J.Amando Robles Ya va para siete años que escribí Hombre y mujer de conocimiento, un pequeño libro que gustó bastante, planteando la espiritualidad laica, no religiosa, que personalmente creí encontrar en las famosas “enseñanzas” de don Juan Matus y Carlos Castaneda. Fue entonces cuando una amiga, secundada de inmediato por varios compañeros de trabajo, me propuso hacer algo parecido con la espiritualidad del Maestro Eckhart. La idea me pareció tan buena que inmediatamente acepté. Sin duda que mi amiga lo hacía pensando en la calidad de la espiritualidad eckhartiana, que ambos ya conocíamos y que por su riqueza bien merece ser puesta al alcance de los hombres y mujeres de hoy. Pero yo lo acepté sobre todo por la convicción profunda que ya entonces tenía de que la espiritualidad del Maestro Eckhart es también, en el fondo, una espiritualidad laica y como tal muy apropiada para los hombres y mujeres de hoy, que rehúyen, y con razón, lo religioso como mítico. ¿De hecho no es así como lo vienen leyendo estudiosos hinduistas y budistas? Y lo leen bien. Una espiritualidad laica y, como tal, muy adecuada para la sociedad y cultura de conocimiento que estamos construyendo. Y este es el propósito del presente libro, también introductorio y pequeño: mostrar al lector que la espiritualidad del Maestro Eckhart, de por sí ya famosa por su gran calidad, en el fondo es una espiritualidad laica, ponerla en valor como una espiritualidad muy pertinente para hoy aunque en su forma y contenidos sea tan religiosa, e inducir al lector a la lectura personal de los sermones y pequeños tratados del Maestro.
El éxito y la abundancia de los empresarios espiritualizados, honestos y decentes
Por el CPN Dr. Alberto D. R. Salinas-Goytía
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¿Cómo nos aseguramos, de manera más sostenible, el éxito en nuestros emprendimientos, sin en el proceso consumir nuestra salud y bienestar, sino más bien y por el contrario, construyendo, al mismo tiempo que nuestro éxito económico, nuestra paz y felicidad espiritual?
Ilustremos esto con una historia alegórica. Una señora muy caritativa y llena de compasión, sola en su casa, se conmovió, mientras esperaba a su marido del trabajo, al ver tres ancianos pordioseros y aparentemente hambrientos, acurrucados en la vereda frente a su casa.
Conmovida los invitó a que pasaran a comer con ella. Los tres al unísono respondieron que no aceptaban la invitación hasta que estuviera reunida toda la familia. Cuando llegó su marido e hija, la señora les contó lo acontecido; y, de acuerdo los tres, volvió a invitarlos. La respuesta, esta vez, también de los tres al unísono, fue que tenían antes que ponerse de acuerdo entre todos los miembros de la familia a quién de los tres invitaban. Dijeron llamarse, amor, éxito y abundancia.
La señora, con esta respuesta, entró nuevamente a su casa; y, en reunión de familia discutieron a cuál de los tres invitaban. El marido quería invitar a ÉXITO, ella a ABUNDANCIA, y la hija a AMOR. Al final se decidieron por este último.
Al comunicarles que habían decidido invitar a AMOR, los tres se levantaron y, como una sola persona, se encaminaron hacia dentro de la casa. La señora, curiosa, les preguntó ¿por qué antes no habían aceptado la invitación colectiva? A esto le respondieron, que, si ellos hubieran decidido por invitar a cualquiera de los otros dos, solo ese hubiera entrado. Pero que, cuando invitaban a AMOR, siempre lo seguían ÉXITO Y ABUNDANCIA.
Con el amor, con la compasión, lo demás va o viene por añadidura. Cualquiera de los otros dos están limitados a ellos mismos, por no tener el magnetismo suficiente para atraer a los otros.
Es así en los negocios, los que más ganan son, frecuentemente, los que, enamorados de lo que están haciendo y de las relaciones en las que se involucran, no se plantean las ganancias como objetivo. Pero, por más que dejen de ocuparse de ellas, las mismas se acumulan.
Lástima que no siempre nos podamos “enchufar” en ese espacio de la potencialidad pura que rodea al apasionamiento que nos embarga cuando hacemos algo que beneficia a los demás!
Cuando hacemos esto con todo nuestro ser, no tanto por el dinero, como por el amor que sentimos por lo que estamos haciendo y por la gente a la que servimos, esto es a nuestros empleados, colaboradores y clientes, la abundancia, dinero incluido, nos viene por añadidura…
Esa es la primera regla, “enchufarse” y vivir en la potencialidad pura generada por el “amor, compromiso, pasión y entrega total a nuestra misión y a la atención de nuestros colaboradores, socios y clientes.”
En el ámbito individual, los psicólogos y los místicos, en diferentes términos, nos dicen que, para lograr estos estados de satisfacción interior, tenemos que entrar en un “espacio” en el que no hay limitaciones de “espacio ni tiempo” y que, más bien abstractamente, identifican como a nuestro “ Súper Yo.”
