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D’una espiritualitat com submissió a una espiritualitat com indagació i creació lliure

De una espiritualidad como sumisión a una espiritualidad como indagación y creación libre

 

En Occidente hemos vivido la espiritualidad como sumisión a Dios, a su revelación, a sus representantes, a la llamada doctrina cristiana, a las verdades de fe, a los mandamientos de Dios y de la Iglesia, etc.

            Este tipo de práctica de la espiritualidad se ha fundamentado en una representación de la dimensión absoluta como entidad trascendente, Señor Supremo y Absoluto, como el Todopoderoso, Creador de todo lo existente, Predeterminador, Revelador, Juez Supremo, Castigador de los que no se someten y Premiador de los sometidos, Salvador, etc.

            El Supremo Señor establece un proyecto axiológico colectivo (PAC) exclusivo y excluyente para los colectivos humanos, que incluye unas normas de comportamiento, unas prohibiciones, unas normativas morales e incluso unos consejos que deben seguirse.

            El camino recto es la sumisión incondicional a Dios, a sus leyes y normas y a sus representantes elegidos por Él. Él elige a las autoridades eclesiásticas y a las civiles. El camino recto es la sumisión de la mente, el corazón y la acción, en el temor del Señor.

El verdadero caminar es indagar la voluntad de Dios en toda cuestión y en todo momento, hasta llegar a la completa entrega. La completa confianza en Dios es la perfección de esa entrega.

            Los rituales son de adoración, de postración frente al Señor; son de pedir perdón por nuestros pecados, que son nuestras desobediencias; de pedir ayuda para cumplir su voluntad y pedir ayuda para mitigar nuestra debilidad, infidelidad y miseria.

            La espiritualidad como sumisión es un instrumento poderosísimo para asentar en el fondo de la mente, del sentir, de la actuación, y de la organización, una interpretación jerárquica de la realidad.

            Cuando se secuestra la noticia inmediata y directa de la dimensión absoluta (la dimensión gratuita de la realidad que por el habla se despliega juntamente con la dimensión relativa a nuestras necesidades), transformándola en una formulación, la creencia, que debe ser aceptada impositivamente, tanto si va acompañada de la noticia de la dimensión absoluta como si no, lo que se pretende es someter el poder a la dimensión absoluta y, como consecuencia la dimensión absoluta al poder. Esta sumisión es al poder eclesiástico y al poder político. Ambos poderes quedan fuertemente asociados.

            La dimensión absoluta, revestida con todos estos rasgos no puede pretender presentarse como noticia inmediata y directa. La dimensión absoluta convertida en formulación de una creencia sólo puede imponerse.

            Con esta trasformación ya se ha producido el secuestro de la dimensión absoluta como noticia inmediata y directa. Esta transformación de la noticia, posiblemente no evitable,  surge como consecuencia de la necesidad de que la motivación, cohesión y organización de las sociedades agrarias sean autoritarias. Esa forma de comprender, sentir y representar surge de las necesidades del poder y queda irremisiblemente ligada al poder.

            El acceso inmediato y directo a la dimensión absoluta queda bloqueado y prohibido, porque aunque la dimensión absoluta es libre el poder la necesita sometida. La dimensión absoluta es libre y distante de toda fijación y de toda sumisión incondicional, porque es sin forma.

            La dimensión absoluta convertida en creencia impositiva (que es un elemento fundamental del PAC) necesita el poder para imponerse. Y el poder necesita de la dimensión absoluta para fundamentarse, sacralizarse y prestigiarse. Mientras el poder político y la dimensión absoluta-creencia, la religión, formaron una unidad, no se presentó problema; el poder tenía el control de la creencia mediante un cuerpo sacerdotal. Cuando el cuerpo sacerdotal sostenedor de la creencia y sus rituales se separó de esa unidad con el poder, tuvo que surgir enseguida un pacto necesario e inevitable entre el poder y el cuerpo sacerdotal: pacto del poder con las iglesias.

Mientras el cultivo de la dimensión absoluta esté ligado intrínsecamente a la creencia, estará irremisiblemente ligada al poder para implantarse, sostenerse y difundirse.

            El poder es inseparable de la sumisión y la coerción, por eso necesitará siempre del aval, del apoyo y de la justificación de la dimensión absoluta encarcelada en la creencia. Las iglesias y el poder temen, como a la muerte, que la noticia de la dimensión absoluta sea inmediata y directa para todos los individuos y colectivos, porque esa noticia relativizaría el poder de las creencias y liberaría de ellas; con ello, quienes se liberaran de las creencias, se liberarían de las sumisiones.

            Cuando a la dimensión absoluta se le da una forma que se interpreta desde la epistemología mítica, se crea un ídolo. Pues bien, la jerarquía y la sumisión necesitan crear ídolos; sin ídolos no pueden funcionar. Dicho de otra forma: necesitan encerrar a la dimensión absoluta en unas creencias impositivas, necesitan secuestrar la posibilidad de que las gentes tengan acceso a esa dimensión absoluta de forma directa, inmediata y libre.

