J.Amando Robles Ya va para siete años que escribí Hombre y mujer de conocimiento, un pequeño libro que gustó bastante, planteando la espiritualidad laica, no religiosa, que personalmente creí encontrar en las famosas “enseñanzas” de don Juan Matus y Carlos Castaneda. Fue entonces cuando una amiga, secundada de inmediato por varios compañeros de trabajo, me propuso hacer algo parecido con la espiritualidad del Maestro Eckhart. La idea me pareció tan buena que inmediatamente acepté. Sin duda que mi amiga lo hacía pensando en la calidad de la espiritualidad eckhartiana, que ambos ya conocíamos y que por su riqueza bien merece ser puesta al alcance de los hombres y mujeres de hoy. Pero yo lo acepté sobre todo por la convicción profunda que ya entonces tenía de que la espiritualidad del Maestro Eckhart es también, en el fondo, una espiritualidad laica y como tal muy apropiada para los hombres y mujeres de hoy, que rehúyen, y con razón, lo religioso como mítico. ¿De hecho no es así como lo vienen leyendo estudiosos hinduistas y budistas? Y lo leen bien. Una espiritualidad laica y, como tal, muy adecuada para la sociedad y cultura de conocimiento que estamos construyendo. Y este es el propósito del presente libro, también introductorio y pequeño: mostrar al lector que la espiritualidad del Maestro Eckhart, de por sí ya famosa por su gran calidad, en el fondo es una espiritualidad laica, ponerla en valor como una espiritualidad muy pertinente para hoy aunque en su forma y contenidos sea tan religiosa, e inducir al lector a la lectura personal de los sermones y pequeños tratados del Maestro.
Raíces del diálogo interreligioso y misticismo.
El diálogo entre tradiciones que parte de las creencias y las llamadas ortodoxias, tiene severas limitaciones.
Entendemos por CREENCIA la adhesión incondicional y absoluta a formas y formulaciones.
El diálogo debe partir de lo que S. Juan de la Cruz llama el “toque” del Absoluto que engendra apertura interior, entrega, confianza, a eso se llama fe.
Quien cree poseer la verdad cree que todos deben venir a ella y sólo puede alimentar esa idea si posee la verdad en formas y fórmulas. Ese o no tiene interés real en el diálogo, o su interés es superficial, puesto que piensa ¿que le van a ofrecer las otras tradiciones que él no tenga ya?
Quien cree residir en la verdad usa el diálogo interreligioso de manera táctica como el mejor camino de traer a las demás tradiciones a la perfección de la propia verdad o como pura tolerancia en busca de una convivencia pacífica en buena vecindad.
El diálogo verdadero sólo se puede hacerse desde la perspectiva de la experiencia interior “del que no tiene forma” porque está en toda forma, del “toque” de S. Juan de la Cruz.
Esa es la base sólida y real del diálogo interreligioso
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