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El cultivo de la cualidad humana y de la cualidad humana profunda

¿Qué es eso que nuestros antepasados llamaron “espiritualidad”? Nos proponemos dar una fundamentación laica, sin creencias ni religiones, a lo que nuestros antepasados llamaron “espiritualidad”, y que nosotros llamaremos “cualidad humana” y “cualidad humana profunda”, porque nuestra antropología ya no es una antropología de cuerpo y espíritu.

¿Qué es eso que nuestros antepasados llamaron “espiritualidad?
En una sociedad como la nuestra que no puede ser creyente ni religiosa, “la espiritualidad”, si se refiere a algo real, tiene que referirse a un peculiar uso de nuestras facultades de conocer, de sentir y de actuar.

¿Cómo plantear lo que nuestros antepasados llamaron “espiritualidad” o lo que la tradición cristiana llamó también “salvación”, si es que corresponde a fenómenos reales, en una sociedad sin creencias, sin religiones y sin dioses?

Hay que dar respuesta a esta pregunta, teniendo explícitamente en cuenta la pluralidad de tradiciones religiosas en las que ese fenómeno se presenta, aunque adopte diferentes nombres.

Nuestro punto de partida no puede ser, por razones obvias, ni creyente, ni religioso, tendrá que ser antropológico, epistemológico, cultural y social.

¿Qué hay en la estructura humana, en la estructura de su conocer y sentir e, incluso, en su estructura social para que se generare ese tipo de fenómenos que nuestros antepasados interpretaron como “espiritualidad”?

¿Fue sólo consecuencia de la forma mitológica, simbólica y ritual de pensar, sentir?

En otros lugares hemos expuesto, con detalle, que los mitos y símbolos no pretenden explicar la realidad, sino modelarla, a fin de que sea vivible y manejable en unas condiciones determinadas de forma preindustrial de vivir en el medio. Los mitos y símbolos, con sus metáforas centrales o paradigmas, y con sus desarrollos en mitologías completas, eran sistemas de socialización, sistemas de programación de un colectivo, para un tipo de vida determinado.

Por consiguiente, lo que nuestros antepasados llamaban espiritualidad no era consecuencia de su forma mítica de pensar y sentir, sino que sus afirmaciones religiosas y espirituales modelaban, también, una cierta dimensión de lo real.

¿Qué dimensiones eran esas que los mitos y símbolos modelaban y, modelándolas, las interpretaban como entidades reales, de acuerdo con la epistemología mítica, que da por real lo que los mitos, símbolos y rituales afirman?

¿Fue sólo una secuela del sistema mítico-simbólico de programación colectiva?

El hecho de que los sistemas mítico-simbólicos de programación colectiva, propios de las sociedades preindustriales, hablen de antepasados sagrados, dioses y espíritus, nos indica que se ven necesitados a modelar ciertas dimensiones de su existir.

Ese es el dato que los mitos y símbolos nos proporcionan y que debemos tener en cuenta. Las figuración que construyen de ese dato, que se ven precisados a modelar, y la interpretación epistemológica que hacen de los términos de esa modelación, eso sí es consecuencia de su forma mítica de pensar y sentir; no lo es, en cambio, la manera de ser y la naturaleza de esa otra dimensión de la que hablan.

El hecho de que esa dimensión, que nos proponemos investigar, estuviera modelada por una forma mítico-simbólica de socialización y programación colectiva, le imponía unas formas de presentarse y una epistemología, que no podemos considerar adecuadas para nosotros, que ya no vivimos en sociedades preindustriales, ni tenemos unos sistemas mítico-simbólicas de socialización y programación, ni, por consiguiente, una epistemología mítica.

¿Fue sólo fruto de la necesidad precientífica de explicar lo real?

Los mitos y símbolos no pretendían explicar la realidad, sino modelarla para poder vivir en ella, aunque, luego, en la conciencia de los individuos y del grupo, se interpretara y viviera esa modelación (que debía funcionar como sistema de programación colectiva para vivir), como una interpretación y una descripción de la realidad.

No pretendían, como incluso pretendió después la ciencia durante largo tiempo, hacer una interpretación de la realidad, sino una modelarla. Eso significa que lo que no se topaban en su vivir, no tenían por qué modelarlo. Si no se hubieran topado con esa peculiar dimensión que llamaron “espiritualidad”, no la hubieran modelado, y hubieran interpretado esa “no modelación” como la interpretación válida de la realidad.

¿Fue sólo una necesidad del poder para controlar la sociedad?

La religión y la espiritualidad no las inventó el poder para controlar y dominar, sino que utilizó lo que la modelación mítica le ofrecía para controlar y dominar; en el caso que tratamos, el poder utilizó a la religión e incluso a la espiritualidad para sus fines.

El poder puede utilizar la religión, pero no la necesita. En el siglo XX hemos tenido experiencia de sistemas de poder muy duros y dictatoriales, sin base religiosa ni espiritual.

Por todo lo dicho, lo coherente es pensar que nuestros antepasados preindustriales se toparon con ciertas dimensiones del uso de nuestras facultades que se vieron necesitados a modelar para poder vivir contando con ellas. Ese es un hecho del que tenemos que dar cuenta, porque quizás nos jugamos mucho en ello. El modo de su modelación y la interpretación epistemológica que esa modelación generó, es la forma como ellos tuvieron que vivirlo, no como tendremos que vivirlo e interpretarlo nosotros.

¿Qué dimensión del existir humano es esa, que ellos vivieron como religión y como espiritualidad? ¿Qué tipo de conocer y sentir es ese? ¿Qué tipo de compromisos y acciones desencadena? ¿Qué supone esa dimensión, que por la constancia con que se presentó, parece ser intrínseca a nuestra especie? ¿Qué supone esa dimensión para nuestros sistemas de socialización y programación colectiva? ¿Qué dimensiones son esas que debiera tener en cuenta nuestra cultura, en sus construcciones, si es que no se quiere traicionarse a sí misma, si es que no quiere deformar los rasgos esenciales de nuestro linaje de animales que hablan?

La “cualidad humana” y “la profunda cualidad humana” sin creencias ni religiones.
Ha llegado la hora de que nos planteemos abandonar las formas religiosas, y todos sus aparatos de creencias y organizaciones, en todas sus variantes, para poder cultivar, en las nuevas condiciones culturales, lo que ellos llamaron “espiritualidad”, que, por estructura y dinámica cultural de la nueva sociedad, no puede adoptar formas ni creyentes ni religiosas.

Nos vemos forzados a abandonar incluso el término “espiritualidad”, porque sugiere y va ligado a un tipo de antropología, de cuerpo y espíritu, que ya no es la nuestra y que se presta a ser mal interpretada o simplemente rechazada, y con razón.

Propongo sustituir el término “espiritualidad” por el de “cualidad humana profunda”. Lo que nuestros antepasados llamaban “espiritualidad” es una peculiar forma de funcionamiento de nuestras facultades mentales, sensitivas, perceptivas y activas; es una forma de funcionamiento que, por su valor intrínseco, llamaremos “cualidad”.

Se trata de una cualidad propia de nuestra especie, que arranca desde nuestra misma base biológica: desde la modelación que hacemos de la realidad desde nuestro aparato sensitivo y motor, desde nuestro cerebro, desde nuestra condición simbiótica y sexual, desde nuestra condición de animales que hablan; por eso la llamo “cualidad humana”.

Esa cualidad humana, que podríamos también llamar “sabiduría”, es una manera de comprender, sentir y actuar, interesada verdaderamente por las realidades, ponderada y, por ello, con capacidad de distanciamiento de los propios deseos, temores, expectativas y prejuicios; capaz de acercarse a las cosas y personas siempre de forma nueva, porque es capaz de silenciar todo lo que nuestra condición de vivientes necesitados espera y proyecta sobre las realidades, para conformarlas a la medida de nuestros intereses.

Esa cualidad humana puede y debe tener una doble dimensión.

La primera dimensión de la cualidad humana consiste en la conveniencia de cultivar una actitud capaz de manejar todos los asuntos de nuestra vida cotidiana, como individuos y como grupo, de forma adecuada y sabia. Eso es lo que llamaríamos simplemente “cualidad humana”.