            Con el secuestro de la dimensión absoluta como noticia inmediata y directa, su capacidad de llevar a la cualidad humana y a la cualidad humana profunda quedó muy dañada. Las creencias sirven para imponer o para reprimir, pero no para encender el fuego de lo absoluto en el pensar y en el sentir. A pesar de todo, la dimensión absoluta pudo lucir desde su jaula de formulaciones, aunque con luz más tenue. Para llegar a esa luz había que superar no pocos obstáculos.

            La conciencia de pecado, tan predicada por las iglesias, reafirma la conciencia de sumisión y asienta profundamente la desconfianza en sí mismo. Se vive y apoya un reconocimiento de la dimensión absoluta desde la servidumbre. Los rituales insisten en la adoración y la postración ante Dios.

            El temor de Dios fomenta el temor al riesgo, empuja a que las personas prefieran recorrer caminos trillados. Las gentes prefieren que otros decidan por ellos el camino que hay que seguir en los casos concretos; prefieren que se practique el seguidismo, la imitación de los que se dan por sabios.

            La espiritualidad como perfecta sumisión no fomenta el coraje, ni el atrevimiento porque es arriesgado indagar por sí mismo, es más seguro hacer lo que otros hacen.

            La espiritualidad como sumisión empuja a cerrarse a una sola tradición, vuelve temeroso de estudiar otras tradiciones. Disuade de ser diferente en el seguimiento del camino que está bien trazado y garantizado por la propia tradición.

                       La espiritualidad como indagación y creación libre empuja a la confianza en la dimensión absoluta presente en sí mismo. La indagación libre precisa no someterse a nada ni a nadie, pero incita a aprender de todos.

            Quien se somete a un maestro es sólo para aprender de él a ser libre, atrevido y creativo. El maestro le muestra fuera, en él mismo, lo que el caminante ya es dentro. Se somete al maestro exterior para aprender a guiarse desde el maestro que lleva dentro.

            La noticia inmediata y directa de la dimensión absoluta no busca el dominio, sino la liberación. Liberación de la propia individualidad, de su estructura de deseos/temores, recuerdos y expectativas.

            No ofrece señorío y una vida de sumisión, sino libertad y felicidad. Ofrece reconocimiento, que es unidad, y la unidad es amor.

            No es el fundamento del temor, sino de la confianza; no temor ante el implacable juez, sino confianza frente a la realidad del propio ser.

            Recordemos que no somos nadie venidos a este mundo. Si no somos nadie venidos a este mundo, somos este mismo mundo. Somos un breve instante del proceso enorme de los mundos. Somos el misterio inconcebible fuente de los mundos. Si ese es nuestro ser, nuestra mente, nuestro sentir es la mente y el sentir que modela esa inmensidad en la que estamos a nuestra pequeña medida de animales de un pequeño planeta: la tierra; pero también es la mente y el sentir del misterio de los mundos sobre el misterio de los mundos.

            Somos la luz y el calor con el que la dimensión absoluta, que es la gran incógnita del misterio de los mundos, se ilumina a sí misma y se ama a sí misma.

            Somos seres insignificantes frente a la inmensidad inconcebible de los mundos, pero somos también la luz del misterio que se mira a sí mismo. Luz de la luz, sobre la luz. Desde nosotros, como minúsculas velas frente a los mundos, somos la luz y el sentir con la que la raíz de esas inmensidades se mira y se siente a sí misma.

            Nuestro sentir del mundo, nuestro corazón, usando la expresión de Ramana Maharshi, propio de nuestra condición animal, es también lo más hondo de nuestra interpretación de lo real, es el centro del universo, porque en él la dimensión absoluta es mente y corazón para reconocer y amar la dimensión absoluta, la inmensidad de los mundos.

            Como en otros muchos campos, estamos sufriendo la mayor transformación de la historia de la espiritualidad humana: estamos transitando de una espiritualidad concebida y vivida desde la sumisión, a una espiritualidad concebida y vivida desde la indagación y la creación libre.

            En las nuevas sociedades industriales, en las que se vive de la continua creación científico-tecnológica y de constante creación de nuevos productos y servicios el eje de la vida de los colectivos es la indagación y la creación libres. El camino a la dimensión absoluta tiene que ser, como el resto de las actuaciones humanas, un camino de indagación y creación libre y en equipo, como el quehacer científico, o el artístico. La forma de espiritualidad basada en la sumisión resulta inasimilable e impracticable.

            De acuerdo con la legalidad semiótica, la nueva espiritualidad será la opuesta a la de sumisión; no puede ser más que una indagación y una creación libre y sin fin.

            Una espiritualidad, un cultivo de la dimensión absoluta y de cualidad humana profunda, desde la indagación y creación libre no podrá ser homogénea en sus formas, sino que estallará en una gran diversidad.

 

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