principio; por el contrario, el paso del inclusivismo al pluralismo representa un cambio sustancial.

Pues bien, si el Vaticano II representó en materia de teología de las religiones un cambio de paradigma (del exclusivismo al inclusivismo), la TPR representa y propone otro cambio de paradigma mucho más profundo (del inclusivismo al pluralismo), y con ello propone y realiza un abandono y una superación de lo que fue el paradigma conciliar.

Estamos ante una nueva «superación» del Concilio, la tercera que aquí estamos considerando. La perspectiva conciliar inclusivista, que embebe todos sus documentos, sus argumentos teológicos y sus perspectivas pastorales, quedan hoy día –desde la posición de la TPR pluralista- absolutamente superada. Sus expresiones y formulaciones pierden plausibilidad, sus argumentaciones pierden vigencia, y sus decisiones quedan inadecuadas, desfasadas. Paul Tillich, pocos días antes de su muerte imprevista, confesó que, a la vista de la perspectiva del pluralismo religioso, creía que era necesario «reescribir toda la teología».

La TPR, en efecto, somete a revisión todo el edificio teológico, hasta lo que considerábamos sus fundamentos más sagrados y los principios básicos esenciales del cristianismo. No se trata de la revisión de un tema concreto de la teología, sino de aspectos fundamentales que alteran la perspectiva de conjunto de la teología. En este sentido, la TPR –igual a como se había dicho de la TL- no es una teología «de genitivo» o sectorial, sino «de ablativo» o «teología fundamental»; el pluralismo no es sólo su objeto material, sino su objeto formal y su nuevo lugar teológico. No es una teología hecha como siempre pero «sobre la pluralidad religiosa» como objeto material de su reflexión, sino una teología que elabora todas las materias de la teología universal, pero desde la perspectiva de un llamado «pluralismo de principio», que hasta ahora nunca ha sido contemplado ni aceptado en ninguno de los tres grandes monoteísmos. No es el momento de entrar en ello, pero piénsese en aspectos tan novedosos como el paso a la consideración positiva del pluralismo religioso, la aceptación de que no hay pueblos ni religiones elegidas, la reconsideración del dogma cristológico, la redefinición de la misión, la revisión de la eclesiología… En definitiva, no se trata sólo de una teología, sino de un «espíritu», de una espiritualidad , o sea, de una manera de ser, de un nuevo (modelo de) cristianismo.

Para los cristianos que están ya en este modelo teológico, ¿qué puede decir y aportar hoy el Vaticano II, si todas sus reflexiones y decisiones están pensadas y expresadas en un lenguaje que desconoce los planteamientos más elementales de esta nueva forma de ver? Poco. Para un cristiano puesto al día en el campo de la TPR, el Vaticano II casi ya no puede ser punto de referencia inteligible y orientadora. Su mensaje y su espíritu no está contradicho ni abandonado, no: está en el substrato de las posiciones actuales, como un importante acontecimiento histórico que permitió avanzar hacia las posiciones actuales, pero él mismo, en su propio planteamiento, se quedó ya corto y desfasado. La problemática está hoy en otra cancha y allí es donde continúa el juego.

Back To Top