Este tipo de cualidad requiere poseerla todo humano; especialmente los que debemos vivir y gestionar las complejas sociedades de conocimiento y de innovación continua. Sin la sabiduría que proporciona esa cualidad humana, nuestras potentes ciencias y tecnologías serían un grave riesgo para nosotros mismos y para el planeta.

El carácter globalizado de nuestras sociedades exige también esa sabiduría para gestionar la pluralidad de culturas, tradiciones, intereses, diferentes grados de desarrollo, desigualdad cultural y económica, etc.

La segunda dimensión de la cualidad humana, es la que debe heredar todas las riquezas de lo que nuestros antepasados llamaban “espiritualidad”. Ese nivel de cualidad ya no tiene una pretensión práctica al servicio de grupos de vivientes necesitados, aunque de hecho siempre las tenga; la llamaremos “cualidad humana profunda”. Esa cualidad humana profunda es lo que nuestros antepasados llamarían “sabiduría del espíritu”. Hablaremos más tarde de ella.

Para estudiar esa peculiar “cualidad humana profunda” que nuestros antepasados, durante milenios, llamaron “religión” y “espiritualidad”, no podremos partir de ninguna religión ni de ningún tipo de creencias; deberemos partir de los datos de la antropología, la lingüística, la etnología y la historia de las religiones, teniendo, además, en cuenta la estructura cultural de las nuevas sociedades de conocimiento.

Habrá que buscar el fundamento de nuestra peculiar “cualidad humana” y de la “cualidad humana profunda”, en nuestra condición de animales que hablan, y en las consecuencias que se derivan de esa nuestra condición de animales que hablan.
Nuestra condición de hablantes determina una peculiar relación con el medio del que vivimos. Estamos sometidos a las leyes generales de los vivientes, pero con las modificaciones introducidas por nuestra condición de hablantes.

El habla nos proporciona una relación no fijada con el medio. Sobre una base genética fijada, que podríamos llamar mínima (la fisiología, la condición sexual y simbiótica y la competencia lingüística) quedan indeterminados todos los “cómo” de esa base genética. El habla será el encargado de completar esa indeterminación. Hablando entre nosotros, autoprogramamos todos esos “cómo” que nos faltan para resultar animales viables.

El habla nos abre a una doble dimensión de la realidad: la dimensión relativa a nuestras necesidades de vivientes, como el resto de nuestros parientes animales, y la dimensión gratuita o no relativa a nuestras necesidades, que podemos llamar absoluta, no porque esa dimensión absoluta tenga, de entrada, ninguna connotación religiosa, sino porque no es relativa a nuestras necesidades.

El hecho de abrirnos a esta doble dimensión de la realidad, nos proporciona una doble experiencia de lo real y de nosotros mismos: una experiencia relativa y una experiencia absoluta.

La lengua nos abre a esta doble experiencia porque nos permite distinguir entre lo que las realidades que nos rodean significan para nuestra vida de seres necesitados, y las realidades mismas, que pueden tener esas significaciones u otras.

Todas las realidades, en sí mismas, pueden tener diversas significaciones para nuestro vivir, porque en ellas mismas no tienen ninguna de las significaciones que les atribuimos, son autónomas, no relativas, absolutas.

Nuestra doble experiencia de la realidad es “nuestra cualidad específica” como vivientes. Esa cualidad específica es la razón de nuestra flexibilidad. Podemos adaptarnos a los cambios del medio y podemos, incluso, provocarlos. Lo hemos hecho a lo largo de toda la historia y lo están demostrando las sociedades industriales de innovación.

La flexibilidad es nuestra “ventaja específica”. Gracias a esa ventaja, que es una ventaja competitiva, nos hemos podido hacer dueños de la tierra en la competencia con las otras especies animales; hasta el punto de poner en grave peligro su misma existencia.

El habla, la doble experiencia de la realidad y la flexibilidad en nuestra respuesta al medio, son tres aspectos diferentes del mismo hecho: ser unos vivientes que, para resultar viables, tienen que autoprogramarse.

Una observación importante: no podríamos autoprogramarnos si no tuviéramos una doble experiencia de la realidad. Si sólo tuviéramos la experiencia de la realidad que tiene que ver con nuestras necesidades, estaríamos fijados a un modo de vida único, como las restantes especies animales. Si no tuviéramos noticia y experiencia, mental y sensitiva, de la dimensión absoluta de lo real, incluidos nosotros mismos, nos estaría vedada la posibilidad de autoprogramarnos y de cambiar nuestros modos de vida.

Para tener la posibilidad de autoprogramarnos tenemos que saber, consciente o inconscientemente, clara u oscuramente, que hay una realidad ahí que es autónoma respecto a nuestras necesidades; que es autónoma de lo que pueda o no significar para nosotros. Esa realidad, ahí, autónoma, nos incluye a nosotros mismos. También tenemos noticia de ello.

Tener que programar todos nuestros “cómo”, conscientes o inconscientes de que lo hacemos, supone e implica una base, consciente o inconsciente: la de nuestra experiencia absoluta de lo real, que nos incluye a nosotros mismos.

Por consiguiente, nuestra doble experiencia de la realidad, que es nuestra “cualidad específica” y nuestra “ventaja específica”, que es la raíz de nuestra “flexibilidad” es un dato proporcionado por la antropología y por la lingüística.

Y la doble experiencia de la realidad no tiene una finalidad religiosa, sino práctica; permite a nuestra especie adaptarse a los cambios del medio sin tener que utilizar para ello, como las restantes especies, millones de años; permite a nuestra especie adaptarse al medio o adaptar el medio a sus intereses, con la rapidez que convenga.

Los grandes cambios en las sociedades preindustriales supusieron centenares de miles de años o decenas de miles de años. Cuando aparecen las sociedades industriales se empieza, primero, a contar por centenares de años y, con las sociedades de conocimiento, hablar de lustros ya son espacios demasiado largos, para medir la rapidez de los cambios.

Pero a pesar de la pretensión práctica de la experiencia de esa doble dimensión de la realidad, nos da acceso a “eso que está ahí, que nos incluye a nosotros mismos”, que no es nuestra construcción, que en sí no tiene ninguna significación para nosotros, aunque nosotros con nuestras construcciones se la demos.

Esa dimensión absoluta de la realidad, que nace con pretensión práctica, nos abre, no obstante, un gran ventanal: la de “eso que ahí viene”. Por ese ventanal se puede salir y navegar.

Por poco que se reflexione, desde fuera de los sistemas religiosos de creencias, sobre los rasgos de esas dos dimensiones de nuestra experiencia de lo real, podemos advertir que la dimensión relativa, en su seno, nos proporciona una experiencia dual de la realidad: un sujeto de necesidades, frente a un medio en el que satisface esas necesidades. La dimensión relativa de la realidad es el un mundo que vivimos en nuestra experiencia cotidiana como lleno de sujetos y objetos.

La dimensión absoluta de nuestra experiencia de lo real ya no tiene esa estructura dual; es el ámbito de lo real en el que no podemos aplicar esas categorías duales; en el que, al no poder hablar ni sujetos ni objetos, tampoco podemos hablar de que haya individualidades. Es un ámbito de lo real no-dual y sin forma, porque todas las formas proceden y residen en la dimensión relativa de lo real.

La autoprogramación debe dar cuenta de nuestra doble experiencia de lo real.
De nuestra condición de vivientes que hablan, que tienen que autoprogramarse para resultar viables, y de las consecuencias que se derivan de esa estructura para nuestra relación con lo real, se concluye que en la construcción de nuestra autoprogramación, tenemos que tener explícitamente en cuenta la doble dimensión de nuestro acceso a lo real.

En nuestra especie nada funciona solo, porque todos los “cómo” tenemos que construírnoslos nosotros. Sin que concretemos el modo de nuestro funcionamiento, nada es viable, porque ninguna concreción está genéticamente determinada. Este hecho comporta que tengamos que programar nuestro acceso interesado a la realidad y también nuestro modo de acceso gratuito, absoluto, a eso mismo real.