A este último lo diferencian del EGO, y nos dicen que, más bien, el “Super YO.” el “YO SOY,” es parte del mismo campo de energía que todos compartimos con el universo y con Dios mismo.
En este ámbito, dicen están todas las potencialidades y posibilidades, no manifestadas, pero listas para manifestarse, dejando el campo de lo abstracto, de las ideas, y pasando a transformarse en las realidades concretas que, por añadidura, constituyen la abundancia misma que alcanzamos.
Esto mismo, nos dicen, se da en lo colectivo. Así como tenemos un SÚPER YO y un EGO individual, tenemos también, en nuestras empresas y organizaciones, UN SÚPER YO y un EGO colectivo.
La segunda es la ley del dar para recibir, y, cuando decimos dar, nos referimos a dar de la misma naturaleza y especie de aquello que queremos recibir.
Así, de este modo, reactivamos o activamos las ideas que hayamos puesto en el “no espacio” anterior.
La tercera es la ley de, consciente y proactivamente, crear reacciones causa-efecto futuras, favorables y promisorias, haciendo el bien sin mirar a quién. En fin, esto es, haciendo, diciendo y dando a los demás, a nuestros colaboradores, socios, clientes e interlocutores en general, solo aquello que queremos que los demás hagan por y para nosotros, digan de nosotros, o nos den a nosotros. Todo esto, en un ambiente de silencio creativo y de no juzgar jamás a los demás, ni a nada (algo muy difícil).
La cuarta ley es trabajar inteligentemente, y no dura y obsesiva o ansiosamente. Esto es, imitar la ley del menor esfuerzo que utiliza la naturaleza, no la ley del menor esfuerzo o negligencia de los vagabundos (creo no estar juzgando).
La quinta ley es la de dar fuerza y orientación a nuestras intenciones y deseos, para que, entre brecha y brecha de pensamiento, se filtren al no espacio de la potencialidad pura del Súper Yo para que, esas intenciones o deseos naturalmente y sin esfuerzo alguno se realicen.
Digo entre brecha y brecha de pensamiento, porque es esto, tal vez a lo más que podemos aspirar o acceder. Lograr entrar, en fluido diálogo con el Súper Yo, es tal vez demasiado pretencioso por ahora, al menos para la mayoría de nosotros.
Estamos algo lejos de eso; o tal vez, sin darnos cuenta, en algún momento ese dialogo eclosiona. Para esto, que es tan deseable, tenemos que estar listos para aceptarlo; pero no podemos atribularnos por lograrlo o pretenderlo. Y, si llegamos a acercarnos a concretar esta aspiración, tendríamos que estar muy listos y preparados para, con tanto poder, no cometer “tropelías” inarreglables.
Pleno dialogo con el Súper Yo y la consiguiente capacidad de colocar a voluntad en ese ámbito no limitado por espacio ni tiempo, todas nuestras intenciones y deseos, nos transformaría en poco menos o un poco más que demiurgos realizados plenamente, en avatares del todo.
La sexta ley, vinculada a todas las anteriores y especialmente a la quinta, en lo que hace todos aquellos de nosotros que podemos implantar nuestras intenciones entre brecha y brecha de pensamiento, está la del desapego total con los resultados de las intenciones implantadas o que intencionamos colocar en ese ámbito del Súper Yo nuestro, universal y divino.
Lo que salga, si allí colocamos la intención, corresponde siempre a lo que más nos conviene. Y, sea lo que sea, cuando llegue, tenemos que aceptarlo con entusiasmo; aunque, a partir de ese mismo instante, comencemos un nuevo proceso para cambiar esos mismos resultados. Esto es legitimo.
Por último, en la trama de todo lo anterior, tenemos la séptima ley, esto es, la ley de nuestro propósito en la vida, de nuestro sentido de misión, de nuestra visón-misión.
Concluyendo, podemos decir que estas reflexiones casi místicas y abstractas, son muy útiles en el ámbito de nosotros como individuos, llenos de roles a cumplir en nuestras familias y comunidades, como en nuestras organizaciones y empresas.
Estas reglas o leyes, si las sabemos desarrollar y realizar individual y colectivamente, seguramente el éxito y la abundancia, tranquila y sin sobresaltos, estará necesariamente con nosotros, nuestras organizaciones y nuestras sociedades.
Invitemos al amor en nuestras vidas, y el éxito y la abundancia vendrán sin que las busquemos. Si, por el contrario, nos esforzamos por lograr el éxito o a alcanzar la abundancia o la fortuna, sin la tranquilidad del amor, lo que consigamos, si lo logramos, por mucho que sea, seguramente no será sostenible. Y, peor aún, no nos dará mayores satisfacciones ni , por supuesto, felicidad duradera alguna. La tranquilidad de espíritu, por más que nos esforcemos por lograrla en cursos, charlas y religiones organizadas, difícilmente nos llegará, si antes no traemos el amor y la compasión a nuestras vidas.
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