J.Amando Robles Como es sabido, en los años sesenta del siglo pasado la tesis dominante en el campo del estudio de lo religioso fue la secularización. Según esta tesis fue común considerar que, como efecto de la modernización, la religión estaba entrando en profunda crisis. Ello al menos en Occidente. Aunque era frecuente reconocerla una aplicación más universal. Era una convicción y casi una evidencia empírica: con la modernización — industrialización, urbanización y autonomía, está en la política, cultura, filosofía y ciencia— la religión tendía a ser superada si no a diluirse y desaparecer como una visión mítica del pasado. Pero la religión no ha desaparecido. Reiteradamente las encuestas muestran que la mayor parte del mundo, incluido Occidente, sigue siendo religiosa, al menos creyente en Dios, y no faltan autores, como Peter L. Berger, que pronostican un siglo XXI religioso, incluso más religioso que los tiempos pasados. De hecho, no creen que la religión se esté privatizando, tal es el caso del sociólogo José Casanova, ni ven razones por las que la religión tendría que verse críticamente afectada.