La historia de nuestra especie confirma este supuesto. Durante casi toda la historia de nuestra especie, las religiones hicieron esa doble función: fueron un proyecto de vida colectiva e individual, que se pensó que procedía de los dioses o los antepasados sagrados, porque eran sociedades que debían excluir el cambio, y fueron también un medio de expresar y vehicular del cultivo de la dimensión absoluta de lo real.

Los modos de concienciación y cultivo de esa segunda dimensión de lo real, variaron según los modos mítico-simbólicos de programación de los diversos tipos de sociedades preindustriales.

Cuando las ideologías sustituyeron a los mitos y símbolos como sistemas de programación colectiva, ocurrieron dos cosas: o se continuó concienciando y cultivando la dimensión absoluta de lo real, en sectores amplios de las sociedades, los no industrializados, con las viejas religiones; o se absolutizaron las mismas ideologías. La absolutización de las ideologías fue a costa de pérdida de flexibilidad y de perdida de capacidad de responder a las transformaciones del medio. Cuanto mayor fue la absolutización, mayor fue fijación y mayor la ineptitud para responder a los cambios de circunstancias.

La absolutización de cualquier “cómo”, sea mitológico o ideológico, arrastra consigo pérdida de flexibilidad y, con ello, pérdida de respuesta adecuada a las transformaciones provocadas por los crecimientos científicos y técnicos y, además, pérdida de capacidad de innovación y de capacidad creativa científico-técnica.

La única manera de asegurar que no se absolutice ningún “cómo” es mantener viva, activa y cultivada la dimensión absoluta de la realidad. La dimensión absoluta de la realidad se muestra siempre como vacía de forma, como más allá de toda posible representación conceptual o simbólica. Esa su condición absoluta y vacía de forma, consciente o inconsciente, es la garantía de la flexibilidad humana.

O formulado de otra manera: la única manera de conservar nuestra ventaja específica es disponer de medios para concienciar y vivenciar nuestro doble acceso a la realidad.

En las nuevas condiciones culturales, sin religiones (porque las religiones eran consecuencia del sistema mítico-simbólico de socialización y programación de las sociedades preindustriales estáticas), y sin ideologías, (porque eran una consecuencia del sistema de programación de las sociedades de la primera industrialización), habrá que plantearse explícitamente el “cómo” del cultivo de la segunda dimensión de lo real.

El fin de la epistemología mítica.
Los sistemas mitológicos de socialización y programación colectiva eran procedimientos de programación adecuados a sociedades que eran estáticas, porque debían excluir el movimiento y las posibles alternativas; y los sistemas ideológicos de programación eran adecuados a sociedades pseudoestáticas porque, aunque aceptaban el cambio en las ciencias y en las tecnologías, el resto de la estructura de la sociedad debía permanecer intocable.

Lo que establecían los mitos, símbolos y rituales era intocable porque era revelación divina; lo que proclamaban las ideologías era intocable porque tenía la pretensión de describir la naturaleza misma de las cosas.

Tanto los mitos como las ideologías daban por supuesto que lo que las palabras expresaban relataba la naturaleza misma de las cosas. Este supuesto en el uso del lenguaje es lo que llamamos “epistemología mítica”.

Los cambios constantes y cada vez más frecuentes de las ciencias y las tecnologías, (con lo que ese hecho suponía en la aceleración de la transformación constante de la interpretación de todos los niveles de la realidad y con lo que suponía en la aceleración de las creaciones tecnológicas, y sus consecuencias en los cambios en las maneras de trabajar, organizarse y cohesionarse), nos han forzado ha tener que abandonar la epistemología mítica.

Eso nos han conducido a comprender que todas nuestras construcciones lingüísticas, sean las axiológicas con las que nos autoprogramamos, tanto ahora como en el pasado, como las abstractas y científicas, las construimos nosotros mismos.

Por ello, esas construcciones no tienen capacidad para describir las realidades tal como son en ellas mismas, ni las de la dimensión relativa de lo real, mi mucho menos las de la dimensión absoluta de lo real; sólo tienen el poder de modelar unas y otras a nuestra pobre medida, según sean nuestros modos de vivir.

Tener que abandonar las pretensiones de la epistemología mítica nos ha devuelto a nuestra condición de animales necesitados, y nos ha vuelto a hermanar con las restantes especies de vivientes, de las que habíamos tenido la pretensión de separarnos.

El sistema de socialización y programación de las sociedades de conocimiento, innovación y cambio, ya no puede apoyarse, como el de nuestros antepasados, en creencias sagradas, ni tampoco en creencias laicas, sino que tendrá que fundamentarse en postulados axiológicos.

Con esos postulados formulamos las grandes matrices axiológicas desde las que deseamos vivir, supuesto el desarrollo de nuestras ciencias y tecnologías. Desde esas matrices axiológicas o postulados tendremos que construir nuestros proyectos de vida colectivos e individuales.

Unos y otras deberán estar dispuestos al cambio, cuando las exigencias de nuestras creaciones científicas y tecnológicas y sus consecuencias en nuestros modos de vida, lo exijan.

Vivir desde postulados y proyectos axiológicos, construidos por nosotros mismos, y desde ciencias y técnicas en continua mutación, nos fuerza a abandonar la epistemología mítica y nos fuerza a tomar conciencia de que vivimos apoyándonos únicamente en nuestras propias construcciones.

La epistemología mítica nos creaba la ilusión de que nuestros modos de vida, dictados por los mitos y símbolos o dictados por las ideologías, tenían una garantía externa a nosotros, divina o dada por la naturaleza de las cosas. Ahora sabemos que no es así, que tenemos que vivir a nuestro propio riesgo. También en el pasado vivíamos así, pero no éramos conscientes de ello. Ahora lo sabemos y tenemos que asumirlo.

¿Cómo vivir, en las nuevas circunstancias, la dimensión absoluta de lo real?
En estas circunstancias, ¿cómo tendrá que vivirse la dimensión absoluta de la realidad, que nuestros antepasados experimentaron a través de creencias sagradas y a la que llamaron espiritualidad?

Primero tendremos que postular la necesidad del cultivo de esa dimensión, si queremos conservar nuestra cualidad específica, que es la doble experiencia de la realidad, y si queremos conservar las consecuencias que de ese hecho se derivan que son: la flexibilidad y la ventaja específica.

Este es el punto difícil para la nueva sociedad que todavía vive con la inercia y los restos de la epistemología mítica. La gran mayoría de la población piensa que los mitos, símbolos y rituales en los que se expresaban las religiones del pasado, sólo son historias muertas, errores de nuestros antepasados o sistemas para dominar las mentes y los corazones de las gentes a favor de algunos; y que las ciencias describen la naturaleza de las cosas y que, por tanto, con ellas basta para organizar adecuadamente nuestras sociedades.

No comprenden que nuestra cualidad específica como vivientes es tener un doble acceso a la realidad. Ni comprenden que si no cultivamos, de una forma u otra, ese doble acceso, perdemos esa cualidad específica.

No comprenden que, en las condiciones de las sociedades de conocimiento e innovación y cambio continuo, es cuando más necesitamos de la flexibilidad y estabilidad que proporciona nuestro doble acceso a la realidad.

Una vez aceptado que debemos postular, como imprescindible a nuestra condición de humanos, algún tipo de cultivo serio del acceso a la dimensión absoluta de lo real, habrá que sostener que no podemos solventar ese problema como lo hicieron nuestros antepasados, por medio de creencias y religiones. Por consiguiente, tendremos que hacerlo de una forma laica, sin religiones, ni creencias.

Hay que cultivar explícitamente la dimensión absoluta de nuestro acceso a la realidad,
-como constitutiva de nuestra peculiar condición de humanos,
-como la cualidad específica que nos establece como estirpe aparte de los restantes vivientes
-y como imprescindible para el correcto funcionamiento del nuevo tipo de sociedades, en las que las religiones han colapsado, aunque puedan sobrevivir en los márgenes, y en las que las pretensiones de las ideologías han entrado en crisis.
Autoprogramándonos, somos responsables de nuestro destino y del destino de la vida sobre la tierra. Ninguna solución nos viene del cielo o de la naturaleza. En esa tarea continua de autoprogramación, de socialización, al paso acelerado del crecimiento continuo de nuestras ciencias y tecnologías, hemos de contar con nuestro doble acceso a la realidad: el relativo a nuestras necesidades, y el absoluto, gratuito.

