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La dimensió absoluta dels mons

La DA de los mundos, de los cientos de millones de galaxias, de los millones de millones de estrellas, de exoplanetas, de fenómenos cósmicos, no es un ser con trascendencia ontológica, no es un ser “otro” de esa inmensidad que nuestras ciencias y tecnologías detectan y representan, ni toda esa inmensidad es “otra” de la DA de la realidad. La DA de los mundos es la misma que la de la pequeñez y complejidad de los mundos atómicos y subatómicos.

La DA de los mundos atómicos y subatómicos es la misma que la inagotable complejidad y diversidad de la vida de este planeta, de animales grandes y pequeños, microscópicos y macroscópicos, de los que todavía existen y de los que se extinguieron.

Toda esa inmensidad de formas y estructuras no es “otra” de la DA, ni la DA es “otra” de esa inmensidad.

Teniendo en mente toda esa diversidad de formas, de estructuras y de mundos, ¿cómo concebir, representar y vivir esa DA, que tampoco es “otra” de mi más íntima intimidad, sin deformarla?

Hacer de la DA un Dios es empequeñecerla reduciéndola a cánones antropomórficos; es darle un estatus ontológico que la separa de todos los seres. Con esa separación, paradójicamente se la hace un ser entre los seres, un existente entre lo existente, aunque se diga de Él que es el ser supremo, el creador, el rector externo de todos los seres.

Para engrandecer a Dios se le hace un ser externo a todos los seres; para diferenciarlo se le reviste de cualidades infinitas. Todo ese revestimiento no consigue apartarlo de ser un ser entre los seres, aunque sea el infinitamente superior y supremo.

Se afirma que es la plenitud de ser, pero, a la vez, se afirma que es infinito en todas sus cualidades. Lo que es infinito no se puede decir que sea o que no sea. La noción de Dios como ser puro, como ser infinito es equivalente a la noción de vacío. Diciendo que es puro ser infinito se está diciendo que es puro vacío del que no se puede afirmar nada.

A lo que no se puede aplicar ni la noción de ser, ni la noción de no ser, tampoco se le podrán aplicar los rasgos antropomórficos con que se le reviste, como que es sabio, creador, poderoso, benevolente, providente, etc.

Un Dios así concebido como trascendente, como radicalmente “otro” de todos los mundos, sólo puede ser creído o no creído. La creencia y la no creencia son, en este caso, las dos caras de una misma   concepción.

La DA de nuestro acceso a lo real que es consecuencia de nuestro acceso bifurcado a la realidad provocado por el habla, fue concebido en las sociedades agrario-autoritarias como un Dios Señor, trascendente ontológicamente como “otro” radicalmente diferente de todas los niveles de lo real.

En las sociedades jerarquizadas ese ser “otro”, era la autoridad suma y fuente de toda autoridad, era el Señor Supremo. Era el Sujeto Supremo al que se le atribuían muchas cualidades antropomórficas. Aunque siempre se afirmaba que tanto su ser, como su señorío o sus cualidades, eran en Él infinitas.

Toda esta concepción y representación se interpretaba desde la epistemología mítica.

En las sociedades de conocimiento en las que sabemos que todo lo que corresponde a la DR de lo real es construcción nuestra, la interpretación de la DA debe pasar de un “otro”  absoluto, trascendente ontológico, a un “no otro” que sólo trasciende todas nuestras categorías.

Así debe ser para que la DA puede cumplir la función que le asigna la estructura del habla, para que pueda cumplir su papel de condición, causa y razón de nuestra flexibilidad como vivientes con el medio.

Si la DA fuera un “otro” trascendente ontológico no podría jugar  la  función  que  la  estructura  de  la  lengua  le  asigna.  Como consecuencia forzaría, y así ocurrió,  a interpretar nuestra flexibilidad con  el  medio  como  consecuencia  de  nuestra  naturaleza  espiritual “otra”, ontológicamente hablando, de la DA, de la condición divina.

Si la DA la concebimos como un “otro” ontológicamente trascendente, hemos de concebir la DR como “otra” ontológica de la DA, como entidad en sí, aunque desde otro, “ab alio”.

De la DA tenemos una noticia tan cierta que es operativa, porque es la causa de nuestra flexibilidad con el medio como vivientes. Pero se trata de una noticia que no es objetivable. Que no lo sea no es obstáculo para que sea cierta y operativa.

Por el contrario, si la noticia de  DA  fuera  objetivable,  no sería absoluta, es decir, sin relación a nuestras necesidades. Si no fuera absoluta e inobjetivable no podría ser la razón de nuestra flexibilidad como especie. Para que pueda funcionar como raíz de nuestra flexibilidad tiene que ser absolutamente inobjetivable, de lo contrario nos dejaría clavados en una única manera de vivir en este planeta, como los animales.

La DA es una noticia clara, una noticia que es dato. También es dato que esa DA la vivamos “como” mente, “como” inteligencia, “como” fuente de todo lo que damos por real en nuestra DR, “como” rector interno de todo ser.

