Partimos de la constatación de que las sociedades del siglo XXI viven y se articulan sin creencias. Continúan estando formadas por hombres y mujeres con muchas opiniones y actuaciones a-críticas; pero ya no conservan interpretaciones, valoraciones, modos de actuar y organizarse que se tengan como absolutas, sea porque Dios así lo reveló, lo estableció, o porque lo haya fijado y establecido la misma naturaleza de las cosas.
Son sociedades en las que se da por sentado, con un saber más o menos lúcido pero siempre operante, que todo nuestro saber, nuestra forma de valorar, actuar, organizarnos y vivir, son creación nuestra, sometida a cambios continuos, al ritmo de nuestras propias creaciones científicas y tecnológicas.
Son, por ello, sociedades laicas, es decir sociedades que interpretan y valoran la realidad, trabajan, se organizan, actúan y viven sin principios absolutos religiosos, y tampoco ideológicos; saben, mental y fácticamente, que todo puede o, incluso, debe cambiar al paso de las grandes transformaciones científicas y tecnológicas y al paso de las grandes innovaciones en productos y servicios que esos saberes provocan.
Son sociedades que no pueden aceptar la heteronomía en sus proyectos y modos de vida, porque saben que están forzadas a ser las creadoras de sus propias maneras cambiantes de vivir. Saben que están forzadas a ser autónomas en todos los aspectos de su vida, tanto individual como colectiva.