Si no tenemos en cuenta, en nuestra autoprogramación, la segunda dimensión de nuestro acceso a lo real, iríamos a la ruina porque no salvaríamos nuestra cualidad específica, ni podríamos mantener la flexibilidad, ni la estabilidad que precisamos. Nos quedaríamos reducidos a la condición de unos superpredadores, con medios muy sofisticados, siempre estresados porque no podemos hacer pie en ninguna de las formas que construimos. Ni nuestra especie se salvaría, ni la vida en el planeta tampoco.

¿No estaremos intentando prolongar la vida de las religiones, sin darnos cuenta de ello?
Postular la necesidad de cultivo de esta segunda dimensión de nuestro acceso a la realidad, no es una manera disfrazada de continuar cultivando la religión. Hemos dicho con suficiente claridad, que las religiones deben ser abandonadas. De las religiones y de las grandes tradiciones espirituales de la humanidad sólo nos interesa la sabiduría que en ellas se acumuló durante milenios. No nos interesa nada de sus sistemas de creencias, organizaciones, sistemas de sumisiones, rituales, etc.

Lo que defendemos es un rasgo esencial de la antropología: la doble experiencia de lo real, y las consecuencias que ese hecho tiene. Ese rasgo esencial de nuestra naturaleza de hombres, en el tiempo de las sociedades preindustriales, lo cultivaron las religiones. La época de las religiones ya pasó, pero el hecho al que salieron al paso y le dieron una respuesta, está ahí, y hay que darle una solución de acuerdo a nuestras propias condiciones culturales.

Hemos puesto un fundamento exclusivamente antropológico, lingüístico y sociológico a nuestras afirmaciones, y desde ahí hay solventar las dificultades con las que nos enfrentamos. En ningún momento ha entrado en nuestra reflexión ni la religión ni la creencia.

La conclusión a la que hemos llegado, desde ese fundamento, es que en nuestra vida cotidiana debe estar regida por los postulados axiológicos que formulemos y por los proyectos colectivos e individuales que construyamos sobre ellos.

Hay que cobrar conciencia, individual y colectivamente:
-de que nuestra condición de animales que hablan nos lleva a tener un doble acceso a la realidad,
-que ese doble acceso a lo real es nuestra cualidad específica como vivientes,
-que esa cualidad específica es la raíz de nuestra flexibilidad y de nuestra ventaja competitiva con relación al resto de los vivientes.
Todo esto es especialmente importante y urgente en sociedades de conocimiento que comportan un cambio constante en nuestras interpretaciones de la realidad, en nuestros modos de sobrevivir en ella y en todos los niveles de nuestra vida. Por tanto, nuestros postulados y nuestros proyectos tienen que tener estos hechos explícitamente en cuenta.

Antes de entrar a señalar cómo podría cultivarse esa dimensión absoluta de nuestro acceso a la realidad, sin religiones ni creencias, en forma completamente laica, intentaremos exponer las grandes consecuencias que comporta abrir, a unos vivientes como nosotros, el gran portalón del acceso absoluto a la realidad. Después mostraremos cómo los mismos medios que nos permiten mantener vivo y vibrante nuestro acceso a la dimensión absoluta de lo real, que es el rasgo esencial de nuestra especie, nos permiten adentrarnos en ese mar sin límites.

Tanto la posibilidad de nuestra navegación de cabotaje en esa segunda dimensión de nuestra experiencia de lo real, como la posibilidad de nuestra navegación de altura, son hechos que se derivan de nuestra condición de humanos, o más en concreto, de nuestra condición de vivientes que hablan.

La gran posibilidad humana.
Adentrarse en la navegación de altura es “la gran posibilidad humana”.
Adentrarse en el acceso a la dimensión absoluta de lo real es lo que podríamos llamar “cualidad humana profunda”. Esa cualidad humana profunda es la posibilidad de acceder y profundizar en “eso que hay ahí, que me incluye a mí mismo”, eso que está ahí independientemente de mí y de las posibles relaciones que pueda tener en relación con mi sobrevivencia.

“Eso que hay ahí”, por el simple hecho de estar ahí, y de advertir que está simplemente ahí, independiente de mí, absoluto, aunque incluyéndome, genera “interés” por ello mismo, prescindiendo de las ventajas o desventajas que pueda tener para mí o para nosotros. “Eso que hay ahí, que me incluye” se me afirma, cuando lo advierto con claridad, como “lo que es”, frente a las interpretaciones que pueda hacer de “todo eso de ahí”, frente al significado que pueda o no tener para mí, frente al uso o usos que pueda hacer de “eso” y de mí mismo.

“Eso que hay ahí”, cuando le presto atención, se afirma claramente como absoluto, como desligado de todas mis interpretaciones y valoraciones, como desligado de todos los significados que pueda atribuirle y de los usos que pueda hacer. Se afirma como no relativo a mí, ni a la comunidad de los humanos, como absoluto, tanto en un sentido mental, como sensitivo y perceptivo.
“Eso que ahí se presenta” y el interés que en mí despierta son inseparables. Si se muestra en su ser absoluto, despierta inmediatamente todo mi interés. Si no despierta todo mi interés, es que no se ha presentado con todo su peso absoluto.

Su peso absoluto me traga, me atrae como un agujero negro atrae a la materia que le rodea. Porque me traga, mi interés se polariza. Se polariza de tal forma, que ya no queda interés para otras cosas. Y si tengo que atender a otros asuntos, será con un interés desinteresado, porque mi verdadero interés se lo tragó “eso absoluto” que todo es.

“Eso absoluto” es la negación, por anulación, de todas las realidades que yo pueda construir con mi mente, con mi sentir o con mi acción. “Eso absoluto” se traga toda realidad, hasta que no queda más que Él.
“Eso absoluto” sorbe toda realidad y con ella todo el interés de mente, de corazón, de sentidos y de acción.

Puesto que toda realidad ha sido absorbida por “eso absoluto”, de ello resulta el “desapego” y el distanciamiento de todo lo que no sea esa realidad; por consiguiente el desapego y el distanciamiento de todos mis deseos, temores, recuerdos, expectativas, circunstancias, etc.

El interés totalitario y el distanciamiento son dos caras de una misma realidad, fruto de la conciencia clara de “eso absoluto, que se presenta ahí” y que me devora.

“Eso absoluto” que atrae de forma irresistible todo mi interés, porque, como un agujero negro se traga toda realidad, incluida la mía, y que, por ello mismo, crea el distanciamiento y el desapego de todo lo que venía considerando como realidad y valioso; “eso absoluto” que se traga toda pretendida realidad, produce en mi mente y en mi sentir el más completo silencio de toda interpretación, de toda figuración, de toda imagen, de todo deseo, de toda expectativa y de todo recuerdo, un silencio total en mi mente y en mi corazón.

Lo que queda es lucidez de mente y de sentir; y pura conciencia de “eso que es”, en todo lo que parece ser.

A esa lucidez le acompaña una certeza completa, pero sólo de “eso absoluto” que disuelve todas mis interpretaciones y valoraciones, pero que me lanza de vuelta a todo lo que me rodea, que parece ser, pero que sólo es “eso que es”.

El interés y distanciamiento y el silencio que provoca la experiencia clara y explícita de “eso absoluto de ahí”, que lo vacía todo de realidad propia, incluido a mí mismo, me vuelve, con toda su potencia absoluta, a toda esa realidad que ha vaciado de su pretendido ser, para llenarlo con su propio y absoluto ser.

La experiencia, si es que se puede hablar así, de “ese ser absoluto”, que es “puro ser”, me catapulta, con todo el interés y pasión que ha provocado, a toda la realidad que ha vaciado de ser propio, porque el vacío que ha provocado lo ha invadido con su propia ser y absolutez.

“Eso absoluto de ahí”, primero vacía de realidad todo lo que interpretábamos y vivíamos como realidad, para, en un segundo momento, llenarlo con su propio ser.

Vacía todos nuestros amores, para llenarlos con un único amor que lo abarca todo. Entonces, ya nada es lo que parecía ser, sino que todo es “lo que es”. Y esta transmutación alquímica nos incluye a nosotros mismos: comprendemos que no somos lo que creíamos ser, sino que somos realmente “eso que es, que viene en todo”.