Todos esos rasgos de la DA no los podemos predicar de ella más que desde una epistemología no mítica. Todos esos rasgos, que se nos presentan como noticias no objetivables, no los podemos predicar de un “otro” trascendente ontológicamente, sino de un “no- otro” de la DR no trascedente ontológicamente, sino trascendente únicamente  de  todo  nuestras  capacidades  de  categorización.

Así habrá que vivir la DA en las nuevas sociedades.

Por el hecho de tener un doble acceso a lo real, la DA se presenta como realidad de la realidad de la DR, como fuente y ser de la DR. Esa comprensión llama a adentrarse en esa fuente. A la DR hemos de ir forzosamente para sobrevivir; a la DA vamos porque el peso de su realidad nos atrae. Por la sola presentación de la DA como realidad de la realidad, nos veamos empujados a adentrarnos en ella.

Adentrarse en la DA tiene consecuencias y exigencias; la principal de ellas es llegar a no dar por verdaderamente real a la DR. La DR es nuestra modelación de la realidad, no la realidad misma. Mientras damos por real a la DR nos identificamos con ella, eso impide reconocer la verdadera realidad de la realidad.

Inevitablemente a la DA se llega desde la DR, por consiguiente desde ego y sus construcciones. El ego para sobrevivir en DR tiene que suponer ser un sujeto, una individualidad. Mientras se piense y sienta como individualidad no puede comprenderse en su verdadera realidad, la DA.

El camino a la DA tiene que partir del ego y su interpretación dual de la realidad. Eso supone interpretar a la DA como “otro”. Y por los datos que se tienen interpretará a la DA como una individualidad absoluta semejante a sí mismo aunque infinitamente superior. Interpretará a la DA como un “Tú” con el que entrar en relación, un Tú que buscar, amar, servir, pedir ayuda, etc. Se hará una figuración de la DA como un Dios, como un espíritu superior del que se depende.

Mientras el ego se sienta y piense como una individualidad, como una entidad, se verá necesitado a pensar y sentir la DA como una entidad, una individualidad.

A medida  que vaya  comprendiendo su  propia nada,  por la aproximación y profundización en la DA, dejará de considerarse a sí mismo como individualidad. En esa misma medida la DA deja de aparecer como individualidad y como “otra” de quien pretende hacer el camino.

Al final DA y DR se encuentra en el reconocimiento, con mente y sentir, de la “no dualidad”.

Esa actitud teísta o cuasi teísta es un mero estadio, un tramo del camino que, tanto en las culturas teístas como en las no teístas, se presenta y se ha de superar. En las culturas no teístas hay que esforzarse por superarlo lo antes posible. Sería un error intentar impedir o bloquear ese estadio del camino, a causa de creencias laicas o de prejuicios culturales contra la figuración divina. Hay que considerar la figura de Dios como un útil que se debe superar. Ya el Yoga comprendió la utilidad de esa figura en los estadios iniciales del proceso yóguico.

¿Cómo trabajar con la DA sin la ayuda del símbolo Dios?

Habrá que practicar el silenciamiento del yo, de sus deseos, de sus temores, de sus recuerdos  y  expectativas  para  poder  centrar toda la atención de mente corazón en la DA como “no otro” de todo y de cada cosa concreta.

Indagar cada realidad de DR es indagar la DA; intentar profundizar en el reconocimiento de DA es indagar cada realidad de DR.

Habrá que ejercitarse en la actuación que no tenga como actor al yo, sino la DA. Ejercitarse en una acción completamente gratuita, a favor de otros, reconociendo que el actor no es el ego sino la DA.

Ejercitarse en ver, sentir y pensar todas las realidades, y a sí mismo, no desde los patrones del deseo, del temor o de las expectativas, sino como puras formas de la DA.

Ejercitarse en vivir, en todos los aspectos de la vida, asentados, haciendo pie en la DA y no en el ego.

Habrá que ejercitarse en reconocer que en todo amor sólo se ama a la DA.

Habrá que ejercitarse en reconocer que no hay otro actor que la DA.

Ejercitarse en reconocer que no hay nada ni nadie en ninguna parte que no sea la mismísima DA.

Todo este trabajo para reconocer la DA como la realidad de la realidad y como lo único real no se puede apoyar sobre creencias sino sobre la noticia que nos llega de la DA, sobre la noticia de que es la fuente de toda realidad.

El trabajo de indagación de la realidad de la realidad puede ser guiado por quienes antes recorrieron ese camino, da igual si lo recorrieron desde el teísmo o desde fuera de él.

Lo importante es la indagación de la DA en la DR. Ahí y sólo ahí se le encuentra, nunca fuera de la DR, y se le encuentra tal como viene en la DR, no como debiera venir según nuestros criterios.

Nuestra sensibilidad sólo ve y siente lo concreto, lo que tiene formas sensibles. Esta es la razón por la que la DA sólo puede venir en la DR y nunca fuera de la DR.

Pero cuando se reconoce la DA en la DR, se ve, se toca, se siente y comprende directamente la DA, porque toda la realidad de DR es únicamente la DA cuando se la ve desde el silencio; cuando se la ve como puras formas de la DA, sin nada añadido.

Por tanto, en cada cosa se ve directamente la DA.

(fragmento de: M. Corbí. Las sociedades de conocimiento y la calidad de vida. Bubok, 2017. pgs. 242-247)

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