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Los sones del sufismo

ANTON M.ESPADALER – 30/06/2002

Hoy es tiempo de siglas, y parece que no se libra ni el más pintado. Bajo las letras CETR se encuentra el Centre d’Estudis de les Tradicions Religioses, situado en la calle Rocafort, que es una institución laica que pretende introducir a quienes se acercan a ella en el conocimiento de la sabiduría de las distintas religiones, a través del estudio de sus grandes textos y de los de sus más significados maestros. Para celebrar el fin de curso y cerrarlo con un acto que compendiase su naturaleza, el mencionado centro organizó un concierto de música y danza sufíes, al que tuve la oportunidad de asistir.

El sufismo es una doctrina mística surgida en el seno del islam, de la que dicen algunos que en su origen intervienen aportaciones muy dispares, entre las cuales cabe destacar el antiguo monaquismo cristiano, es decir, el practicado por los padres del desierto. La doctrina sufí se propone como fin principal la búsqueda de una regla de vida centrada en la meditación sobre las enseñanzas del Corán, sobre todo en aquellos versículos que hablan del amor recíproco entre Dios y el hombre. Por una ley fatal, que asegura que quienes persiguen experiencias extremas no son de fiar, el sufismo acabó haciéndose suspecto. Si bien por otro lado, por el hecho de que sus bases y objetivos son comunes a la mística de todos los lugares, no debe sorprender que haya quien encuentre en Ramon Llull -especialmente en su “Llibre d’Amic e Amat”- amplios reflejos de esta tradición nacida en oriente.La mística suele expresarse con frases oscuras, pues procura calibrar la magnitud de la vivencia, y recurre a frecuentes paradojas porque se propone transmitir lo que por definición es inexplicable: la fusión del alma con Dios, que con toda lógica remite al silencio, como enseña san Juan de la Cruz. Ramon Llull veía en este acceso a Dios un tránsito al que llamaba “transport”, cuya consecuencia era la adquisición de un saber trascendente y la plenitud del ser, justo en el mismo instante en que, al ser en Dios, el hombre deja de ser: “desésser”, inventó Llull.

La búsqueda de una experiencia tan extrema no puede hacerse con la razón sola. La razón, que es el punto fuerte de un san Ignacio, por ejemplo, suele inclinarse hacia el ascetismo. Son necesarios ciertos ejercicios, que cada tradición dispone a su manera, con el fin de preparar el alma y el cuerpo para alcanzar esa cercanía a Dios. Ignoro cuál es el lugar que el canto y la danza ocupan en la tradición sufí, pero es de toda evidencia que la ejecución de determinados sones, acompañados de gestos ritualizados, ayuda a crear la atmósfera que predispone a una relación espontánea con Dios -de primer movimiento, diría Llull, con un lenguaje heredado de la escolástica-. Con instrumentos de apariencia frágil, que emiten unas notas en las que vibra la naturaleza, esa música y esos cantos logran transmitir una sensación de serenidad y placidez que va más allá de lo puramente artístico y uno comprende fácilmente que los juglares eran orantes y sus poemas auténticas plegarias.

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