He expuesto la lógica interna de la conciencia de absoluto que posibilita nuestra condición de hablantes, cuando se entra a navegar por ella con toda la lucidez de la mente y del sentir. Y en esa lógica interna no intervienen para nada, ni la religión ni las creencias.

Podríamos afirmar que en la conciencia de la dimensión absoluta de la realidad, el interés totalitario (I), el distanciamiento y desapego (D), y el completo silenciamiento (S), son sólo aspectos de una misma y única realidad. Así es como se presenta. Lo significaremos con las siglas IDS.

Sin embargo, nuestro interés, nuestros amores y nuestras interpretaciones tienen que ocuparse de nuestro acceso relativo a lo real. De ese acceso depende nuestra vida; y la vida hay que mantenerla a corto plazo. Tenemos que comer, vestirnos, protegernos de la intemperie cada día. Tenemos que trabajar, llevar adelante nuestras empresas, cuidar de nuestras familias e hijos, cada día.

Para unos vivientes necesitados como nosotros el corto plazo y algo de medio plazo absorben toda nuestra atención. Nos absorbe potentemente y ocupa nuestra mente analizar situaciones, recordar aciertos y errores, y proyectar y esperar mejores soluciones.

En otras palabras, nuestra doble experiencia de la realidad tiende siempre a inclinarse a favor de la dimensión relativa e inmediata, la que tiene que ver con nuestras necesidades. La mayoría de las veces, y en la mayoría de las personas, la experiencia de la dimensión absoluta permanece sólo como un ruido de fondo, más o menos intenso.

Para superar esa tendencia a quedar completamente ocupados por la dimensión relativa de la realidad, la misma estructura de la experiencia de lo absoluto puede servirnos de guía para escapar de la tiranía de la inmediatez de nuestras necesidades y preocupaciones.

Podemos utilizar cualquiera de los rasgos que acompañan a la experiencia de “eso absoluto que viene aquí” para desplazar nuestra mente y nuestro corazón a Él.

Podemos ejercitar la atención para conseguir que el ruido de fondo pase a primer plano de la conciencia; podemos fomentar el distanciamiento del deseo y de los apegos, temores y expectativas que provoca, para podernos aproximar a “eso gratuito que ahí viene”; podemos usar el silenciamiento de todas nuestras interpretaciones, valoraciones, deseos, recuerdos y expectativas, para que “eso que es” pueda presentarse tal como es y no como nuestras necesidades le imponen que se presente.

Las mismas características de la experiencia clara de la dimensión absoluta de lo real, pueden usarse para hacerla subir del fondo de nuestro espíritu a la punta de nuestra mente y de nuestro sentir. O afirmado de forma más clásica: el término del camino es también el medio para caminar y el camino.

Cualquier entrada es buena, porque arrastrará a todo el resto. Se puede empezar a trabajar desde la atención y el interés por “eso absoluto”, o por fomentar el desapego y distanciamiento de todos nuestros intereses y circunstancias, o por fomentar el silenciamiento completo de todo nuestro sistema de interpretación y valoración. Por donde quiera que se entre se llegará al punto en que esas diferentes características se reúnen en una única vivencia: la vivencia de “eso absoluto que viene en todo y también en mí”.

En el peculiar estado de conciencia que acompaña a la subida del ruido de fondo al primer plano de la mente, del sentir, de la percepción y de la acción, el sentimiento del yo desaparece, porque comprende su irrealidad. Se comprende que no es lo que parecía ser, una entidad autónoma venida a este mundo; sino que está vacío de realidad propia, que toda su realidad es la de “eso que es”. Al comprender con toda claridad su irrealidad, el sentimiento de ego que acompañaba a esa pretendida realidad, se diluye en la nada.

No obstante el ego continúa funcionando espontáneamente, como lo que es, no una realidad substancial sino una función de la vida.

Aquí, en mí, en este cuerpo, hay acción, responsabilidad, conocimiento de la dimensión relativa de la realidad, amor, deseos, recuerdos y expectativas, pero ya no soy yo el que realiza todas esas operaciones; ocurren en mí, aquí, pero no soy yo el actor.
Aquí, en este cuerpo, que ya sé que no es mi cuerpo, porque el sentimiento de ego, que se apoyaba en él y lo apoyaba, se ha diluido, hay acción, pero no hay ningún actor autónomo. El actor es “eso que es”.

Ya no hay una sede autónoma de todas esas operaciones. Todo eso ocurre desde el no-sujeto. Y si no hay sujeto, tampoco hay la oposición de sujeto / objeto. Todo eso ocurre desde la no-dualidad, eso real al que no se le pueden aplicar los conceptos duales de objeto y sujeto; y la no-dualidad es “eso absoluto” que se presenta en todo, sin que se ligue a nada.

El único actor es “eso no-dual”, ni siquiera Dios, porque la idea, el símbolo “Dios” apunta a la dimensión absoluta de la realidad, pero con una imagen construida desde la dualidad.

Ahora puedo saber con toda claridad que todo lo que hago, pienso y siento, ocurre desde el lugar de mi cuerpo, mi personalidad, mi peculiar historia y mis peculiares expectativas, pero sé, también, que aquí, en mi cuerpo, en mi sentimiento de ego, no hay actor ninguno, que el único actor es “eso absoluto no-dual” irrepresentable e inconcebible, porque todo nuestro sistema lingüístico de representación y concepción es dual. Ahora sé que lo que tengo por mi ser, es irrepresentable.

Consecuencias de la conciencia explícita de la segunda dimensión de lo real.
Adentrarse en la clara conciencia de “eso absoluto” tiene muchos efectos.
El primero de ellos es un aumento de la lucidez con respecto a la dimensión absoluta de todo lo real, pero también con respecto a las cosas, las situaciones, las personas, los grupos.

Cuando el interés por todo lo que nos rodea es completo, porque se sabe y se siente que todo lo parece ser sólo es “eso que es” y “eso que es absorbe por completo toda nuestra capacidad de atención y de interés”, se comprende adecuadamente las realidades y las situaciones, en lo que son y en lo que valen, en sí mismas y para nuestra sobrevivencia.

El interés por todo lo que nos rodea es sin condiciones, porque las condiciones siempre las pone el yo, y hemos dicho que el sentimiento de ego ha desaparecido. Cuanto más se debilite el yo, por la conciencia de la dimensión absoluta de lo real, mayor es la capacidad de volverse e interesarse por lo que nos rodea, tal como se presenta.

Desde ese interés se comprenden las cosas, las personas y las situaciones, se las siente y se actúa, sin las desfiguraciones que introducen nuestros deseos, temores, recuerdos y expectativas.

Mientras observamos las realidades y actuamos desde el ego, como paquete de deseos/temores, recuerdos y expectativas basadas en esos deseos/temores, desfiguramos las realidades, perdemos la capacidad de verlas y valorarlas en ellas mismas. Desde el silenciamiento y el distanciamiento del ego y de todo lo que comporta, y desde el interés incondicional por todo, nuestra respuesta a las realidades tiene la posibilidad abierta de ser la adecuada.

Desde la conciencia de que no soy un actor que tenga nada que conseguir; desde la conciencia de que mi realidad es la de “eso no dual que es”, nada me amenaza; cesa el miedo.

Donde no hay nada que conseguir, ni nada que perder, hay paz y reconciliación con todo, tal como es y como se presenta, porque todo no es otra cosa que “el que es”.

Esa actitud no se convierte en conformismo con lo que funciona mal, sino en interés sin condiciones por mejorarlo, en la medida de nuestras posibilidades.

Desaparece el miedo a morir, porque donde no hay nadie, fuera de “eso que es”, no hay ni nacer ni morir.

Crece la capacidad de conmocionarse, no por los propios sentimientos, como sistema de señales de nuestras necesidades, sino por lo que existe y porque existe.

Supuesto que tenemos una doble experiencia de la realidad, caben tres posibilidades:
La primera posibilidad es vivir completamente inmerso en la dimensión relativa a nuestras necesidades. Eso quiere decir, vivir completamente identificado con el propio cuerpo, el propio ego y sus estructuras de deseos/temores. La consecuencia de esta primera posibilidad es una muy baja cualidad humana. Comporta, además, una capacidad muy baja para juzgar las cosas, las situaciones y las personas de manera conveniente y no totalmente desfiguradas por los intereses del ego, sus deseos, sus miedos y sus expectativas. Y, sobre todo, comporta un grave riesgo de mantener en muy bajos niveles la misma condición humana.

Las personas que se sitúan en esta actitud están más cerca de la condición de nuestros parientes animales, que de las características propiamente humanas. Los individuos y los grupos que se sitúan en ese nivel son puros depredadores.

Lo grave es que una gran mayoría de las personas, por falta de cultivo o por la dureza de la lucha por la existencia, se sitúan en este nivel.

La segunda posibilidad es vivir en las condiciones de la lucha por la sobrevivencia, pero con un grado más o menos intenso de cultivo de la dimensión absoluta de lo real. Estos pueden ser hombres de calidad; pueden tener la capacidad de interesarse por las realidades, por ellas mismas y no por el provecho que pueda sacarse de ellas; pueden distanciarse de sus propios intereses y circunstancias; pueden ser capaces de silenciar, en algún grado, las propias interpretaciones, prejuicios, deseos, temores, expectativas etc. Para acercarse a las realidades adecuadamente y darles una respuesta conveniente.

No estamos todavía frente a una respuesta sabia, pero será humana. Su actuación todavía será la de un depredador, pero de un depredador moderado y ponderado.

Las personas que se sitúan en esta segunda posibilidad, ya no tienen riesgo de caer en niveles casi no humanos y pueden poseer una cualidad humana en un grado más o menos elevado. No son infrecuentes las personas que residen en este nivel, pero tampoco es que sean una mayoría.

La tercera posibilidad es la que surge de la conciencia y el sentir claro de la experiencia de “eso absoluto que todo es”. El que se sitúa en esa posibilidad, ese puede residir ya no en el sentimiento de ego, sino que puede hacer pie en “eso no-dual que todo es”. Su juicio y valoración de las cosas no arranca de su ego, con sus temores y deseos, sus recuerdos y expectativas, sino que arranca del completo silencio del ego y de todas sus interpretaciones e intereses. Su juicio, su valoración y su actuación no arrancan de un depredador, sino de un amante; no parten desde fuera de las realidades y las personas, sino desde dentro; no se apoyan en el interés egocéntrico sino en un amor sin condiciones, porque ya no hay ego que las ponga.

Los hombres y mujeres de esta tercera posibilidad poseen la “cualidad humana” y la poseen en alto grado, en el grado que hemos llamado “cualidad humana profunda”.

Adentrarse en esta última posibilidad, que es la “gran posibilidad humana”, vale por sí misma. Lo muestra el cultivo del arte, algunas especies de ciencia y algunos tipos de filosofía y lo muestra lo que nuestros antepasados llamaron cultivo de la religión y de la espiritualidad.

Cuanto más se adentra uno, con mente y corazón en esa dimensión gratuita, más cualidad humana profunda posee.

Navegar mar adentro se busca por sí mismo, gratuitamente. Pero aunque se busque por ello mismo y no por los beneficios que reporta a un viviente, que debe autoconstruirse social e individualmente, esa búsqueda gratuita, tiene siempre consecuencias beneficiosas.

Cuanto mayor sea la cualidad humana profunda, mejores serán las respuestas al medio y más adecuadas y mejores transformaciones pueden hacerse del medio mismo.

Se da la paradoja de que somos unos depredadores capaces de distanciarnos de nuestra condición de depredadores. Precisamente porque somos capaces de distanciarnos de nuestra condición de depredadores podemos ser más eficaces y adecuados actores.

Lo que diferencia a los animales depredadores de sus presas es su mayor flexibilidad en las rutinas. Lo que nos convierte a nosotros en superpredadores es nuestra capacidad de distanciarnos incluso de nuestra capacidad de depredación.

Porque somos depredadores flexibles, sin estructura de depredación fijada, porque nos la tenemos que autoconstruir, podemos construirla cómo y cuando convenga. Tenemos esta capacidad porque somos capaces de ver y sentir la realidad fuera de nuestra condición de depredadores.

Esa doble posibilidad es nuestra cualidad específica como depredadores y nuestra ventaja competitiva con los restantes depredadores y también nuestra gran posibilidad. Si olvidáramos el cultivo de la posibilidad de ver las cosas como si no fuéramos depredadores, perderíamos nuestra cualidad y ventaja específica.

Nuestra cualidad específica como vivientes es lo que nos abre a la gran dimensión absoluta de la realidad.
En esta nuestra forma de ser se produce una paradoja aún mayor: el mismo factor que nos convierte en superpredadores, nos abre a la otra dimensión de lo real.

Nuestra condición de hablantes, que es un invento biológico, y que nos abre a la dimensión absoluta de lo real, es lo que nos permite autoprogramarnos y así tener un instrumento para una más rápida adaptación a los cambios del medio y para modificar el medio, si conviene.

Eso que nos convierte en los superpredadores de la tierra, eso mismo nos abre la gran posibilidad de navegar, sin fin, por la dimensión absoluta de lo real.

Nuestra capacidad de atención e interés por las realidades en ellas mismas, distanciándonos de nosotros mismos, de nuestros deseos y circunstancias, y silenciando todo nuestro sistema de interpretación y valoración, que es la razón de nuestra flexibilidad y nuestra ventaja competitiva para la vida, esos mismos factores son los instrumentos que podemos utilizar para la navegación de altura.

Lo que constituye nuestra cualidad específica como vivientes, es lo que nos abre a una dimensión insospechada e inconcebible para un viviente.

Durante milenios, casi la totalidad de nuestra historia como especie, en todo tiempo y en todo lugar, cultivamos esa nuestra cualidad específica, que es un doble acceso a lo real, uno relativo a nuestra necesidades y otro absoluto, mediante las construcciones míticas, simbólicas y rituales, que aunque las construíamos nosotros mismos, las teníamos que tomar como revelación divina y legado de nuestros antepasados sagrados.

Ese tipo de programa, capaz de cumplir esa doble función, es lo que en Occidente hemos llamado religión. Ese fue el eje de nuestro sistema de autoprogramación durante el largo período de las sociedades preindustriales estáticas. A ese sistema de programación le acompañaba necesariamente la epistemología mítica que sostenía que lo que decían los mitos, símbolos y rituales describía como era la realidad en sí misma; la que tenía que ver con nuestras necesidades y la absoluta misma.

En las nuevas sociedades industriales de conocimiento hemos de vivir esa doble dimensión de lo real, que constituye nuestra cualidad específica, en el seno de un cambio de sistema de autoprogramación grave.

Sabemos que somos nosotros mismos los que construimos nuestros propios sistemas de socialización y autoprogramación.
Sabemos que lo que construyamos no pretende describir la realidad como es en ella misma, sino sólo modelarla para poder vivir adecuadamente en esta inmensidad.

Sabemos que nada nos viene dado, que todo nos lo tenemos que construir nosotros, sin ningún tipo de garantía externa, sino a nuestro propio riesgo.

Sabemos que lo que nosotros mismos construimos lo podemos usar mientras resulte útil, pero no nos lo podemos creer como intocable.

Sabemos que no hay nada intocable; que incluso las formas milenarias de representar y vivir la dimensión absoluta de lo real son construcciones simbólicas nuestras que se pueden usar, pero que no son para ser creídas como descripciones fidedignas de “eso absoluto”.

Tenemos que cultivar esa doble dimensión de la realidad, desde nuestras propias construcciones de postulados axiológicos y proyectos. Esos postulados y proyectos deberán revisarse cada vez que los cambios en nuestras maneras de vivir, que provocan nuestras ciencias y tecnologías en continuo crecimiento, lo requieran.

Tenemos que abandonar el modo de cultivo de “eso absoluto” propio de las creencias y las religiones.

Tenemos que abandonar la epistemología mítica. Al hacerlo arrancamos el suelo en el que se cultivaron y crecieron todas las religiones.

Tenemos que abandonar las creencias reveladas, y tenemos que comprenderlas como símbolos y narraciones que aluden a “eso absoluto no dual”, que está más allá de todas las posibilidades de nuestros sistemas lingüísticos, construidos para manejar la dualidad.

Las narraciones simbólicas y los símbolos, siempre se quedan del lado de acá, del lado de la dualidad, en su misma pretensión de referirse y apuntan a lo que está más allá de toda conceptualización y de toda imagen.

En indudable que tenemos que abandonar las creencias y las religiones, pero sería necio abandonar la sabiduría de las expresiones y de los procedimientos de aproximación de nuestros antepasados para despertar nuestra conciencia a “eso absoluto que viene en todo y que todo es”.

Las religiones y las tradiciones espirituales son inmensos depósitos, no de proyectos de vida, ni de soluciones para esta vida o para la otra, sino tesoros de sabiduría para cultivar nuestra cualidad humana específica y para cultivar esa cualidad humana en toda su profundidad. Esa cualidad humana profunda que es nuestra máxima posibilidad como humanos.

Recoger el legado de nuestros antepasados sin vivir ni pensar como ellos.
Ya lo hemos dicho, pero lo repetiremos una vez más, heredar el legado de sabiduría de nuestros antepasados y heredar el legado de procedimientos para adquirir esa sabiduría, no comporta vivir como ellos vivieron, -nos es imposible-, ni creer lo que ellos creyeron, ni ser hombres religiosos como ellos lo fueron.

Hemos perdido definitivamente nuestra inocencia. Lo que sabemos que fue y es construcción humana, para responder a unas circunstancias determinadas de maneras de vivir, no pueden ser objeto de creencia, ni de sacralización.

Tenemos que ser conscientes de que somos pioneros en una manera nueva de cultivar nuestro acceso a la doble dimensión de lo real que es propio de nuestra especie.

En especial debemos ser conscientes que somos pioneros en lo referente a lo que tendrá que ser la forma de cultivar la dimensión absoluta de lo real, sin creencias, sin religiones, pero heredando todo el legado de sabiduría de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad, sabiendo que todas ellas son construcciones nuestras, mortales como todo lo nuestro.

Lo que nosotros mismos construimos, para hablar de lo que no se puede hablar, sólo puede ser tomado en su sentido simbólico, como grandes poemas que intentan apuntar a lo innombrable, que cuentan los logros de sabiduría de nuestros antepasados y los medios que les fueron útiles para aproximarse a su consecución.

Hemos tenido que redefinir la dimensión que nuestros antepasados llamaron “religión” y “espiritualidad” como “cualidad humana profunda”.

Y ahora debemos tomar conciencia clara de cómo nos podemos aproximar a ella, heredando el legado que nos dejaron nuestros antepasados, pero en un contexto sin creencias ni religiones, laico; en seno de sociedades que generan grandes masas de marginación; y que por la misma marginación y globalización a la que se somete a los pueblos, provocan fuertes y extensos integrismos religiosos y nacionalistas.

Tenemos que plantearnos las consecuencias que deberían acompañar a esos nuestros intentos por elevar al primer plano de la conciencia, del sentir y de la acción, la dimensión absoluta de lo real: consecuencias en nuestra responsabilidad en el seno de las sociedades de conocimiento; en nuestra responsabilidad en la lucha contra la marginación y la injusticia que las nuevas sociedades industriales de innovación globalizadas tienden a crear y aumentar.

¿Qué implicaciones debe acompañar al cultivo explícito, aunque laico y no religioso, de esa dimensión de nuestro acceso a lo real, que nuestros antepasados llamaron espiritualidad?

Conviene señalar y remarcar que, aunque no hay más que un solo “eso absoluto que ahí viene”, hay muy diversos contextos desde los que acceder a Él: desde retos sociales diferentes; desde sensibilidades diferentes; desde maneras diferentes de concretar el ejercicio del interés totalitario por lo real, el distanciamiento y el silenciamiento interior; desde tipos de compromisos sociales y culturales diferentes; desde tradiciones culturales diferentes.

La época de las homogeneidades, en la expresión y acceso a “eso absoluto de ahí”, se terminaron con el final de las creencias reveladas y con el final de las religiones. Las sociedades de conocimiento globalizadas, aunque desde el control del capitalismo han tendido a uniformizar, de por sí son un tipo de sociedades generadoras de diversidad, porque se apoyan en la creatividad libre de individuos y grupos.

La necesidad de “cualidad humana profunda”.
Los postulados y proyectos, -que deben cambiar al ritmo de las transformaciones que inducen los continuos crecimientos de las ciencias y las tecnologías-, al ser creación nuestra y tener que funcionar en sociedades de innovación y cambio, no pueden ser coercitivos; tienen que intentar provocar la adhesión libre, sólo por la cualidad de los postulados y los proyectos mismos que se proponen.

La coerción sólo podrá aplicarse a lo que dañe a la colectividad o a sus individuos, pero no a la imposición de sistemas de valoración y a la adhesión, que no puede sino ser libre.

Puede construirse un sistema de valoración por indoctrinación, por lavado de cerebro mediante la propaganda intensiva; pero si se hace eso, se dañará gravemente a la creatividad individual y colectiva que se exige en la nueva sociedad de conocimiento.

La creatividad ha de ser individual y colectiva, y sólo puede existir si es libre.

Una creatividad libre que beneficie a los individuos, a los colectivos y al medio, sólo será beneficiosa, si arranca de postulados y proyectos valiosos; y sólo habrá postulados y proyectos valiosos, si los crean hombres dotados de cualidad humana y, a ser posible, de cualidad humana profunda.

No podemos continuar con una sociedad de conocimiento que pone toda su capacidad creativa al servicio del capitalismo explotador de las personas y de los recursos de la tierra. Si continuamos por el camino que llevamos terminaríamos, en un plazo no muy largo de tiempo, por destrozar la vida sobre la tierra y la tierra misma.

Las sociedades de conocimiento e innovación constante nos exigen recuperar, en un nuevo contexto cultural, el cultivo de la dimensión absoluta de nuestro acceso a lo real, lo único que puede proporcionarnos la “cualidad humana” que tanto precisamos para gestionar todos nuestros asuntos y para gestionar la vida de la tierra.

Lo que nuestros antepasados llamaron “espiritualidad”, lo que llamaron “trascendencia”, lo que llamaron “Dios” y con otros muchos nombres, es la segunda dimensión de nuestra experiencia de lo real y de nosotros mismos, la experiencia absoluta “de todo esto de aquí”.

Toda nuestra argumentación ha sido racional, sin creencias, sin religión y laica. La fuerza de nuestra argumentación nos empuja a no cometer la torpeza de intentar volver a inventar lo que ya hace milenios que está inventado, sino que nos impele a recoger todo el legado de sabiduría de las generaciones que nos han precedido, en un mundo ya globalizado en todos los aspectos, también en el de las tradiciones religiosas y espirituales. También este es un argumento racional y laico, sin el menor rastro de intentar rescatar o revivificar las antiguas religiones y las antiguas creencias.

Ya sólo nos queda una tarea:
-delimitar el uso que se haga de IDS para adquirir la cualidad humana que nos permita manejar nuestros asuntos cotidianos de forma sabia, con creatividad y eficacia, sin perjudicarnos a nosotros mismos y a la vida del planeta del que vivimos,
-y diferenciar el uso que se haga de esos mismos procedimientos, de IDS, para la gran navegación mar adentro, en la experiencia de “eso absoluto” que nos abre nuestra condición de vivientes que hablan.

Si nuestra cualidad específica, que es nuestro doble acceso a la realidad, es nuestra ventaja específica y la raíz de nuestra flexibilidad para enfrentarnos a las situaciones y los problemas y darles una respuesta adecuada, sería lógico echar mano de esa posibilidad nuestra para solventar adecuadamente los problemas, siempre nuevos, que nos presentan las sociedades de conocimiento.

Nuestros antepasados, que vivieron en sociedades estáticas, disponían de patrones para solventar los problemas que se les presentaban. Podían tener patrones de solución, porque los colectivos vivían de hacer lo mismo durante largos espacios de tiempo.

Aquellas eran unas sociedades regidas por patrones, desde los que afrontaba el presente y el futuro, con soluciones hechas en el pasado. Una sociedad de innovación y cambio no puede mirar al pasado para enfrentarse al presente, ni para proyectar el futuro.

En las sociedades estáticas el futuro era repetición del pasado, no tenían que proyectarlo. En las sociedades dinámicas, ni el presente ni el futuro pueden repetir el pasado. Hay que proyectar el futuro para decidir el presente.

En el pasado las religiones, y luego sus sustitutos las ideologías, eran las proveedoras de soluciones. Ahora las soluciones hay que crearlas al paso. Tenemos que acudir explícitamente a lo que son nuestras características como especie. Nuestros antepasados lo hacían también, pero sólo implícitamente.

El imprescindible cultivo de IDS.
Tendremos que acudir a nuestra posibilidad de interesarnos por las realidades en ellas mismas; a nuestra posibilidad de mirar las cosas y situaciones distanciadamente y con desapego de nuestros intereses; y a nuestra posibilidad de silenciar todos nuestros criterios, interpretaciones, deseos, temores, recuerdos, expectativas.

Practicando lúcida y conscientemente IDS podemos acercarnos a las cosas, los problemas, las personas, las situaciones sin desfigurarlas desde nuestros deseos y temores, desde nuestras expectativas.

Practicar IDS frente a problemas y situaciones concretas nos posibilita la máxima objetividad y comprensión de las realidades que consideramos, porque vuelca en ellas toda nuestra atención e interés desinteresado, distanciado de nuestra implicación en ello, y desde el silenciamiento de todos nuestros patrones de soluciones y valoraciones.

Quienes se acerquen a las cosas, problemas y personas,
-con ese completo interés por las realidades mismas y no por las ventajas o desventajas que puedan importar para nosotros;
-quienes sean capaces de prestar esa atención completamente distanciada de sí mismo y de su posible implicación;
-y en pleno silencio de todos sus patrones mentales, sensitivos y de todas las posibles expectativas;
-comprenderán adecuadamente lo que se ponga frente a su mente y su corazón y le darán, sin duda, una solución adecuada, de acuerdo con el saber científico y la tecnología que se disponga.

Habría que utilizar explícita y metódicamente IDS
-para solventar todos los problemas que se presenten,
-para hacer los postulados adecuados y los proyectos convenientes.

Pero para poderlo hacer con facilidad y eficacia,
-habría que haberse ejercitado previamente en la atención e interés por las realidades mismas (I),
-habría que haberse ejercitado en el distanciamiento y desapego, en una actitud de desimplicación y paso atrás (D)
-y habría que haberse ejercitado en el silenciamiento de todos nuestros patrones mentales, sensitivos, de todos nuestros recuerdos y expectativas (S).

Las tradiciones religiosas y espirituales son un inmenso depósito de procedimientos para cultivar y ejercitarse en el IDS. Sólo hay que tomar la tarea de despojar todas esas propuestas de procedimientos y métodos del contexto en que estuvieron construidos, que es un contexto de creencias y religiones.

La tarea que habría que realizar es conocer esas tradiciones milenarias, que construyeron esos procedimientos, que los refinaron y verificaron durante milenios, vaciándolos de su forma religiosa y creyente.

Es una tarea factible y no especialmente complicada. En nuestro Centro ya hemos creado un equipo para hacer este trabajo y hace dos años que lo estamos realizando.

Además, una lectura atenta y detenida de las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad, desde las condiciones de nuestras sociedades sin creencias, sin religiones y laicas, nos permite comprender que lo más esencial de esas tradiciones es enseñar a utilizar IDS tanto para solventar los problemas que se presentan en sociedades preindustriales, como para adentrarse mar adentro en la experiencia de la dimensión absoluta de la realidad.

Todas las tradiciones utilizan esas tres actitudes (I, D, S) pero cada una de ellas desarrolla especiales procedimientos para conseguirlo, insistiendo más en unas actitudes que en otras. La variedad, riqueza y sofisticación de los procedimientos es increíblemente amplia, rica y largamente verificada.

Sería necio no aprovechar esa sabiduría y experiencia milenaria por el hecho que viene expresada, (como no podía ser de otra manera), en formas creyentes y religiosas. Aunque no todos esos sabios procedimientos vienen expresados en creencias y religiones, algunos vienen expresados sin creencias ni religiones.

Sea como fuere, las formas religiosas y creyentes no forman la intención profunda de su esfuerzo expresivo. El armazón último de su estructura y de su intención, se apoya en nuestra cualidad específica como vivientes, que es tener un doble acceso a la realidad; y se apoya en la posibilidad de transformar esa cualidad humana en una cualidad humana profunda, por un cultivo intensivo de IDS.

El mismo procedimiento que podemos emplear para solventar convenientemente los problemas de nuestra vida cotidiana en las sociedades de conocimiento, innovación y cambio, que será el que nos proporcione la “cualidad humana” que precisamos, será el que nos permitirá adentrarnos en la dimensión absoluta y gratuita de la realidad.

Cuanto más profundamente nos adentremos en esa dimensión absoluta de toda realidad, mayor y más profunda será nuestra cualidad humana.

Somos unos animales peculiares, porque somos capaces de hablar. Esa innovación de la vida nos abre muchas posibilidades para adaptarnos a los cambios del medio físico o social y para provocarlos, si conviene. Esa misma innovación de la vida, nos abre un impensable ventanal a la realidad que hay, independiente de nuestra condición de vivientes.

Esa posibilidad segunda es lo que nuestros antepasados llamaron espiritualidad y que nosotros consideramos más adecuado llamar “cualidad humana profunda”.

Aunque es una dimensión que se busca por sí misma, gratuitamente, sin embargo, siempre tiene grandes repercusiones en nuestra vida práctica, porque el crecimiento en la profundidad de la cualidad humana, siempre tiene consecuencia en el trato que demos a todas las cosas y a nosotros mismos.

Precisamente porque se busca por ella misma, sin consideración ninguna egocéntrica, tiene consecuencias de interés y amor por todo, y tiene una gran repercusión en todas las maneras de tratar con las personas y las cosas.

A modo de conclusión.
Hemos puesto todo nuestro interés en fundamentar en la antropología, la lingüística, la sociología y la historia de las religiones, sin creencias, ni religiones, la posibilidad y la necesidad de cultivar nuestra cualidad humana y la cualidad humana profunda, lo que nuestros antepasados llamaron “religión” y “espiritualidad”.

A nuestro juicio, es la única manera de vivir esa nuestra peculiar condición de vivientes, con doble experiencia de la realidad, tanto individualmente como colectivamente, en las sociedades de conocimiento, innovación y cambio continuo, que son sociedades globalizadas.

Es también la única manera de poder heredar el riquísimo legado de sabiduría y de procedimientos para adquirir la cualidad humana profunda que nos dejaron todos nuestros antepasados; no sólo los de nuestra tradición occidental, sino los de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad.

No podemos apoyarnos en creencias, porque las nuevas sociedades no nos lo permiten. Y si nos apoyáramos en creencias sólo podríamos heredar nuestra propia tradición occidental, pero en realidad ni esa, porque no podemos creer.

Puesto que no podemos creer, y hemos de aprender a heredar nuestro propio legado sin creencias ni religiones ¿qué razón puede haber para no recoger el legado completo que los maestros y tradiciones de la humanidad nos han dejado?

Somos afortunados de tener tales y tan extensas herencias.

Sólo se nos exige una condición para poder hacer nuestras esas riquísimas herencias:
-aprender a tomarlas, dejando en las estanterías de la historia las tinajas en los que venían envasados esos perfumes y esencias: los sistemas religiosos y de creencias en que se expresaron en las épocas en que se crearon, y con los que intentan todavía imponerse en el presente;
-y aprender también a dejar, como inadecuados, los sistemas antirreligiosos, de creencias laicas y desinterés por esa dimensión, que ha originado la pretensión y los esfuerzos, injustificados de las religiones y las creencias religiosas, por imponerse en las sociedades industriales y en las sociedades de conocimiento.

No es mucho trabajo el que se exige para conseguir una tan valiosa y necesaria herencia.

Marià Corbí
doctor en filosofía y licenciado en teología, especializado en epistemología; actualmente dirige CETR.

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